Unos de los frutos de la vocación del sacerdote italiano Luis Orione (1872-1940) fue la congregación Pequeña Obra de la Divina Providencia, siendo conocidos hoy sus hijos espirituales como “orionistas”. Presentes también en España, en 1999 se dio la circunstancia de que tuvieron que cerrar sus tres seminarios. Pero, lejos de verse como una noche oscura, fue una oportunidad para muchos de sus religiosos. Como Miguel Ángel Bombín, al que, “tras diez años de sacerdocio, se me ofreció la posibilidad de salir a la misión”.
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Y acabó en Venezuela, continuando “una presencia que habían inaugurado los orionistas de Brasil, trabajando mano a mano con Cáritas” en dos significativas localidades: “Barquisimeto, ciudad de casi un millón y medio de habitantes, a 350 kilómetros de Caracas; y Caraballeda, ciudad costera en el estado de La Guaira, a 60 kilómetros de la capital, en un enclave más empobrecido”.
Para personas con discapacidad
Tras 25 años en Venezuela, comparte la pastoral entre este país americano y España, en su condición de viceprovincial de la congregación. Así, es testigo activo de un alud de pequeños grandes milagros: “En Barquisimeto contamos con dos centros para el acompañamiento a personas con discapacidad. Uno es el Pequeño Cottolengo Don Orione, donde viven 95 adultos, y el otro es el Honim, un hogar para 65 niños, adolescentes y jóvenes. De este último depende otro espacio que ofrece a otros menores apoyo escolar, rehabilitación, alimentación y servicio médico”.
A un nivel pastoral, “en el municipio contamos con el Seminario Don Orione, donde se forman nuestros aspirantes, y llevamos la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe”. Un ámbito “muy pujante, como demuestra la peregrinación por la Divina Pastora, que, el 14 de enero, movió en Barquisimeto a dos millones de personas, en lo que es la segunda muestra de religiosidad popular más grande de toda América Latina, tras la de Guadalupe, en México. A lo largo de los 7,5 kilómetros de camino, los fieles acompañaron a la imagen de la Virgen desde su santuario hasta la catedral”.
Eso sí, este año todo fue distinto por la situación política, pues cuatro días antes Nicolás Maduro había jurado la presidencia en plena represión contra la oposición, liderada internamente por una María Corina Machado que llegó a ser detenida durante unas horas tras una multitudinaria protesta en Caracas. Como detalla Bombín, “se palpaba un ambiente de tristeza, desencanto, desamparo y frustración, sintiendo la mayor parte de la población que está sufriendo algo que no ha elegido. Hay una unión cívico-político-militar que tiene el control de todas las instituciones y que se ha impuesto, cuando todos sabemos, los que han votado a unos y a otros, cuál fue la realidad de las urnas el pasado 28 de julio”.
Se imponía la fuerza
Algo que se plasmó “en la propia toma de posesión presidencial de Maduro, cuando se cerraron las fronteras y se colocaron misiles antiaéreos alrededor de la Asamblea Nacional. Símbolos de que lo que imponía no era sino la fuerza… Eso lo palpamos nosotros en medio de un impactante silencio, en una aparente tranquilidad que es preocupante. Con todo, a esa tristeza le acompaña una cierta esperanza de que algo pueda pasar y lo cambie todo. María Corina Machado y Edmundo González son una burbuja de ánimo y esperanza. La situación no es como años atrás, cuando la gente estaba resignada. Este no ha sido un punto final, sino que estamos ante una nueva etapa que no sabemos qué nos deparará”.
Otro pilar de Don Orione es la pastoral familiar, en torno “los Encuentros de Matrimonios con Cristo (EMC), en una triple clave basada en la oración, la contemplación y la acción. Esta dinámica de integración, que busca que personas alejadas de la Iglesia se involucren en distintas respuestas evangélicas, también se ha extendido a adolescentes y jóvenes, dando lugar a los Encuentros de Jóvenes con Cristo (EJC)”.
Desde “una gran sencillez, esta pastoral familiar es una experiencia muy bella y ha tenido mucho eco. Desde la parroquia, ha llegado a otras 50 comunidades de Barquisimeto y a otras diez diócesis, comprometiendo a mucha gente a la hora de ofrecer un servicio social y de caridad. En 2018, en un momento en el que arreció la crisis nacional, estas familias se volcaron en la alimentación y el acompañamiento a muchas personas vulnerables, con una especial a atención a los ancianos y niños, que se quedaron solos al tener que emigrar, respectivamente, sus hijos y padres”.
Con las personas sin hogar
Un gran ejemplo es “la olla comunitaria, que cada domingo ofrecemos a personas en situación de calle. Algo que cambió durante la pandemia, cuando íbamos casa por casa repartiendo la comida para que la gente no muriera de hambre”.
A nivel sanitario, “como los hospitales están muy desabastecidos y es difícil el acceso a las medicinas, se apostó por un programa con fármacos llegados de España. Varias salas de la parroquia se han convertido en consultorios médicos, colaborando con nosotros doctores voluntarios e instituciones como Cáritas”.
Además, “tenemos unos 600 voluntarios con los que podemos contar cuando hace falta. Por ejemplo, en una verbena que organizamos una vez al año para niños impedidos. O en el pote de la caridad, con el que recogemos dinero para estos chicos. Vamos por la calle con pancartas en un ambiente muy festivo. Esta es, sin duda, una Iglesia en salida”.
Un gran dinamismo
Aunque “nos hemos visto muy empobrecidos porque, con la emigración, se nos ha ido mucha gente”, en las comunidades” aún late un gran dinamismo. Lo mismo me cuentan otros sacerdotes en el extranjero, que admiran la fuerza que llevan allí los venezolanos que han debido abandonar su hogar. Se están moviendo muchos corazones y es un signo de esperanza”.
A nivel personal, Bombín reconoce que “en Venezuela he vivido un cambio de paradigma, encontrándome con una comunidad eclesial muy activa, dinámica y acogedora. Recuerdo lo que me dijeron al llegar: ‘Has dejado a tu familia, pero aquí vas a tener cien familias’… Y fue verdad. Los orionistas estamos muy insertados en las familias y en los ambientes en los que nos movemos. Tanto en Barquisimeto como en Caraballeda, puedo enriquecerme con la humanidad de las personas, admirando su alegría y entusiasmo por la vida. Aquí no hay lugar para el pesimismo, sino que todo se comparte alrededor de una arepa o un café, sintiendo que caminamos de la mano”.
También “ha sido un redescubrir de la responsabilidad de los laicos en la vida de la Iglesia. Nuestra pastoral familiar es muy rica y hoy vemos cómo muchos de los jóvenes encabezan los encuentros, acompañando y cuidando a otros como ellos. Estos espacios son una escuela de responsabilidad, compromiso, formación y trabajo en equipo. Sin ser yo muy creativo, me he sorprendido con sus muchas iniciativas, siempre con criterio y destinadas a hacer el bien. Son una esperanza para la Iglesia y, de hecho, han surgido ahí vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa, al diaconado permanente o a ministerios como el del catequista o el celebrador de la Palabra”.
Al pie de la cruz
Algo que tiene su resonancia en la compleja situación política del país, “tocándonos estar al pie de la cruz y caminando junto a nuestro pueblo. Todos vamos viendo el deterioro brutal del ambiente socio-económico, donde la clase media ha desaparecido y la mayoría de los que quedan viven de una pensioncita de cinco dólares y del bono de guerra de los jubilados, que suman otros 40 dólares. Con eso tienen que sobrevivir, compaginando varios trabajos. Eso sí, compartiendo lo poco entre todos, solidarios. Para mí, ha sido toda una lección de vida, admirado de este signo del amor de Dios”.
Otro testimonio es el de Fernando Rosell Garmendia, miembro del Voluntariado Orionista Misionero de la Caridad, ligado al Pequeño Cottolengo Don Orione de Barquisimeto. Tras una década de entrega a los otros, “seguimos sintiendo la necesidad de cruzar las paredes del hogar y darle vida a las palabras del papa Francisco: ‘Vayan a las periferias existenciales’”.
Guiados por esta frase, “acompañamos a las personas en el vertedero municipal, en cárceles, en residencias de ancianos y en un hospital psiquiátrico. Preparamos la comida en el propio lugar, en un fogón improvisado, que nos permite pasar mucho tiempo con ellos, hablar, y hacer que se sientan queridos, benditos, especiales y útiles. Una labor sencilla y que consiste en secar sus lágrimas y hacer que estos hermanos reciban un pequeño gesto de caridad que les una a la Iglesia y experimenten el amor de Dios. Somos un pequeño instrumento para hacerles llegar la caricia de Dios y la dulzura de la Madre a nuestros asistidos. En definitiva, somos pobres que ayudan a otros pobres. Porque, como decía don Orione, ‘el bien siempre, el mal nunca a nadie’”.
Reportaje publicado en el número 48º de ‘Somos CONFER’.