En una Iglesia tan descentralizada por obra y gracia de Francisco, cuyo pontificado concluye con el Colegio Cardenalicio con menos purpurados italianos y europeos de la Historia, no es nada descartable que, al igual que Bergoglio fue el primer pontífice en llegar “del fin del mundo”, ahora, con el cónclave que comienza en la tarde de este 7 de mayo, América Latina dé el paso a Asia.
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Y es que estamos ante un continente pujante en todos los sentidos a nivel mundial, pero que además, en lo espiritual, refleja como pocos la diversidad religiosa, concentrando a buena parte de los musulmanes, judíos, hindúes y budistas del mundo. Y cristianos de todas las confesiones. Aunque, en este caso, salvo el “pulmón” que Filipinas representa para el catolicismo, nos encontramos con que, en la gran mayoría de países, los cristianos son minorías más o menos significativas.
Minorías significativas
Un caso claro es Mongolia, donde solo hay 1.500 católicos (abrazados por Francisco hace menos de dos años). Pero otro también significativo es Myanmar (antigua Birmania). Y ahí nos encontramos con el cardenal Charles Bo. Arzobispo de Yangon desde 2003, este salesiano recibió la birrreta cardenalicia de manos de Bergoglio en 2015. Un modo de reconocer la apuesta por el bien común de un religioso que siempre ha levantado la voz en la defensa de los derechos humanos de todos.
Lo que, en marzo de 2021, después de que la presidenta Aung San Suu Kyi fuera encarcelada tras un golpe y se conformara un Gobierno controlado por militares, le llevó a clamar con todas sus fuerzas por la democracia. En plena ola de represión del nuevo régimen, con 400 muertos en las calles, Bo concedió una larga entrevista a Chiara Zappa, redactora de ‘Mondo e Missione’.
En ella, el arzobispo de Yangon lamentó desesperado: “La situación es crítica, debemos detener la masacre. Hemos visto demasiada sangre en nuestra historia”. De ahí que, aunque considerara ilegítimo el modo en que el jefe de las fuerzas armadas, Min Aung Hlaing, se hizo con el poder, tachando sin pruebas de “fraude” el triunfo electoral de Aung San Suu Kyi, apelara al diálogo político: “Tenemos que negociar, el muro contra el muro solo puede conducir a la tragedia”.
Movimiento pacífico
Sin ambages, como hiciera Gandhi, apoyó el “movimiento de desobediencia civil”, que “fue espontáneo” e “iniciado por un médico”. Tras él, “los jóvenes se unieron y miles salieron a las calles, pacíficamente”. Sin embargo, se encontraron con una brutal represión (más de 100 asesinados en las calles en un día, incluidos varios niños).
Frente al horror, el purpurado contó cómo se estaban movilizando en las iglesias para evitar más derramamiento de sangre: “Proponemos ayunos y vigilias por la paz. Poco a poco, muchos de estos jóvenes también están volviendo a la oración, en las parroquias o en las calles”.
Sin duda, sabía que los jóvenes eran los protagonistas del momento y, por ello, los más expuestos a perder la vida: “Hay una nueva generación de fieles, criados con las redes sociales y el conocimiento del mundo exterior, que tienen una mayor conciencia de sus derechos y, por lo tanto, se oponen a todo lo que consideran una injusticia. Estos niños nacieron después del golpe anterior y han alcanzado la mayoría de edad en la era de internet: sus valores y su formación ya no provienen solo de la familia y de la Iglesia. Están a la vanguardia del movimiento de resistencia y esto tiene un fuerte impacto en la comunidad: muchos sacerdotes y religiosos se emocionan con esta participación”.
Necesidad de negociar
Con todo, el arzobispo de Yangon insistía con todas sus fuerzas en la necesidad de negociar: “No hay alternativa al diálogo. Tememos un derramamiento de sangre a gran escala: el drama de los padres que entierran a sus hijos debe terminar. Por lo tanto, no cesamos en nuestros esfuerzos por llevar a las partes a la mesa de negociaciones. La comunidad internacional y las Naciones Unidas se han pronunciado enérgicamente contra el golpe y la sesión especial de la ONU sobre Myanmar ha pedido un retorno a la democracia. Lamentablemente, hasta el momento no ha habido respuesta del ejército, que, sin embargo, sigue siendo un interlocutor fundamental porque es muy poderoso y controla a la policía”.
“El ejército –proseguía– ha declarado su intención de celebrar nuevas elecciones dentro de un año, pero aún está por verse si esto sucederá. El escenario más oscuro sería la repetición de lo ocurrido en 1988, cuando la junta militar se consolidó y permaneció en el poder por otras dos décadas. Rezamos para que esta vez no suceda”.
En este sentido, destacó que, pese al deterioro de la imagen internacional de Aung San Suu Kyi tras defender la labor del ejército en la expulsión de los rohingya y su éxodo a Bangladesh, dentro de sus fronteras ocurría lo contrario: “Los jóvenes están firmemente con ella, la gente la ama. En las elecciones de noviembre pasado consiguió el 83% de los votos y, cuando vuelva a votar, volverá a ganar. Dentro del país, su autoridad se ha incrementado”.
Una nación de gente trabajadora
Por ello, reclamó a la comunidad internacional que sepa “ver a Myanmar más allá de los partidos políticos y el ejército. Esta es una nación de gente trabajadora que ha sido sometida a duras pruebas durante setenta años. Una vez fuimos el país más rico de la zona, pero ahora estamos entre los más pobres del mundo. Hice un llamamiento a la comunidad internacional para que no mutile nuestra economía mediante sanciones severas: la gente necesita trabajo, necesita comida. Los países extranjeros deben pasar de la condena al involucramiento: las negociaciones son la única salida, no un enfrentamiento aún más duro”.
Y es que al cardenal birmano le preocupaba enormemente la postración social a raíz del grave deterioro de la economía: “Las condiciones eran desastrosas incluso antes del golpe: la pandemia ha sumido a casi el 60% de la población en la inseguridad alimentaria. Las empresas han cerrado y millones de personas han perdido sus puestos de trabajo. El hambre iba en aumento y esta nueva tragedia nos ha golpeado ahora, cuando la gente es más vulnerable”.
Pese a la inmensa crisis, Bo depositaba sus esperanzas en las generaciones presentes y futuras: “Como salesiano y partidario convencido del afecto de san Juan Bosco por los jóvenes, tengo una gran confianza. Y mi corazón llora por ellos. Cuatro o cinco generaciones han visto sus sueños destruidos en este país y hoy los niños luchan, una vez más, para que sus sueños no se conviertan en una pesadilla. No podemos defraudarlos de nuevo”.
Fe en su pueblo
Una confianza que, además, ilustraba con datos: “Myanmar está bendecido con tantas riquezas naturales, pero la humana es el mejor recurso. Casi el 40% de la población es joven: si nuestros líderes valoraran el dividendo demográfico, esta nación podría superar a cualquier vecino rico en una década. Nuestros niños necesitan una buena educación, trabajos decentes y la promesa de un futuro feliz. Lo piden. Estoy seguro de que el espíritu de Don Bosco está con ellos en la lucha, pero temo por su seguridad. ¿Qué pasará si todavía se enfrentan a decepciones y fracasos? Como Iglesia y nación, debemos protegerlos”.
A nivel global, como presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia (ASEAN), el cardenal también señaló el gran peligro en su entorno global: “El virus de las democracias antiliberales y el autoritarismo, que ha infectado a muchos países asiáticos. De los diez estados de la ASEAN, solo dos pueden definirse como verdaderas democracias. Aunque el desarrollo económico ha aumentado, ha tenido un costo enorme en términos de derechos humanos y libertades. Incluso India, que alguna vez fue un faro de la democracia, se ha deslizado hacia una manipulación antiliberal. En las últimas semanas tenemos el triste caso de un sacerdote de 83 años, el padre jesuita Stan Swamy, encarcelado por su trabajo con los pobres”.
“En toda la zona –rechazó enérgico–, la carrera por el desarrollo ha mutilado dos grandes derechos constantemente recordados por el papa Francisco: el económico y el ambiental. Luego está el gran problema de la migración: los países ricos de Asia se han beneficiado de la explotación de mano de obra barata de los estados más pobres. No existe un acuerdo regional de protección laboral y, hoy en día, millones de personas se encuentran fuera de su país, a menudo en condiciones espantosas de esclavitud moderna”.
Visión global
Con una visión preclara e integral de lo que ocurre en Myanmar y en toda Asia, Bo cerró la entrevista recordando “a los pueblos indígenas, a los que hemos dirigido nuestra atención gracias al Sínodo sobre la Amazonía y la encíclica Laudato si’, que han pedido un mayor respeto por su forma de vida y una mayor protección de la naturaleza. En Asia hay una vasta área, que se extiende desde los mares del sur de China hasta las áreas centrales de la India, donde los pueblos indígenas alguna vez vivieron en armonía con la naturaleza. Pero, hoy, estos pueblos se reducen en número y el estilo de vida actual amenaza cada vez más su propia supervivencia. No podemos mirar a otro lado”.
Aunque fuera por una terrible crisis (que no se ha cerrado, pues Myanmar sigue bajo el yugo de los militares, como él temía hace cuatro años), el mundo pudo conocer qué aportaría Charles Bo desde la Cátedra de San Pedro: un pastor valiente, audaz, profético y con una visión política compleja, concreta y aterrizada. Una buena vacuna en tiempos de auge de los populismos.
Por último, tras “el gran terremoto del siglo” que Myanmar sufrió hace menos de dos meses, qué duda cabe de que sería un regalo único a un pueblo crucificado. Una caricia de Dios en una periferia que tanto lo necesita.