Antes de que Francisco le nombrara subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, Luis Marín de San Martín desembarcó en Roma en 2008 por decisión del entonces prior general de la Orden. Robert Francis Prevost le fichó como archivero general y miembro de varias comisiones de la Curia agustiniana. Son compañeros, hermanos y amigos. Así lo visibiliza el abrazo que se dieron en la audiencia con los periodistas.
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PREGUNTA.- ¿Cómo se le quedó el cuerpo cuando escuchó el nombre del elegido?
RESPUESTA.- Es difícil describir con palabras los sentimientos que brotaron en mi interior cuando escuché el nombre de Robertum Franciscum. No me hizo falta que llegara al apellido, porque pensé inmediatamente: “Ahí está nuestro querido hermano Roberto Prevost”. A partir de ahí, la alegría me desbordó a mí y a quienes estábamos siguiendo el acto desde la ventana de esta comunidad que él conoce tan bien. Nos abrazamos todos. Y, por supuesto, gritamos.
P.- ¿Avance o freno a las reformas de Francisco?
R.- Hay una continuidad clara, desde la personalidad propia de Prevost. Ninguna persona es una copia de la otra y el nuevo Papa aportará a la marcha y al Gobierno de la Iglesia su propio estilo. Su modo de ser y de hacer. No va a ser ningún freno, sino un refuerzo. Y lo dijo en ese precioso discurso en el balcón de San Pedro. Ahí están las claves de su pontificado. Citó a Francisco, no por cortesía, sino con el convencimiento de una continuidad manifiesta con el camino abierto. No hay ninguna duda de que seguirá transitando por las sendas abiertas.

El subsecretario de la Secretaría del Sínodo, Luis Marín
Una gran paz
P.- ¿Le notó nervioso o desconcertado durante el precónclave?
R.- A medida que se iba acercando el momento de entrar en cónclave y veíamos que su nombre sobresalía tanto en la prensa como entre los propios eclesiásticos, lo compartimos con naturalidad, se hacía algún comentario respetuoso. Él se mostraba muy tranquilo y paciente, con una serenidad que es reflejo de su profunda vida de oración, de su riqueza interior. Es lo que le ha llevado a decir en estos días, cuando le dejábamos caer la posibilidad de ser Papa: “Estoy en las manos de Dios. El Espíritu sabrá”. Eso le daba una gran paz. Cuando nos despedimos antes de entrar en el cónclave, le di un fuerte abrazo y le dije: “Querido Roberto, no sé lo que pasará, pero, pase lo que pase, nunca estarás solo”.