Días atrás, unas terribles inundaciones ocasionadas por el ciclón ‘Senyar’, con epicentro en Sumatra, dejaron un doloroso impacto en toda Indonesia, con 961 víctimas al cierre de esta edición. Aunque esa cifra podría verse incrementada, pues el Gobierno contabilizaba hasta 393 personas desaparecidas y unos 5.000 heridos. Además, otros países del sudeste asiático también se han visto afectados. Es el caso de Sri Lanka, con 627 muertos, y de Tailandia, con 170.
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Como ha conocido de primera mano ‘Vida Nueva’, la orden capuchina, muy presente en varios de los enclaves más golpeados, se está movilizando estos días para tratar de ayudar al máximo número posible de afectados. Así lo transmite en un agónico SOS Yoseph Sinaga, ministro provincial de la congregación en la provincia indonesia de Sibolga, que lamenta esta “gran catástrofe” debida “a las inundaciones y a los deslizamientos de tierra” sin control.
Refugiados en el noviciado
Eso sí, en estas horas dramáticas, “algunas personas se han refugiado en nuestra casa del noviciado” y, además, a través de vehículos, como pueden, “compartimos alimentos” con las personas afectadas con las que logran contactar.
También nos llega la alerta del carmelita descalzo local Gerardus Mayela Antoin Knaofmone, párroco de la comunidad del Sagrado Corazón de Jesús en Banda Aceh, en Sumatra, quien lamenta cómo, “en los últimos días, el cielo parece llorar sin cesar. Las nubes oscuras cuelgan bajo, los fuertes vientos que traen el aroma del mar y las lluvias torrenciales son señales de un ciclón que, sin piedad, día y noche, ha provocado grandes inundaciones que afectaron a tres regiones a la vez: Lhokseumawe, Takengon y Langsa”.
En la primera, “el agua llegó lenta, pero segura, antes de desbordarse con fuerza. Las aldeas quedaron inundadas, las casas anegadas y las calles se convirtieron en pequeños ríos. Incluso la iglesia católica de Santo Mikael Stasi no se libró de la crecida y su sala de oración, que normalmente es tranquila y sagrada, es un suelo mojado lleno de charcos y con un fuerte olor a humedad”.
Ambiente tenso
En ese “ambiente tenso”, hasta “13 cabezas de familia de la comunidad católica lucharon por salvar sus hogares. Algunos trasladaron lo que pudieron a sitios más elevados, mientras que otros se vieron obligados a evacuar en medio del pánico”. Además, “25 estudiantes católicos que vivían en los alrededores de Lhokseumawe también se vieron afectados. Sus pensiones se inundaron, sus libros de clase se mojaron, sus ordenadores portátiles se estropearon y algunos solo pudieron ver cómo la lluvia torrencial destruía su rutina y sus esperanzas, pensando en un futuro que ahora les parece casi inalcanzable”.
En Takengon, “la catástrofe se presenta de otra manera, pero no por ello menos desgarradora”. Y es que, al ser “una zona montañosa”, los “deslizamientos de tierra” golpean con fuerza y “la arena y las rocas bloquean las carreteras principales, aislando a varias zonas del mundo exterior”. Algo que sufren, entre otras, “27 familias católicas, que quedaron atrapadas y completamente aisladas. Solo podían esperar que la ayuda llegara antes de que se agotaran sus provisiones. Cada noche, el sonido del viento mezclado con el estruendo de la lluvia hacía que el miedo se hiciera más real. Sobrevivían en la incertidumbre, leyendo las señales de la naturaleza mientras trataban de mantenerse fuertes y se daban ánimos mutuamente”.
En cuanto a Langsa, allí “el agua se extendió rápidamente a las residencias de estudiantes. Un total de 67 alumnos católicos se vieron afectados. Muchos de ellos salvaron documentos importantes y efectos personales en cuestión de minutos antes de que subiera el agua”. Pero otros, con menos suerte, “perdieron sus hogares y tuvieron que esperar a que los recogieran sus amigos o familiares, de pie en medio de la oscuridad, iluminados solo por las luces de emergencia”.
Necesitan prácticamente de todo
Ante este catastrófico panorama, Knaofmone clama en petición de “ayuda” tanto “al Gobierno como a las organizaciones humanitarias”, así como a potenciales “donantes” y a “los fieles católicos de toda la diócesis. Así, necesitan prácticamente de todo: “Ayuda logística, alimentos, agua potable, ropa de cama, medicamentos…”. También, “apoyo financiero, para reparar viviendas dañadas y residencias de estudiantes”. Y, finalmente, “apoyo moral y acompañamiento para quienes han perdido su hogar y su sensación de seguridad”.
Petición que “no es una mera formalidad”, sino “un grito de necesidad, un llamamiento a la solidaridad para cualquiera que se sienta impulsado a aliviar la carga de los hermanos que están sufriendo”. Porque “el ciclón ha dejado profundas heridas, pero también han abierto un espacio para que crezca el amor y la fraternidad. La iglesia, aunque se inundó, sigue en pie como símbolo de esperanza. En medio de la oscuridad de la noche y la lluvia torrencial, los fieles y los estudiantes se apoyaron mutuamente, demostrando que, incluso en los momentos más difíciles, la fe y la solidaridad nunca se apagan”.