Francisco a la Iglesia de Sudán del Sur: “Nuestro deber es ensuciarnos las manos por la gente”

Francisco ha hecho un encargo a la Iglesia sudsudanesa: “Nuestro primer deber no es el de ser una Iglesia perfectamente organizada, sino una Iglesia que, en nombre de Cristo, está en medio de la vida dolorosa del pueblo y se ensucia las manos por la gente”. Es el desafío que les planteó esta mañana a obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y seminaristas reunidos en la catedral de Santa Teresa de Juba, en el marco de la segunda etapa de su gira africana con la que busca asentar el proceso de paz en Sudán del Sur.



Rememorando la oración celebrada en 2017 y el retiro con los políticos de 2019 en Roma, el pontífice argentino planteó la urgencia aterrizar esta encomienda en hechos concretos: “Hermanos y hermanas, para interceder en favor de nuestro pueblo, también nosotros estamos llamados a alzar la voz contra la injusticia y la prevaricación, que aplastan a la gente y utilizan la violencia para sacar adelante sus negocios a la sombra de los conflictos”. A la par, les alertó de que “no podemos permanecer neutrales frente al dolor provocado por las injusticias y las agresiones porque, allí donde una mujer o un hombre son heridos en sus derechos fundamentales, se ofende a Cristo”.

Signo de liberación

Y lo hizo bajo la atenta mirada del presidente de la Conferencia Episcopal y obispo de El Obeid, Tombe Trille,    que le dio la bienvenida en nombre de la Iglesia loca. Como hilo conductor de sus palabras, al igual que sucediera en su alocución a las autoridades en la tarde anterior, Jorge Mario Bergoglio se sirvió del Nilo, “espina dorsal” del país africano, para subrayar que “las aguas del gran río nos evocan la historia de Moisés y, por eso, son signo de liberación y de salvación”.

“Contemplando la historia de Moisés, que guio al Pueblo de Dios por el desierto, preguntémonos qué significa ser ministros de Dios en una historia marcada por la guerra, el odio, la violencia y la pobreza”, planteó a sus interlocutores. Como respuesta, les instó a actuar con “docilidad” e intercesión” para hacerse presentes “a lo largo de la orilla de un río bañado por tanta sangre inocente, mientras que los rostros de las personas que se nos confían están surcados por lágrimas de dolor”.

Ambiciones desmedidas

Para ello, les animó a abandonar el individualismo para que “acojamos con mansedumbre su iniciativa antes de centrarnos en nuestros proyectos personales y eclesiales; pues la primacía no es nuestra, sino de Dios”. “Este dejarnos modelar dócilmente es lo que nos hace vivir el ministerio de manera renovada”, añadió para generar una conversión interior que “queme la maleza de nuestro orgullo y de nuestras ambiciones desmedidas y nos haga humildes compañeros de viaje de las personas que se nos encomiendan”.

A la par, sumó un mensaje constante en su pontificado al clero de todo el planeta: “No somos los dueños del pueblo, sino siervos que se inclinan a lavar los pies de los hermanos y las hermanas; que no somos una organización mundana que administra bienes terrenos, sino la comunidad de los hijos de Dios”. Bergoglio hizo hincapié en que, “ante el Buen Pastor, comprendemos que no somos los jefes de una tribu, sino pastores compasivos y misericordiosos!”.

Contar con los laicos

En este sentido, expuso que “nunca debemos ejercitar el ministerio persiguiendo el prestigio religioso y social, sino caminando en medio y juntos, aprendiendo a escuchar y a dialogar, colaborando entre nosotros ministros y con los laicos”.

Pero, sobre todo, el Papa invitó a los consagrados sudsudaneses a implicarse y dar la cara por su gente. Literalmente, les dijo que “interceder es, por tanto, descender para ponerse en medio del pueblo, “hacerse puentes” que lo unen con Dios”. Es más, aclaró que “interceder ‘no quiere decir simplemente ‘rezar por alguien’, como casi siempre pensamos”.

Caminar en medio

“A los pastores se les pide que desarrollen precisamente este arte de “caminar en medio”: en medio de los sufrimientos y las lágrimas, en medio del hambre de Dios y de la sed de amor de los hermanos y hermanas”, presentó como prioridad para la Iglesia en el país.

Desde ahí, hizo un llamamiento sinodal para que todo el clero para que trabajen “juntos”, con una mención especial a los consagrados, por los que pidió “respeto de la maravillosa especificidad de la vida religiosa”. “Es muy triste cuando los pastores no son capaces de comunión, ni logran colaborar entre ellos, ¡incluso se ignoran!”, dejó caer a los pastores sudsudaneses. Como alternativa, les instó a que “cultivemos el respeto recíproco, la cercanía, la colaboración concreta. Si eso no sucede entre nosotros, ¿cómo podemos predicarlo a los demás?”.

El peaje del martirio

Francisco lanzó esta reflexión consciente del peaje extremo que implica en uno de los países más inseguros del planeta. Así, admitió que “estas manos proféticas, extendidas y alzadas cuestan trabajo”. “Ser profetas, acompañantes, intercesores, mostrar con la vida el misterio de la cercanía de Dios a su Pueblo puede requerir dar la propia vida”, aseveró, consciente de los mártires que la guerra ha dejado tras de sí: “Muchos sacerdotes, religiosas y religiosos fueron víctimas de agresiones y atentados donde perdieron la vida. En realidad, su existencia la ofrecieron por la causa del Evangelio y su cercanía a los hermanos y hermanas nos dejan un testimonio maravilloso que nos invita a proseguir su camino”.

No pasó por alto mencionar al fundador de los combonianos, Daniel Comboni, y “su gran labor evangelizadora” en el país: “Él decía que el misionero debía estar dispuesto a todo por Cristo y por el Evangelio, y que se necesitaban almas audaces y generosas que supieran sufrir y morir por África”.

 

 

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