Osoro clausura el Año Santo de san Isidro: “No hagáis caso de profetas de calamidades que dividen”

El cardenal arzobispo de Madrid cierra el jubileo por los 400 años de la canonización del patrón de la capital de España

“No ha sido un año más”. Es la primera reflexión que compartió el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, en la misa con motivo de la festividad de san Isidro Labrador en la colegiata donde se veneran los restos del patrón de Madrid. De hecho, se calcula que más de 200.000 peregrinos han pasado a lo largo de este año por su sepulcro.  



El purpurado presidió la eucaristía de clausura del Año Jubilar concedido por el Papa Francisco por los 400 años de su canonización que, concelebraron, entre otros, el cardenal emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y el cardenal claretiano, Aquilino Bocos. Junto a ellos, también se encontraban los obispos auxiliares de Madrid y Getafe. También acudieron al templo el alcalde de la capital, José Luis Martínez Almeida; la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso; la vicealcaldesa de la capital, Begoña Villacís, así como otras autoridades y algunos de los candidatos a las elecciones del 28M.

Caminar en sinodalidad

“No hagáis casos de profetas de calamidades que dividen al hombre”, expuso el vicepresidente del Episcopado español en una homilía en la que abordó el perfil de san Isidro a partir de tres verbos: escuchar, caminar y anunciar. “Caminemos todos juntos en sinodalidad, sintiéndonos parte del Pueblo Santo de Dios”, completó.

A partid de ahí, hizo un llamamiento a los presentes a “ser constructores de fraternidad” al estilo de labrador madrileño, que “no excluye absolutamente a nadie y regala esa mirada misericordiosa de Jesús”. Así, le presentó como “modelo de caridad cristiana para todos los que iban en búsqueda de su consejo y su cercanía”.

No a los enfados

En una alocución empapada de menciones explícitas e implícitas al magisterio de Francisco, pero también a Juan Pablo II y Benedicto XVI, el cardenal reivindicó una Iglesia que sea capaz de contagiar “la belleza de la fe y del Evangelio”. “Un anuncio de Cristo no lo pueden anunciar hombres y mujeres enfadados, sin alegría”, aseveró.

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