Las dos almas de Bernini, al descubierto

El ‘Ánima bienaventurada’ Y el ‘Ánima condenada’

Más allá de la impresionante huella que Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 1598–Roma, 1680) dejó en Roma –donde trabajó para ocho pontífices, desde Pablo V hasta Inocencio XI–, es reconocido su vínculo con Francia. A París acudió en 1664 a la llamada de Luis XIV, aunque finalmente la reforma del gran Palacio del Louvre fue encargada a Claude Perrault. En los seis meses en París, Bernini apenas erigió una estatua a caballo del llamado Rey Sol, hoy en la Galería Borghese en Roma. Sin embargo, “casi nunca se habla de la relación que tiene Bernini con España”, sostiene Helena Pérez Gallardo, profesora titular de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid.



Pérez Gallardo es comisaria –junto a la directora de los Museos Vaticanos, Barbara Jatta– de ‘Las Ánimas de Bernini’, la exposición que en la Pinacoteca Vaticana exhibe las dos tempranas esculturas que el genio napolitano creó en 1619 con apenas 20 años y que son el “mayor tesoro” de la Embajada de España ante la Santa Sede: el Ánima bienaventurada y el Ánima condenada. “Es evidente el simbolismo religioso en las dos obras expuestas. Una figura aparece arrebatada en la contemplación del paraíso, mientras que la otra manifiesta su horror y sufrimiento ante la visión del infierno”, describe Jatta.

Los dos famosos bustos de mármol fueron donados a San Giacomo degli Spagnoli en 1632 por el cardenal español Pedro Foix Montoya, quien llegó a ser administrador de la iglesia de Piazza Navona. Y él fue, sin duda, uno de los primeros en intuir el genio de Bernini. Tan temprano que le encargó su propio busto en 1622, que hoy protagoniza su monumento fúnebre en Santa Maria in Monserrato, actual iglesia nacional de España. Pérez Gallardo mantiene el papel protagonista del purpurado, pese a que –ya en 1980– el sacerdote Justo Fernández Alonso defendió que aquella donación la hizo Fernando Botinete Acevedo, español residente en Roma, a la cofradía de la Santísima Resurrección, con sede en la misma iglesia de la Congregación de Santiago de los Españoles.

Relación con España

En cualquier caso, como afirma Pérez Gallardo, esas dos famosas obras marcan el inicio de la “relación de Bernini con España, con la Monarquía Hispánica, que va a continuar, aunque sea de manera irregular, con muchos altibajos”. La comisaria enumera el Cristo en la cruz en bronce, encargo del duque de Terranova para Felipe IV –hoy en la Galería de Colecciones Reales en Madrid–, y la escultura del propio rey que todavía permanece junto al pórtico de Santa Maria la Maggiore, iglesia en la que está enterrado Bernini y de la que el monarca fue protocanónico. Y sin duda se suman otros encargos de mecenas españoles, como el cardenal Pascual de Aragón, el duque del Infantado o el marqués de Carpio para la propia Ciudad Eterna, vínculo que concluye con el imponente Éxtasis de Santa Teresa de Santa Maria della Vittoria.

Las Ánimas de Bernini –la bienaventurada y la condenada– pudieron verse en el Museo del Prado hace ahora diez años, en la gran exposición del catedrático Delfín Rodríguez Ruiz, fallecido hace dos años. Fue la primera vez que las dos almas del genio napolitano salieron de Italia. Pérez Gallardo las define como “el plato fuerte de nuestro patrimonio”, y con ellas da continuidad a la muestra madrileña reivindicando la relación de Bernini con España, pues el artista viró desde “un sentimiento de rechazo” a sentirla como “el alma bienaventurada”, según describe, aludiendo al último encargo: la gran maqueta de los Cuatro Ríos, hoy en el palacio de Blenheim (Gran Bretaña). Incluso la comisaria expande en la exposición, y sobre todo su catálogo, estos vínculos de España –y su Embajada– con el propio Vaticano, con Roma.

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