José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Un laicado sin ruedines


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La ilusión es revolucionaria y su efervescencia burbujeó por el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo de Madrid durante el Congreso de Laicos. Por momentos, la mayoría de los 2.000 asistentes creyó posible que de allí saliese una nueva forma de ser Iglesia, y oteaba la posibilidad de pasar de una pastoral de mantenimiento a una de misión, donde serían no los protagonistas, pero tampoco figurantes.



Ya de vuelta a casa, a la dificultad de ser fermento en una masa que busca otros aditivos, queda en muchos –incluso entre quienes llevaron una organización que pasó la prueba con nota– un temor esperanzado de que no vuelva a quedarse en el sueño de una noche de verano. Ha habido otros congresos, otras motivaciones y otras desilusiones.

No están por la labor de dejar que vuelva a suceder. Pero no depende solo de ellos. Las tres primeras filas del congreso tienen la última palabra. Los obispos han de implicarse para no dejar que la ilusión se escape otra vez por la puerta de atrás.

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Es lógico que apelen a la formación, pero la cualificación demostrada merece ser tratada con respeto. Siguen muy presentes los que acarician los oídos y quienes acercan la oreja para sentir el halago. También tuvieron su momento en este congreso, aunque van entendiendo que la Iglesia en España quiere –y necesita– mover el dial.

Apelar a la madurez del laicado pasa también por ahí, por dejarlo crecer solo, en comunión, claro, pero no coartando su creatividad, espoleada por su misma condición de seglar insertado en un mundo del que, no se puede ocultar, algunos obispos querrían desenganchar los vagones de sus diócesis. Ojalá estos laicos que han participado se lo crean, que se crean que la misión ya depende también de ellos.

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