José Apezarena: “Felipe VI asiste a misa todos los domingos en Zarzuela”

El periodista José Apezarena

Ocho años han pasado desde el discurso pronunciado el 19 de junio de 2014, cuando llegó al trono. Años duros en los que, Felipe VI, ha tenido que lidiar con la imputación de su hermana Cristina, a la que despojó del ducado de Palma, y con las investigaciones sobre los dineros de su padre en el extranjero, que le llevaron al auto exilio en Abu Dabi. Pero ¿qué personas son su verdadero apoyo? ¿Quiénes marcaron su formación y son su núcleo incondicional? Nos lo desvela José Apezarena en su libro ‘Los hombres de Felipe VI’ (Almuzara).



PREGUNTA.- ¿Quién ha decidido que con un monarca joven y bien valorado, el plan de comunicación de la corona siga siendo tan encorsetado?

RESPUESTA.- Hay que remontarse a las circunstancias en que se produjo el relevo en el trono, con una casi precipitada abdicación de don Juan Carlos. La consigna en La Zarzuela, en aquellos primeros momentos, fue: “No podemos equivocarnos”. Ahora, pasados los años, sucede, por ejemplo, que en el Gobierno del país se encuentra un partido político, Podemos, que se ha propuesto acabar con la monarquía. Con un panorama así… (…)

El papel de Letizia

P.- La reina Letizia, más allá de lo único en lo que se fijan los medios –su ropa–, ¿qué ha aportado a la monarquía?

R.- Ha aportado al rey, y por tanto a la monarquía, sensibilidad para entender las necesidades de la gente. Se suma un comportamiento de alto nivel en todas las visitas de Estado que han realizado, donde ha cubierto su papel de forma muy destacada, coincidiendo, por supuesto, con esposas de jefe de Estado y también con reyes y reinas. Y ha contribuido directamente a la formación de la heredera y de su hermana.

P.- ¿El Rey es un hombre de fe?

R.- Lo es. Desde pequeño y en la actualidad. En La Zarzuela se dice misa los domingos, y el rey asiste. Se ha ocupado de que sus hijas reciban formación religiosa: han hecho la comunión. Felipe VI no hace ostentación de ello, pero tampoco lo oculta. Basta ver que, cuando entra en un templo, o asiste a acto fúnebre, como ocurrió en la capilla ardiente de Adolfo Suárez, se santigua sin más. (…)

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