Tribuna

Un plan para resucitar la economía, por Sebastián Mora

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Estamos viviendo, a nivel global, una situación singular. Una situación excepcional y desconocida que se ha convertido en un fenómeno social totalizante. Afecta a nuestra salud; a las relaciones sociales; a la economía y la política; a la vida familiar; a nuestra forma de relacionarnos con Dios… Singularidad y totalidad que trastocan nuestra condición existencial. En pocos días hemos sentido intensamente la necesidad de nuevos relatos para nuevos tiempos.



Es tan profunda la excepcionalidad, que podemos caer en la tentación, como tantas veces en nuestra historia, de pasar por encima de las víctimas en nombre de un arrebatador futuro. Como el Ángel de la Historia, de Walter Benjamin, caminamos empujados hacia un futuro prometedor pasando por encima de las víctimas de la historia. Tenemos tanta necesidad existencial de futuro que este acaba convirtiéndose en la negación del sufrimiento.

Con los ojos fijos en Jesús

Como cristianos, en esta situación singular, solo “con los ojos fijos en Jesús” (cfr Hb 12,2) podemos proponer algunas observaciones sobre la realidad, presentar aspiraciones éticas profundas y proponer algunas líneas de acción. Observaciones que prestan especial atención a las personas más frágiles y olvidadas; aspiraciones que ponen la intención en “dar razones de nuestra esperanza” (1Pe 3, 15); y propuestas de acción para construir “un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia” (2 Pe 3, 13).

También “el amor en los tiempos del coronavirus”, para los cristianos, tiene una mirada preferente por los pobres. Esta mirada desvela que, como en otras crisis, aunque la pandemia nos afecta a todas las personas lo hace de manera desigual. Todas las personas estamos confinadas; expuestas al contagio; sufriendo la “distancia social”; sosteniéndonos en la incertidumbre; resistiendo los envites económicos y llorando las pérdidas en soledad. Ahora bien, todos estos factores impactan de manera más intensa en las personas más frágiles y excluidas. No es que la situación afectará a las personas más excluidas, profecía que se cumple en todas las crisis, sino que ya está afectando de una manera más intensa a nuestros hermanos y hermanas más débiles.

Aumenta la brecha social

Antes de la Gran Recesión, en el año 2007, la población que vivía de manera estable (en lo social y económico) estaban en torno al 50% de la población. En el otro extremo el 6% de la población vivía en condiciones de exclusión severa. En los datos de 2018, vemos como las personas que vivían de manera estable estaban en el 49%, dato previo a la crisis. Sin embargo; las personas en exclusión severa están dos puntos y medio por encima (8,8%). En las épocas de crisis, la exclusión social se incrementa rápidamente; pero cuando llega el crecimiento económico no disminuye.

Esta mirada demuestra que las personas más expuestas son las más excluidas. Por ello, para la Iglesia no hay duda de que la economía está al servicio de las personas y especialmente de las más empobrecidas. El debate entre salvar a la economía o salvar a las personas, tan profuso en la anterior crisis, no admite discusión. “La prioridad a una determinada forma de economía basada exclusivamente en la lógica del crecimiento” es causa del crecimiento de la pobreza, nos decían nuestros obispos en Iglesia servidora de los pobres, que como modelo hay que revisar, continuaban advirtiéndonos.

De Ratzinger a Bergoglio

Esta es la cuestión clave. Estamos dispuestos a recrear la lógica económica. El papa emérito Benedicto XVI nos alentaba a crear una economía de la gratuidad que pusiera a la persona en el centro de la lógica económica. Francisco, en la misma línea, ampliaba la visión poniendo el cuidado de la Madre Tierra como un factor esencial en la lógica económica. Este tiempo interrumpido debe ser irrupción de otro mundo posible.

Prestar atención a la realidad, para poner intención en recrear el mundo exige propuestas de acción. La situación nos convoca a compromisos concretos para acelerar la irrupción del “cielo y la tierra nueva”. Son muchas las apelaciones de la realidad, pero en estos momentos hay dos escenarios especialmente necesitados de presencia y profecía. Estamos emplazados a reinventar la comunidad y a promover la economía de lo común.

Una nueva vinculación humana

El mundo requiere una nueva vinculación humana densa y profunda. La necesidad del abrazo humano, el cuidado, la hospitalidad deben ir conformando el diccionario ético de la nueva sociedad. Frente a la frialdad sistémica, la indiferencia y el rechazo hay poesías de un nuevo vínculo de lo humano. Hemos caído en la cuenta de la común vulnerabilidad y necesitamos edificar una interdependencia solidaria como forma de existencia.

Decir “no a una economía de la exclusión” (EG 53) significa protestar, contra toda política económica que se olvide de los débiles y excluidos. Por otro lado, significa proponer iniciativas reales de economía de lo común (economía solidaria, social, de comunión, etc). Protesta y propuesta en el horizonte de una economía al servicio de las personas y desde las personas. No podemos salir de esta situación singular “olvidándonos de los pobres”.

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