Gil Tamayo: “Antonio Montero tenía el ímpetu y la creatividad de la Iglesia en salida”

El arzobispo coadjutor de Granada preside en Madrid una misa por el alma del arzobispo y periodista que fundó PPC y Vida Nueva

José María Gil Tamayo lo avisó antes de comenzar la eucaristía: “He traído unos papeles, pero los voy a perder”. El arzobispo coadjutor de Granada presidió ayer una misa en la capilla del colegio madrileño de Nuestra Señora del Pilar por el alma del Antonio Montero, el arzobispo emérito de Mérida-Badajoz que falleció en junio a los 93 años de edad.



La celebración, promovida por PPC y Vida Nueva, recordó al fundador del grupo editorial y de la publicación. “Hoy vamos de morado, pero es un día de fiesta en el que celebramos a san Lucas evangelista y damos gracias por un evangelizador: Antonio Montero”, expuso el arzobispo.

Nunca se quejó

Gil Tamayo arrancó su homilía con unos versos que José Luis Martín Descalzo dedicó a Montero en el libro conmemorativo con motivo de su ordenación episcopal. Visiblemente emocionado, subrayó cómo “pasó momentos difíciles en los que no se le hizo justicia a él y a otros hombres de Iglesia de su generación que fueron postergados”. “Pero nunca se quejó”, añadió.

A partir de ahí, elogió la impronta emprendedora de aquel grupo de sacerdotes. “Hombres de Dios y profundamente amantes de la Iglesia, tenían un enorme sentido de la misión, llevaban sobre sí muchos talentos y ganas de servir, y el Vaticano II les dio la razón en todo aquello que habían percibido”.

Renovación conciliar

Así, presentó al arzobispo Montero como una pieza clave para traducir a España la renovación conciliar: “Tenía un ímpetu y creatividad propia de esa Iglesia en salida de la que habla el Papa, que se mira y que mira al mundo desde el diálogo. Su pasión por la comunicación es reflejo de su pasión por Jesucristo y por la Iglesia, contemplando el mundo con compasión u no con lanzallamas, sino con ternura y valentía a la vez”.

Definiéndose como hijo y discípulo de Montero, Gil Tamayo confesó que “nunca pensé en mi vida ser periodista, pero él me enseñó a ser comunicador, a ser cura y me apuntó muchos rasgos de cómo se obispo”. Desde un punto de vista personal, desveló que “Don Antonio se enfadaba: le enojaba la mediocridad, la falta de comprensión, los rigoristas y la crítica destructiva”.

Hombre de diálogo

A la par, también destacó de él su capacidad de diálogo y escucha: “Lo mismo se ponía a hablar con los hombres del campo que con las autoridades, porque veían en él a un hombre del diálogo y del bien común. Sentía la fraternidad y la comunión episcopal y en el trabajo colegial de los obispos”.

“Como buen periodista, dejaba muchas cosas para lo último”, bromeó el coadjutor de Granada, que sí se detuvo en sus dones como pastor: “Le he visto pulir documentos episcopales que eran ilegibles e incomunicables para hacerlos entendibles para la gente. Le he visto rezar y perdonar, silenciar a quien criticaba. Le he visto sufrir por sus sacerdotes y hacer lo imposible para que no tuvieran ninguna carencial material ni personal”.

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