Michael Caine, ‘sir’ por la gracia de su Majestad Isabel II, es un actor sólido, fantástico y de una pieza. Eso no admite discusión. Es, también, un abuelo amante de sus nietos. Tiene dos. Y a ellos les dio un consejo para que se manejen por la vida: “No mires atrás, tropezarás”. Con esas cuatro palabras, tituló un libro que es una suerte de memorias, una larga conversación traducida al castellano por la editorial Erasmus, de AlmuzaraLibros.
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Una charla amena, apasionante y divertida, en la que no elude una sola pregunta de su amigo y periodista Matthew D’Ancona. Empieza por su llegada al mundo como Maurice Joseph Micklewhite Jr., en el seno de una familia obrera y con una infancia nada fácil. Tenía dentro un pedazo de actor. Ya se lo vaticinó –cuenta él mismo– un compañero de trabajo que le abrió los ojos de golpe al preguntarle si quería pasar el resto de su vida cargando camiones en Bermondsey. ¡Vaya pregunta! ¿Imaginan la respuesta?
Caine ha sido ‘El hombre que pudo reinar’ junto a Sean Connery, ha mantenido un duelo actoral en la cumbre con otro inmenso (e insoportable, dicen) actor, sir Lawrence Olivier, en ‘La huella’, ha asaltado bancos en plena vejez con dos compañeros ilustres, Alan Arkin y Morgan Freeman, en ‘Un golpe con estilo’, compartió planos con la gran dama de la escena británica Glenda Jackson en la última película de esta, ‘La gran escapada’, hace apenas dos años… Y acaba de anunciar, a sus 92 años, que quiere volver al cine. Y que, ante la petición de su colega Vin Diesel, no se puede negar a un nuevo papel. “Tengo 91 años y sigo dando gracias a Dios, cada día, por todos los regalos que me ha dado la vida”, cuenta.
¿Crees en Dios?
En el libro llega la pregunta trascendente, que había tratado en su autobiografía previa, ‘La gran vida’ (Fulgencio Pimentel, 2019): ¿crees en Dios? “Sí, creo. De pequeño, cantaba en un coro y, cuando era joven, en North Runcton, iba a la iglesia todos los domingos y conocía al vicario. Siempre he confiado en Dios y, si pienso en lo que he llegado a ser, no creo que me haya tratado mal. Me gusta pensar que, si Dios tuviera voz, sonaría como John Huston”, responde con un aplomo y al tiempo una ironía deliciosos.
“Mis creencias son personales, no especialmente religiosas. No me refiero a ir a la iglesia todos los domingos. Mi padre era católico –recuerda–, mi madre protestante y mi mujer es musulmana. ¡Jane Russell me llevó una vez a un almuerzo de la Ciencia Cristiana! Nadie tiene el monopolio de Dios y hay muchas formas de creer. Eso sí, no estoy muy seguro de la idea de que ‘los mansos heredarán la tierra’. ¡Toda mi lucha en la vida ha consistido no en ser manso, sino en defenderme! Mis creencias tienen más que ver con la idea de una presencia divina que guía los acontecimientos de una manera básicamente benigna. Nunca se me ocurriría imponerlas a nadie, eso sería terrible. Pero, personalmente, creo que es la única forma de dar sentido al universo. Hablo con Dios todos los días”, contesta. Lo normal es preguntarle qué le pide: “¡Quiero pescado y patatas fritas!”, responde divertido.
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