El papa León XIV presidió la oración mariana del ángeles este 26 de noviembre, fiesta de san Esteban, al inicio de la Octava de Navidad. El pontífice aprovechó para desear de nuevo una “serena” Navidad y mostrar su cercanía “haga fuerta nuestra fe y sstenga a las comunidades que sufren por su testimonio cristiano” con el ejemplo de mansedumbre y perdón de san Esteban para buscar el diálogo, la reconciliación y la paz.
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Entrega por amor
En el “día del nacimiento” para el cielo de san Esteban, su martirio, el Papa constató que “venimos al mundo sin decidirlo, pero luego pasamos por muchas experiencias en las que se nos pide cada vez más conscientemente “venir a la luz”, elegir la luz”. Recordando el relato de la muerte del primer mártir destacó que “todo lo que Esteban hace y dice representa el amor divino que se manifestó en Jesús, la Luz que brilló en nuestras tinieblas”.
Por eso la Navidad “nos llama a la vida de los hijos de Dios; la hace posible, con un movimiento de atracción experimentado, desde la noche de Belén, por personas humildes como María, José y los pastores”. Pero es que la belleza de Jesús, advirtió, es “una belleza rechazada: precisamente por su fuerza de atracción ha suscitado, desde el principio, la reacción de quienes temen perder su poder, de quienes son desenmascarados en su injusticia por una bondad que revela los pensamientos de los corazones”.
Ante esto León XIV reafirmó que “hasta el día de hoy, ningún poder puede prevalecer por encima de la obra de Dios. En todas partes del mundo existen personas que eligen la justicia, aunque cueste; que anteponen la paz a sus propios temores; que sirven a los pobres en lugar de a sí mismos. Precisamente, entonces brota la esperanza y, a pesar de todo, tiene sentido hacer fiesta”.
Ante “las condiciones de incertidumbre y sufrimiento del mundo actual, la alegría parecería imposible. Quienes hoy creen en la paz y han elegido el camino desarmado de Jesús y de los mártires, son a menudo ridiculizados, excluidos del debate público y, no pocas veces, acusados de favorecer a adversarios y enemigos. Sin embargo, el cristiano no tiene enemigos, sino hermanos y hermanas, que siguen siéndolo incluso cuando no se comprenden entre ellos”. Ante esto destacó la alegría de la Navidad “motivada por la tenacidad de quienes ya viven la fraternidad, de quienes ya reconocen a su alrededor, inclusive en sus adversarios, la dignidad indeleble de las hijas e hijos de Dios. Por eso Esteban murió perdonando, como Jesús: por una fuerza más auténtica que la de las armas. Es una fuerza gratuita, presente en el corazón de todos, que se reactiva y se comunica de manera irresistible cuando alguien comienza a mirar a su prójimo de otra manera, a ofrecerle atención y reconocimiento”.