Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Petroglifos sin Dios


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Esta semana visité un importante parque arqueológico de Galicia, en donde buscan explicar el significado de los famosos petroglifos tan característicos de estas tierras, con más de dos mil años de antigüedad. Un innovador estudio de arquitectura ha realizado un contenedor grande y costoso. Uno imagina que en el contenido habrán invertido aún más, pues el tesoro siempre vale más que su cofre. Sin embargo, el interior era muy pobre.
Lo que más me llamó la atención fue la ausencia de la dimensión religiosa al tratar de explicar a las sociedades que realizaron esos misteriosos grabados. A veces el arte del misterio se intenta reducir a mera ideología y otras veces directamente se elimina cualquier dimensión religiosa o siquiera espiritual. Por el contrario, el verano pasado tuve la fortuna de poder visitar el nuevo centro de arte rupestre de Lascaux y había un gran documental en el que de un modo complejo y hondo se exploraban las posibles explicaciones desde la fenomenología de la religión. Al irnos de ese centro, poderoso por fuera y pobre por dentro, pensábamos lo siguiente.
En el siglo XIX, hubo varios movimientos intelectuales que reaccionaron contra un tipo de religiosidad supersticiosa, sin profundidad teológica, basada meramente en la sumision y que despreciaba la razón. Una parte dominante de lo religioso aparecía como no-pensamiento, y se trataba de crear un pensamiento capaz de incluir todo lo religioso en una explicación más compleja, profunda y comprensiva. El objetivo de quienes lograron ese pensamiento más hondo no era eliminar la religión, sino alcanzar la verdad. A veces lo hicieron intentando vías que prescindían de Dios y otros explicaron partes psicológicas, sociológicas o culturales de las manifestaciones religiosas. Otras veces crearon proyectos en los que la religión ocupaba un lugar central. La Edad de Oro danesa, por ejemplo, es de ese último tipo de proyecto.
Hoy en día, en cambio, parece que en algunos centros de conocimiento o de divulgación -como el parque arqueológico referido al inicio- no se busca profundizar en el saber, sino eliminar la religión. Con tal fin, no se hacen ascos a empobrecer radicalmente el pensamiento. Se quitan las capas espirituales o religiosas de las explicaciones sin ningún escrúpulo. Antes se buscaba una razón más profunda que superara la religiosidad irreflexiva, pero hoy no hay problema en pensar peor y menos con el objetivo ideológico de eliminar la religión. De ese modo el patrimonio cultural y la razón pública se hacen menos complejos, más superficiales y más excluyentes. Y de ahí, al mero populismo y la ruina de la civilización. Llega un momento en que defendemos la dimensión religiosa ya no para compartir la experiencia de Dios, sino para evitar la degradación de la razón humana. No es extraño que haya intelectuales no teístas que sigan hablando sobre religión y se nieguen a reducirla o eliminarla.
Cuando aquel poderoso edificio de diseño se derrumbe, los petroglifos y su misterio continuarán ahí, quizás cubiertos de nuevo por helechos y el olvido, seguirán haciéndonos preguntas sobre el ser humano, el cosmos y la existencia.