Hace más de 5.000 años, los egipcios concibieron una forma de entender y condicionar el ritual religioso y la relación del hombre con Dios. La actividad religiosa implicaba una fe, pero también unas prescripciones y unas obligaciones. Un orden que se plasmaba en los relatos del génesis en las antiguas cosmogonías. Y este orden podía cuantificarse de manera matemática, gestando así la geometría sagrada.
Los pioneros de las leyes matemáticas trataron de descubrir la relación numérica de esa naturaleza de origen divino para poder describir y gestionar el mundo natural y, en ocasiones, atribuyeron a los números propiedades taumatúrgicas.
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En ese sentido, el templo cumplía una doble faceta: establecía los parámetros en los que el ser humano y Dios interaccionaban, y representaba materialmente el orden de la realidad. “La geometría sagrada condiciona estas relaciones para que las actividades religiosas, rituales, puedan integrarse dentro de lo que es la satisfacción del hombre y que el hombre pueda ver realizadas en el templo sus expectativas en todos los sentidos.
Es decir, tiene éxito cuando el que va al templo vuelve satisfecho habiéndose llevado algo de lo que esperaba de él”, explica a Vida Nueva José Ignacio López de Silanes, profesor emérito de Matemáticas de la Universidad Autónoma de Madrid y docente de Geometría Sagrada, especialidad que le ha llevado a investigar las relaciones matemáticas de templos de todo el mundo que explican la combinación entre los números, la fe y la naturaleza.
El cuadrado largo
Así, se perfilaron distintos modelos geométricos que respondían a estos criterios. Primero, la pirámide, que, a partir de Imhotep y sus coetáneos, sirvió para trabajar las relaciones de igualdad de áreas con el cuadrado para vincular al hombre con Dios en la persona del faraón, con un simbolismo ascendente que permeó en aspectos como las trinidades. Relaciones reproducidas luego en catedrales medievales.
Luego, el cuadrado largo. “Son dos cuadrados, uno dedicado a la tierra y el otro al cielo, uno dedicado a los hombres y el otro al clero, uno dedicado al hombre y el otro a Dios. Entonces, se concibe el templo como un interfaz entre nuestro mundo y el mundo divino. Una puerta de contacto“, continúa López de Silanes. Y, por supuesto, la cruz cristiana como composición armónica de puntos, líneas y figuras.
Monasterio de San Antonio de La Cabrera (fuente Comunidad de Madrid)Todo lo que integra el templo es tratado a través de dichas relaciones matemáticas para guardar “una armonía que, a menudo, conlleva una experiencia estética dentro de una ergonomía relacionada con la dimensión y el carácter humanos”, concluye el profesor.
Por supuesto, el mobiliario, la jerarquía y significado de cada espacio, y hasta la luz y el sonido han sido sometidos al proceso de esos números. Ábsides utilizados como amplificadores de distintos tonos sonoros para alcanzar un egregor o consciencia colectiva, como en el caso del templo del monasterio de La Cabrera; calendarios solares que indican fechas señaladas como en la iglesia templaria de la Vera Cruz en Segovia o los advenimientos de Cristo en el muro del crucero y el retablo del monasterio de San Juan de Ortega de Burgos.
La geometría sagrada trasciende el mero cálculo matemático para convertirse en un lenguaje que conecta lo humano con lo divino. A través de formas cuidadosamente estudiadas y cargadas de simbolismo, el templo logra materializar un orden celestial en el mundo terrenal, permitiendo que quienes lo visitan experimenten una conexión espiritual y estética.
Desde las antiguas pirámides egipcias hasta las catedrales medievales y monasterios españoles, la combinación de números, fe y naturaleza demuestra que el espacio sagrado es, en esencia, un reflejo armónico de una realidad superior donde la religión, el arte y la ciencia convergen.