Davide Prosperi: “Francisco intervino para que Comunión y Liberación no se disperse ni se pierda”

Presidente de la Fraternidad Comunión y Liberación

El viernes 13 de enero, el presidente de la Fraternidad Comunión y Liberación fue recibido por el papa Francisco en audiencia privada. Una cita que llega apenas un año después de que Davide Prosperi, un profesor de bioquímica de 51 años, asumiera el liderazgo del movimiento.



Casado y padre de cuatro hijos, este milanés era vicepresidente desde 2011 y se puso al frente de esta realidad en un tiempo convulso tras la dimisión del sacerdote español Julián Carrón en cumplimiento del decreto general que limita los mandatos en las asociaciones públicas de fieles.

PREGUNTA.- Se ha visto con el Papa. ¿Le ha dado más trabajo del que ya tiene?

RESPUESTA.- ¡Es una buena broma! Ahondando en esa idea, es así: conocer al Santo Padre, en mi caso en nombre de todos los miembros de Comunión y Liberación, siempre te ofrece la oportunidad de emprender nuevos trabajos, de relanzar las propias responsabilidades. Y, por todo esto, el encuentro en sí mismo es ya una gracia. Como he escrito en una carta al movimiento después de esta cita, el Papa ha confirmado su estima por nuestra experiencia y nos animó a continuar el camino emprendido. Su afectuoso apoyo, que pudimos experimentar claramente en la audiencia que nos concedió a todo el movimiento el 15 de octubre en la Plaza de San Pedro, es para nosotros el punto de partida.

El Santo Padre también reiteró que cuenta con nuestro apoyo para su “profecía por la paz”. Sentimos mucho esa responsabilidad y estamos comprometidos con nuestras comunidades en todo el mundo para organizar convocatorias públicas de oración y de debate para secundar el compromiso del Papa con la paz. La próxima reunión está programada en Roma el 20 de enero y contará con la presencia del secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, Paul Richard Gallagher, y el periodista Marco Tarquinio, director de Avvenire, el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana.

Experiencia óptima

P.- En noviembre estuvo en España para participar en el Encuentro Madrid, la cita anual organizada por Comunión y Liberación. ¿Qué sensaciones le dejó?

R.- Fue una experiencia óptima. Personalmente, pude constatar cómo, frente a una realidad en crisis, hay un fermento de vida, a través de personas que están encarnando una experiencia integral, es decir, una experiencia de fe que empapa y se empapa de todos los aspectos de la vida humana. Lo pude constatar claramente en el entusiasmo de quienes participaron en este evento cultural que aborda todos los campos de la belleza: desde la literatura a la historia, pasando por la música y el teatro. La convocatoria fue especialmente interesante porque pudimos acercarnos más a la figura de Don Giussani desde una experiencia ‘360 grados’ y, sobre todo, contagiarnos de esa mirada que tenía él para percibir la realidad desde lo positivo que tiene.

P.- En la Iglesia hay una tentación a percibir el mundo con una mirada catastrofista, con el riesgo de generar un cordón sanitario y crear una realidad eclesial tan paralela como ficticia. ¿Cómo no caer ahí?

R.- Debo decir que los últimos pontificados nos hablan, con temperamentos y sensibilidades diferentes, de una mirada complementaria sobre lo que sucede hoy en el mundo. Todos los papas van en una dirección opuesta al catastrofismo, para ofrecer esperanza en medio de un contexto que brinda múltiples motivos para la desesperación, para caer en un cinismo que se palpa en la gente. En cambio, la Iglesia siempre ha apostado por aferrarse a una esperanza que nace de la realidad; no de un mundo paralelo, sino de una esperanza que es el mismo Cristo.

Puedo atestiguarlo desde nuestra experiencia en Comunión y Liberación. Intentamos contagiarlo a través de un estilo educativo que pasa por invertir en esperanza en los niños y jóvenes. La expresión más clara del hecho es apostar por ellos como la esperanza del futuro. Ahora bien, no se trata de una esperanza ilusoria ni fuera de la realidad, en tanto que educar implica siempre resituar al “yo” en relación con la realidad en la que se mueve, planteando hipótesis para afrontar los problemas. Debemos despertar en los jóvenes la capacidad para adentrarse en esa realidad con las máximas herramientas a su alcance.

Proponer, no imponer

P.- Hace poco, Francisco alertaba a un grupo de educadores sobre el peligro tanto de contagiarse del colonialismo ideológico como de convertir las aulas en una fábrica de católicos. Como docente, ¿es posible no caer en ninguno de esos dos polos?

R.- A la vista está que son dos factores que hay que tener presentes. Debemos partir del presupuesto de que un católico es un sujeto que vive la misma realidad que los demás, pero con conciencia diferente sobre su existencia. Esta conciencia deriva de su pertenencia a una comunidad: la Iglesia. Esta pertenencia, lejos de alienarle, día a día provoca que sea cada vez más original, le dota de mayor criterio y le da herramientas para afrontar los desafíos cotidianos desde su esencia cristiana.

Todo esto se traduce en una iniciativa personal para anunciar esa Buena Noticia que ha experimentado, pero no para convencer al otro ideológicamente. Al encontrarse con el otro, ya sea en la calle o como profesor en un aula, el cristiano busca que esa persona, que ese joven, descubra su verdadero “yo” desde una propuesta que se le invita a verificar, pero que no se le impone. Cuando Don Giussani iniciaba sus lecciones, siempre decía que no hablaba para convencer a nadie de las cosas que él había vivido, sino para proponer una hipótesis que los demás tenían que comprobar en primera persona si era verdadera o falsa.

P.- Ha pasado más de un año desde la dimisión de Julián Carrón. Entonces dijo que el movimiento atravesaba un “delicado momento”. ¿Cómo vivió aquella despedida? ¿Le decepcionó Julián? ¿Le decepcionó la Iglesia?

R.- Evidentemente fue un momento delicado. Objetivamente, se había creado una tensión interna dentro del movimiento por una dificultad de relación que en ese momento se estaba experimentando a nivel de incomprensión con la autoridad de la Iglesia. Este sentimiento estaba más vinculado a la decisión de comisariar a las Memores Domini –asociación de laicas consagradas de Comunión y Liberación–, y no tanto con respecto a la Fraternidad. Como se puede imaginar cualquiera, el comisariado evidentemente tuvo un profundo impacto en la vida del movimiento, porque las Memores Domini son para nosotros una punta de lanza de nuestra experiencia.

Hoy puedo decir que, si bien en ese momento no entendimos la decisión, a lo largo de este año lo hemos comprendido. Nuestro movimiento, como los demás movimientos y como la Iglesia misma en su conjunto, está atravesando un proceso de reforma, de renovación, de conversión. Pero, cuando algo queda suspendido en el aire y no sabes bien hacia dónde va esa renovación, claramente se puede generar una tensión que, a su vez, puede desencadenar posibles divisiones, malentendidos e incomprensiones. Esta era una de las grandes preocupaciones de quienes estábamos en el servicio de gobierno y liderazgo de la Fraternidad.

Como vicepresidente, lo advertí, sentí y viví así de primera mano. A partir de ahí, vimos necesario afrontar todos estos problemas y demandas que emergían para dar una respuesta, para decidir cuál era el camino a seguir. Desde esa responsabilidad compartida que teníamos, apostamos por un compromiso más profundo con la guía de la Iglesia. Esto nos llevó a emprender un diálogo cercano con el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, que nos está ayudando en todos los pasos que estamos dando y que acabaría desembocando en la audiencia general con Francisco con motivo del centenario del nacimiento de Don Giussani.

P.- Apenas dos semanas de la dimisión de Carrón, le eligen presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación. ¿No le entraron ganas de salir corriendo?

R.- Diré que abstractamente se podría responder que sí, pero concretamente no es lo que sucedió en mi caso. No tuvo lugar, porque fue consciente de la responsabilidad que se depositaba en mí, ciertamente no por mis propios méritos, sino porque estaba ahí en un momento de gran confusión para nuestra gente. Lo único que tenía claro es que estar sin guía sería una tragedia. Para mí no fue tanto responder a una invitación del Dicasterio, como aceptar y obedecer a una petición que Dios mismo me estaba haciendo dentro de las circunstancias que estábamos atravesando.

P.- ¿Hoy se respira algo más de calma en el movimiento?

R.- Sí, sin duda. Hace un año, sinceramente, no pensaba que estaríamos con la serenidad y, a la vez, el entusiasmo que tenemos ahora. Me conmovió aquella audiencia de octubre cuando vi la Plaza de San Pedro, porque vi precisamente que esta historia es una historia querida por Dios. Es una gran historia porque es una historia labrada por personas, por mujeres y hombres, por jóvenes implicados en un acontecer que tiene la fuerza de conmover el corazón de cada uno, por encima de cualquier ideología o sensibilidad.

P.- En esa audiencia, Francisco subrayó el peligro de quedarse atrapados en la nostalgia del pasado. ¿Cómo se aterriza este desafío en lo cotidiano?

R.- Creo que el contenido de la llamada que el Papa nos ha hecho, entre las muchas cosas que nos dijo, pasa por mantenernos unidos con la raíz, con el pasado y, a la vez, con una mirada abierta hacia el futuro. Tengo grabado que nos instó a que volvamos continuamente a la primera la primera Galilea, es decir, permanecer ligados al origen del que provenimos, es decir, que integremos cómo la memoria es la única condición para poder custodiar la verdad del carisma. Está claro que esta invitación genera una pregunta: ¿cómo se custodia este legado para que siga vivo y no se convierta en cenizas? Remitiéndome a los que nos dijo en 2015, pasa por una atención a la realidad presente, al hombre presente, desde las tres dimensiones que hemos recibido con la enseñanza de don Giussani como factor de nuestra experiencia cristiana:  cultura, caridad y misión.

P.- ¿Han llegado a pensar que Francisco estaba en contra de Comunión y Liberación?

R.- Desde aquel 2015 nos hablara por primera vez, ha habido no pocos comentarios y relecturas sobre lo que nos ha dicho y las decisiones tomadas con respecto a las Memore Domini y Julian Carrón. Creo que lo que el Papa nos dijo en la Plaza de San Pedro son meridianamente claras y borra cualquier sospecha, si alguien las tenía. Yo personalmente tenía, no tengo ninguna duda de la confianza y la apuesta por Comunión y Liberación, por las relaciones que he mantenido por mi responsabilidad tanto con el Dicasterio como indirectamente con el Papa. Me consta el respaldo del Papa al movimiento, tanto por la atención personal que ha mostrado como por las medidas de corrección adoptadas, que sin duda habla de una estima y un reconocimiento hacia Comunión y Liberación como algo que nos trasciende a los que estamos en un momento determinado. Es así como interpreto su preocupación y su intervención para que el movimiento no se disperse ni se pierda. Es un signo de gran paternidad por su parte. Cuando un padre le da la herencia a su hijo, es más que recomendable que en primer lugar haya una toma de conciencia por parte del hijo del regalo que recibe en sus manos.

P.- ¿En qué fase se encuentra el proceso de las Memores Domini?

R.- A mi parecer, están en un buen momento, porque el delegado especial pontificio, Filippo Santoro, está dirigiendo la fase de revisión de los estatutos junto con el cardenal Gianfranco Ghirlanda. Juntos, están trabajando con la nueva junta directiva de las Memores, que ha sido nombrada para este propósito en esta fase de Transición. Están haciendo un trabajo óptimo en el que están participando todas las consagradas. Teniendo en cuenta esta buena marcha, sin embargo, se trata sólo la primera fase, porque no se reduce a la renovación del estatuto. Hay todo un camino por delante que incluye también una renovación en la formación que no puedo concretar porque lo estoy viviendo con mucha cercanía, pero desde fuera porque no formo parte de las Memores Domini. En cualquier caso, se están dando pasos verdaderamente extraordinarios y estoy seguro de que seguirán siendo, como hasta ahora, un faro de referencia para toda nuestra experiencia.

P.- Cuatro miembros de Memores Domini han cuidado de Benedicto XVI hasta su fallecimiento. ¿Cómo ha vivido Comunión y Liberación esta responsabilidad?

R.- Es un compromiso y una responsabilidad que ha preocupado personalmente a nuestras amigas, las Memores, a quienes ciertamente siempre hemos mirado con estima y cercanía. Sin embargo, históricamente, Comunión y Liberación ha tenido muchos puntos de contacto, en términos de pensamiento y testimonio, primero con el cardenal Joseph Ratzinger y más tarde con Benedicto XVI. Empezando, sobre todo, por su amistad personal con el padre Giussani. Nuestra gratitud hacia él es enorme por el servicio que prestó a la Iglesia y a nuestra conciencia como cristianos, pero también a la sociedad en general. Como escribí en un mensaje al movimiento después de su muerte: “En un mundo en el que, a medida que Dios desaparece, la inteligencia y el gusto por la realidad se vacían cada vez más, (…) para el papa Ratzinger, el Dios de Jesucristo no es un Dios enemigo de la vida, sino un Dios que, al abrir los ojos del hombre a la verdad de Dios, de sí mismo y de las cosas del mundo, nos permite disfrutar de la vida cien veces”. Es un verdadero gigante de la fe.

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