Tribuna

Luz de luz… compasión herida

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Cuando hablamos de que Dios no nos abandona en el sufrimiento, nos cuesta entender esa afirmación. Pero hay testimonios, como el que comparto, que me hacen entrar en ese misterio que es inefable, pero real como la carne sufriente misma que lo proclama. Dios, que parece mudo, se hace grito y clamor en la ternura de lo humano, incluso en la ternura que se vive en el mayor sufrimiento, o en la contemplación del hermano herido que hace que yo calle mis sufrimientos por amor hacia él. Es un reflejo de Cristo, imagen visible del Dios invisible.



En medio del dolor

Hoy en esta oración de este hermano del movimiento de Profesionales Cristianos siento el amor de Jesucristo doliente que mira a sus compañeros en la cruz, para animarles en el amor del reino y del paraíso. Él sabe ver a Dios en ese valle de lágrimas, no se le escapa la delicadeza y la ternura de todo lo que se mueve a su alrededor cuando parece que ha perdido todo olfato de lo trascendente, por un dolor cerrado, se hace más creyente y más firme en su fe de hermano doliente y de esperanzada salvación. Me arrodillo ante tu visibilidad del Dios invisible.

Abramos nuestro corazón al testimonio y oremos, reflexionemos desde él:

“Ayer ingresé por covid en el hospital, tuve un desmayo en mi ascensor, respiraba mal…

Tras 6 horas en urgencias conseguí habitación. No me quejé ni una vez. Esto es una experiencia transcendental y sobrecogedora. Lloro continuamente por el pobre anciano que tengo al lado. Ver cómo lo cuidan, enfermeras protegidas totalmente, en cien fundas, pero con su lado humano visible, palpable, su bondad humana no es sólo trabajo, me hacen ver el amor de Dios hacia el enfermo desvalido, a través del cuerpo hospitalario. El pobre a mi lado, todo ahogos, toses, hipos, pañales… le oigo mal respirar, todo tipo de malos ruidos… se llama Fernando, es un Cristo, me sobrecoge su cuerpo enroscado y sufriente. A su lado mi ahogo es un paseo. Pude observar el trabajo metódico del doctor de urgencias, que no paró hasta derivar toda la sala, una labor agotadora. Una enfermera pasaba cada hora, me sonreía y decía, ‘cariñet’, no hay camas aún. Y yo le bromeaba cualquier ocurrencia de las mías y le decía: ¿me ves preocupado?

No temo nada, mi perspectiva en la vida es hacerla fácil y alegre a los demás. Y aquí solo veo dignidad. Pienso en mi madre que murió en casa, en paz, la semana pasada. Pero si hubiera caído enferma por covid, ahora creo que la hubieran cuidado muy bien.

Han caído ya muchas enfermeras y médicas por covid, esto son palabras mayores, trabajar así es heroico… Me piden que me haga yo la cama, que no pueden estar más de 15 minutos, que se ocupan solo de Fernando, paciente grave, dependiente, hecho polvo… entran, lo lavan, lo medican, lo cambian, le dan de comer y se van corriendo. Y aún dicen que ¡LO SIENTEN!

Si yo pudiera abrazarles y decirles que todo está bien. Lo intento, con una sonrisa con mascarilla, pero claro, hay que aprender a sonreír con los ojos y las cejas. Nuevo reto”.