Álvaro Ramos es sacerdote y misionero en Honduras. Participa en la Asociación ACOES Honduras, premio Derechos Humanos Rey de España de 2020 del Defensor del Pueblo, por su ayuda a niños sin recursos. Licenciado en Derecho, máster en una escuela de negocios, trabajó para bancos y gigantes inmobiliarios. Lo dejó todo por el Evangelio, que considera su mejor inversión.
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PREGUNTA.- ¿Qué hace un banquero metiéndose a cura?
RESPUESTA.- Invertí muchos años preparándome para el mundo económico y descubrí en el Evangelio la mejor inversión. El mundo empresarial tiene una labor clave en la sociedad porque ofrece bienes y servicios, y crea empleo. Sin embargo, los que invierten tienen que ser conscientes de que su impacto podría ser mejor en sí mismo si tuviera una mayor función social.
Me di cuenta de que el dinero que yo ganaba no sabía para qué lo quería. Hay muchas personas que no les da para vivir y hay una parte de la sociedad a la que le sobra. Yo tenía mi casa pagada, mi coche y ahorraba. Pero cuando estás en ese mundo no te das cuenta de la realidad.
Es la parábola del Evangelio acerca del rico y el granero. Si guardo el dinero, no sirve para nada. Me di cuenta de que la mejor inversión de una vida es mejorar el mundo. Si guardas, corres el riesgo de no tener resultado. Si inviertes, acabas por necesidad en el Evangelio.
Hoja de ruta para invertir
P.- ¿El Evangelio es un manual para inversores?
R.- La gente de la empresa suele acabar en la filantropía porque se da cuenta de que les sobra. Mejor que tener inversiones es sacar el mejor jugo a la vida, dejar la mejor huella. Y la mejor manera que yo entiendo es el Evangelio. Es una hoja de ruta para invertir lo mejor de nosotros en los demás. Vemos, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Valencia. Hubo inversiones que no se hicieron por ahorrar. Si hubiésemos pensado en la ayuda que prestaba ese dinero, quizás las cosas habrían sido de otra forma. En el mundo de la pobreza es igual. Hay situaciones en la sociedad que hacen daño porque nadie considera la pobreza una inversión. Si consideramos la mejor manera de mejorar el mundo, nos damos cuenta que las consecuencias desde el Evangelio son buenas en ese cometido. Europa es un ejemplo de ello. Con todos sus defectos, es una sociedad bastante justa y la raíz de eso tiene que ver con la Iglesia. Fue esta la que tuvo una visión para invertir en una sociedad mejor.
P.- También en España.
R.- Sí. En España, la Iglesia educó durante años a la sociedad española, fue la institución que se preocupó de dar servicios sanitarios y beneficencia. Se apostó por gastar tiempo y recursos en los mejores resultados porque invertir en el Evangelio resolvía los problemas del mundo. Ahora, los anglosajones hablan de inversiones de alto impacto. El Evangelio supera y complementa a cualquier teoría económica en ese sentido.
P.- ¿Qué tiene que ver emprender con ser cristiano?
R.- El primer emprendedor de la Historia es Dios porque hace el universo. Y no lo acaba para darnos la oportunidad de continuar su obra. La pregunta es qué hace un cura que no emprende. Qué hace un cristiano que no emprende. Dios nos ha delegado la administración del mundo. Te convierte en parte de la realidad para que la transformes. Por tanto, la esencia del católico está en emprender para realizar esa transformación.
P.- ¿Cómo cambió su paradigma de emprendimiento al ordenarse?
R.- Tenía la inquietud de ayudar, de buscar el mejor destino a mis acciones. Y cada uno debe resolver el problema de la pobreza con sus recursos y talentos. Aún no tenía la vocación sacerdotal. Eso fue algo que fui adquiriendo porque descubrí las soluciones al problema de la pobreza, a los márgenes del camino, en el Evangelio.
Me di cuenta que las organizaciones no resolvían el problema porque en la extrema pobreza sólo encuentras a los misioneros. Busqué misiones porque pensé que era el mejor sitio donde podía invertir mis esfuerzos y encontré al padre Patricio, que estaba comprometido con los lugares más pobres de Honduras. Faltaban muchas cosas y muchas manos. Así que vi que la mejor manera era hacerse sacerdote.
P.- ¿Y qué retorno de inversión se obtiene del Evangelio?
R.- A través del Evangelio, te ayudas a ti mismo a través de la ayuda a los demás. Lo mejor que puedes hacer con tu vida es un mundo más justo. El mundo material nos mete en la cabeza la necesidad de tener cosas y la realidad es que eso no nos hace más felices. La gente no es feliz donde hay de todo. La verdadera felicidad se obtiene si ves que tu vida sirve para mejorar las cosas. Acércate al pobre porque te da la oportunidad de que le des y veas la hipocresía y el sinsentido de la necesidad de tener tantas cosas.
Es un acicate para descubrir tu propia mentira. Por ejemplo, cuando me dicen que Honduras es inseguro, les digo que España lo es, pues, cuando salgo a la calle en Madrid o Barcelona, puedo meter la pata con el materialismo. La cabeza se me va a cosas no importantes. Aquí veo niños descalzos, personas en la calle…
Eso me ayuda a tener los pies en el suelo. Hay gente que piensa que los misioneros son ingenuos porque se entregan a los demás, pero lo que quieren es ganar la vida siendo útil y sirviendo al Evangelio. El misionero juega sobre seguro. No se le va la cabeza en tonterías. Estar con los pobres es un atajo para que tu vida tenga sentido.
Sacramentos y formación
P.- ¿Qué aporta a un sacerdote haber sido banquero?
R.- Es necesario un mundo capitalista ordenado. No se trata de que todo el mundo vaya a las misiones. Son mundos que interactúan y se necesitan. Cada cuál debe cargar con su cruz: unos con su pobreza y otros con su riesgo materialista. Cada uno debe estar atento. Por eso, la liturgia y los sacramentos son una brújula para soportar las trampas que conllevan estos problemas. Pero la formación es un aliado útil para ayudar a los pobres.
Existe la tentación de pensar que ayudar no exige formarse, ni organizarse. Es una actitud ingenua. Se necesitan organizaciones y expertos para obtener recursos y resolver los problemas del mundo. Atender la pobreza exige el mismo nivel de organización y formación o incluso más que una empresa. Dios ha hecho que asumamos el reto, la empresa de transformar la realidad. Esa misión requiere gente preparada y formada. Los sacerdotes y monjas se vuelven emprendedores porque la necesidad les empuja a ello, pero deben tener herramientas para conseguirlo.
P.- ¿Cómo afecta esa mentalidad empresarial a la Iglesia?
R.- Parece que nos hemos olvidado del impacto social, cultural e histórico de la Iglesia. Una Iglesia fuerte y bien organizada es un beneficio para todos. Porque, puede cometer errores, pero da un paso al frente para transformar la realidad. La doctrina social de la Iglesia está llena de esos mensajes. Explicita que el trabajo y la empresa son buenos, pero hay que orientarlos desde el Evangelio. Detrás de todas las órdenes religiosas hay esa percepción emprendedora.
P.- ¿Y cómo le ha afectado a usted el cambio?
R.- Soy una persona normal con capacidades útiles para la sociedad. Sólo hago lo que la Iglesia ha hecho y hace: dar lo mejor de uno mismo para poner esa capacidad al servicio de los pobres. Para mí ha sido una gran oportunidad para desarrollar mi vida a mejor.
Las familias deben tener esa percepción para que las vocaciones no desaparezcan. La infelicidad materialista va en paralelo a la falta de vocación. Una sociedad basada en emociones, ‘tweets’ y materialismo no puede funcionar. Una sociedad probada en unos valores orientados a mejorar el mundo, sí.