El papa León XIV presidió, en la mañana de Navidad, la eucaristía en la basílica de San Pedro. Esta celebración, habitual en cualquier parroquia, no lo era desde hace años en el Vaticano. La última vez fue con Juan Pablo II en 1994, pocas horas después de la misa de la noche que siempre han presidido los papas. En 1995 se anunció esta celebración, pero finalmente la presidió el cardenal Virgilio Noé como arcipreste de la basílica de San Pedro. El purpurado siguió presidiendo la misa principal del 25 de diciembre hasta 1999, tras la apertura del Jubileo del 2000, que solo hubo bendición ‘Urbi et Orbi’. En la Navidad de ese año jubilar el cardenal Angelo Sodano presidiría una misa en la Plaza en nombre del Papa… y hasta ahora que el Altar de la Confesión ha vuelto a ser ocupado antes de la solemne bendición al mediodía.
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La paz está aquí
El Papa también ha pronunciado la homilía y señalado que “nosotros participamos en este momento decisivo, en el que pareciera que aún nadie cree: la paz existe y está ya en medio de nosotros”. Una paz que Jesús dejó a sus discípulos como “mensajeros de paz que deberían correr por el mundo, sin cansarse, para revelar a todos el poder de llegar a ser hijos de Dios”.
“En todo el mundo, la Navidad es una fiesta de música y de cantos por excelencia”, destacó León XIV haciéndose eco del himno que se lee en la misa del día, el prólogo del evangelio de Juan, que alaba la “Palabra de Dios” que “se manifiesta y no sabe hablar, viene a nosotros como un recién nacido que sólo llora y solloza”, “es la desnudez radical de quien en Belén y en el Calvario carece también de palabra; como carecen de palabra tantos hermanos y hermanas despojados de su dignidad y reducidos al silencio”.
La fragilidad en el mundo
“La paz está ya entre nosotros: el don de Dios es fascinante, busca acogida y mueve a la entrega. Nos sorprende porque nos expone al rechazo, nos atrae porque nos arrebata de la indiferencia”, prosiguió citando al papa Francisco. “El Verbo ha establecido su tienda frágil entre nosotros. ¿Y cómo no pensar en las tiendas de Gaza, expuestas desde hace semanas a las lluvias, al viento y al frío, y a las de tantos otros desplazados y refugiados en cada continente, o en los refugios improvisados de miles de personas sin hogar en nuestras ciudades?”
También denunció la fragilidad que se vive en “las poblaciones indefensas, probadas por tantas guerras en curso o terminadas dejando escombros y heridas abiertas. Frágiles son las mentes y las vidas de los jóvenes obligados a tomar las armas que, estando en el frente, advierten la insensatez de lo que se les pide y la mentira que impregna los rimbombantes discursos de quien los manda a morir”. Por ello, reclamó, “cuando el dolor ajeno hace añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. La paz de Dios nace de un sollozo acogido, de un llanto escuchado; nace entre ruinas que claman una nueva solidaridad, nace de sueños y visiones que, como profecías, invierten el curso de la historia”.
Para el Papa la Navidad motiva “a una Iglesia misionera, impulsándola sobre vías que la Palabra de Dios le ha trazado. No estamos al servicio de una palabra prepotente —estas ya resuenan por todas partes— sino de una presencia que suscita el bien, que conoce su eficacia, que no se atribuye el monopolio”. “En Dios cada palabra es palabra pronunciada, es una invitación al diálogo, una palabra nunca igual a sí misma”, destacó en línea con la propuesta del Vaticano II para el que “el movimiento de la Encarnación es un dinamismo de diálogo”. “Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan y, fecundados por la escucha, caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los demás”, reivindicó finalmente.