Visvaldas Kulbokas: “La guerra no es un juego y no tiene vencedores”

Visvaldas Kulbokas, nuncio en Ucrania

Cuando hace un año todo el cuerpo diplomático abandonaba Ucrania, Visvaldas Kulbokas no se fue. El nuncio que no dejó atrás su misión conversa con Vida Nueva en vísperas del Miércoles de Ceniza, cuando solo quedan dos días para que se cumpla un año del inicio de la invasión rusa al que, desde junio de 2021 es su país. Desde la nunciatura, el arzobispo lituano, que desembarcó en tierras ucranianas solo ocho meses antes del comienzo de la ofensiva sin razón de Vladímir Putin, continúa trabajando por la paz y, sobre todo, para que nadie pierda la esperanza. Ojalá esta Cuaresma sea el momento en el que se depongan las armas, pero no confía especialmente el embajador papal en que esas sean las intenciones de Rusia.



PREGUNTA.- Un año después, ¿cómo es ahora la situación?

RESPUESTA.- Un año más tarde, hay algunos lugares en Ucrania, como Járkov, que atraviesan dificultades similares todo el tiempo, es decir, frecuentes bombardeos. Yo, en cambio, estoy en Kiev, y aquí la situación ha cambiado: a finales de febrero del año pasado, se oían disparos en la ciudad, a veces a 500 o 600 metros de la Nunciatura. Las defensas de la ciudad y los grupos de paracaidistas rusos se enfrentaban. Luego, en marzo, llegó la época en que la artillería disparaba continuamente contra los límites de la ciudad, y se oía muy bien.

Ahora, sin embargo, Kiev no está cercada, no se oyen disparos de artillería, pero cada 10 o 12 días aproximadamente, hay ataques con misiles y drones. Además, también hay muchas otras ocasiones en las que no se oyen ni se ven explosiones, pero la ciudad se paraliza debido a las alertas que advierten del riesgo de ataques con misiles. Durante esas horas, los bancos, las gasolineras y las tiendas no funcionan. Esto también supone una gran complicación.

Misión diplomática

P.- ¿Cuál es el rol que está jugando usted como nuncio en este conflicto?

R.- Muchas diplomacias del mundo buscan la manera de facilitar la búsqueda de la paz. La Santa Sede es una de ellas. No puedo describírselas aquí en detalle para no perjudicar esos intentos. Pero, hasta ahora, todos esos intentos han tenido resultados insuficientes. Solamente han tenido éxito las negociaciones en relación con el intercambio de prisioneros. No es que la Santa Sede por sí sola haya tenido éxito en ello, sino en el sentido de haber colaborado con otros socios.

P.- En estos momentos, ¿hay problemas para hacer llegar la ayuda humanitaria?

R.- Se trata de un problema enorme: en marzo o abril, prácticamente nadie pudo hacer llegar ayuda a los lugares más difíciles, como Mariúpol. Allí, la gente llegó a beber agua de los radiadores, del sistema de calefacción. Y nosotros no pudimos llegar hasta ellos. Con nosotros quiero decir el cardenal Konrad Krajewski, limosnero del Santo Padre y enviado del Papa a Ucrania, y yo mismo.

Incluso ahora hay grandes dificultades para hacer llegar la ayuda a los lugares cercanos al frente. Hace unos días, un sacerdote católico y una monja resultaron heridos en un bombardeo cuando llevaban ayuda a la región de Járkov. Lo mismo ocurrió en Jersón. Al riesgo de los bombardeos se añaden las dificultades causadas por las carreteras y puentes dañados y la presencia de minas. Existe el riesgo de chocar con una mina hasta en un 30% de todo el territorio ucraniano…

P.- ¿Siente usted al Papa cerca? ¿Y el pueblo ucraniano le siente cerca?

R.- Personalmente siento la total cercanía del Santo Padre siempre, incluso cuando no lo dice. Pero hace unos días un ortodoxo me dijo que le impresionaba que incluso haya un libro que se publicó el pasado diciembre para recoger las palabras del Papa sobre Ucrania pronunciadas desde febrero de 2022. ¡Un libro! Eso sí, esto no es garantía de que todos los ucranianos sientan la cercanía del Santo Padre de esta manera. Pero a quienes tengan dudas, siempre les sugiero releer la hermosa -y muy clara- carta que el Santo Padre dirigió a los ucranianos el 25 de noviembre.

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