José Ramón Pascual: “¡Adiós al reformismo del capitalismo!”

El teólogo presentará sus reflexiones sobre la ‘Transpandemia en hermandad’ este jueves durante las V Conversaciones PPC organizadas junto al Instituto Superior de Pastoral

“No se olviden que de una crisis no se sale igual: salimos mejor o peor”. Una y otra vez, el papa Francisco subraya esta idea cada vez que reflexiona sobre ese día después de la pandemia del coronavirus que es hoy. Para afrontar ese desafío, Francisco plantea la encíclica ‘Fratelli Tutti’ como hoja de ruta. De ahí que sea el eje de las V Conversaciones PPC, organizadas mano a mano entre la editorial y el Instituto Superior de Pastoral. El teólogo y profesor del centro José Ramón Pascual expondrá este jueves a partir de las 17:30 sus reflexiones en torno a la ‘Transpandemia en hermandad’, en un evento online. Para participar en este encuentro virtual se requiere inscripción previa (gratuita).



PREGUNTA.- Para quien no esté familiarizado con el término, ¿qué es la transpandemia?

RESPUESTA.- He denominado transpandemia a la nueva realidad que hemos de construir transcendiendo la actual situación de pandemia y superando el riesgo de quedarnos en la mera postpandemia. Hago un paralelismo con la transmodernidad, que pretende superar “desde fuera” los límites de la modernidad y de la postmodernidad, pero rescatando lo valioso que tuvo aquella y superando lo inválido que tiene esta. La transpandemia, entonces, será esa nueva manera de vivir más humanamente para toda la sociedad global. Para lograr ese nuevo estadio humano hemos de transcender, superar, los efectos de la pandemia intentando desanclarnos de las causas que la originó. La pandemia no vino ella por sí misma; la hemos difundido las personas mediante nuestra irresponsabilidad previa y durante su expansión. Además de alejarnos y evitar todo lo que la produjo, hemos de rescatar “lo positivo” que hemos descubierto y experimentado dentro de esta tragedia. La necesidad mutua de las demás personas, el anhelo de reencontrarnos, la atención y el cuidado que prestamos a otras personas o que ellas nos otorgan, las preguntas y respuestas que nos hacemos acerca del estilo de vivir y del modo de morir, la valoración y estima que hacemos de ciertos trabajos y de las vocaciones de quienes los desempeñan, el descubrimiento de otro tipo de organización económica que sirva para garantizar la vida digna, la producción y distribución de bienes y servicios esenciales que han de ser universales. Entre otras realidades, todas esas hemos redescubierto como humanamente positivas dentro de tanta angustia y sufrimiento mundial. En eso consiste transcender la pandemia. En recuperar y afianzar lo positivo, saliéndonos de ella. A eso llamo transpandemia.

P.- ¿Cree que ese deseo del papa Francisco de que de esta pandemia “saldremos mejores” se hará realidad o lamentablemente está mostrando demasiadas carencias de un sistema que parece a todas luces insostenibles?

R.- No lo “parece” sino que es científicamente insostenible. Ese “salir mejores” que dice Francisco nos abre el camino a la transpandemia. Saldremos mejores precisamente por las incontestables e irreparables carencias del sistema en el que ahora la humanidad entera está inmersa. Tan sumergida que se ahoga. Por eso hemos de transcender la presente situación y las causas desde las que la hemos originado. El sistema económico ultraliberal, predador de las personas y del planeta, no tiene arreglo razonable. No es reparable. Hemos de sustituirlo. Que, ¿cómo se hace? Mediante nuestro protagonismo directo e indirecto. No podemos seguir tolerando este sistema porque su mecanismo y sus consecuencias son intolerables e insostenibles. Hemos de practicar otros comportamientos personales diferentes y hemos de reclamar nuevos comportamientos políticos y económicos alternativos. En su hegemonía, el capitalismo ha tenido ya muchas reformas (capitalismo social, ecocapitalismo, capitalismo moderado,…) considerando que es el único modelo económico y sociopolítico posible. Con todas ellas no se ha logrado más que empoderar mucho más a unos pocos y desemancipar del todo a muchas más personas y comunidades. Hemos llegado a un punto en el que no admite más reformas. Hemos de asumirlo y decirlo con rotundidad: ¡Adiós al reformismo del capitalismo!

Hermanos todos

P.- ¿Es ‘Fratelli Tutti’ la mejor hoja de ruta para esta era post pandemia?

R.- ‘Fratelli Tutti’ pretende ayudarnos a responder “¿cómo lo haremos para salir mejores de esta pandemia?”. Y lo hace, a mi parecer, con cierto acierto. Propone desde el título la amistad social. La amistad social es mucho más que la connatural alteridad. Nos necesitamos para ser personas. Si no nos relacionamos con otras personas no podemos serlo. Pero la amistas es más que relacionarse, que es imprescindible. La amistad es conocimiento y confianza, es atención y cuidado, es estar pendientes mutuamente porque el bien de tu vida me alegra y me da gusto (“en ti me complazco” dijo Dios de Jesús -y lo dice de cada persona cabal-, me complace tu vida, me encanta que vivas feliz; “no os llamo siervos sino amigos” dice Jesús a cada persona que le sigue). ‘Fratelli Tutti’ propone la hermandad global. La misma densidad de relaciones e interacciones que experimentamos en nuestra familia primaria es posible sentirla y realizarla con la amplia familia humana. Hoy ya existen hermandades restringidas, sean cofradías católicas sean logias masónicas. Ninguna de ellas menciona ‘Fratelli Tutti’. La hermandad que reivindica Francisco es “otra cosa”. No consiste en querernos sólo quienes formamos parte de un listado de miembros de lo que sea, sino en querernos porque nos constituimos y nos construimos mutuamente, porque mi vida va en la tuya, en la vuestra. Lo que sí propone es responsabilidad. Y lo hace desde el fundamento teológico que emerge como eje de esta encíclica social. En la compasiva samaritana respuesta nos hacemos responsables, sujetos éticos, personas al cabo; y mediante ella se restaura la persona víctima de toda injusticia. Lo presento así en mi obra ‘El principio compasión. Vivir desde una ética samaritana’ (PPC). Y, además, esa auténtica compasión -que nada tiene que ver con la lástima ni con la piedad ni con la empatía- aunque es genuinamente cristiana y por eso hemos de experimentarla cada cristiano y cristiana, no es exclusivamente cristiana sino universal: Todas las personas tenemos la capacidad de experimentarla y vivirla… para ser personas.

P.- ¿Cómo poder contagiar desde nuestro día a día la urgencia de vivir en hermandad en un entorno que parece endiosar al individuo y al individualismo?

R.- Fomentando experiencias compasivas concretas. No bastan las ideas, por buenas y brillantes que sean. Y debemos discurrir todo lo que seamos capaces para suscitar ideales, pero es preciso dejarse afectar por la vida real y concreta. Esa afectación compasiva podemos experimentarla en las antípodas del globo terrestre o en la puerta de casa. Creo que no me equivoco si afirmo que todas las personas quedamos bastante “fascinadas” cuando escuchamos a otras sus experiencias de implicación efectiva. Y también cómo acogen con sumo gusto otras personas el relato de nuestras propias experiencias “de servicio” cuando las compartimos sin intención de presumir, con naturalidad. Pues que todos esos hechos personales concretos transforman mucho, tanto en cada persona singular que los protagoniza como en las que los escuchan. Pero, además, hay otra vía “mejor”. La vía de la participación política, que Francisco llama “la más alta forma de la caridad” (‘Evangelii gaudium’ 205). La fe cristiana “puede formar una nueva mentalidad política y económica que ayude a superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social” dicen los obispos españoles en su Instrucción Pastoral ‘Iglesia, servidora de los pobres’ de 2015 (nº 33).

P.- En estos meses, a la hora de proponer un cambio de rumbo en la humanidad la ponemos la mirada en lo que hacen o dejan de hacer los políticos, los poderes económicos… Pero, ¿cuánta responsabilidad tienen ellos y cuánta nosotros como ciudadanos de a pie? ¿50/50?

R.- Pienso que ya lo he insinuado antes. Se trata de ejercer la corresponsabilidad a nivel sociopolítico, además del nivel personal. La Doctrina Social de la Iglesia enseña dos principios, el de Subsidiariedad y el de Solidaridad. Subsidiariedad significa “ayuda”. Y consiste en que alguien “superior” (el Estado) me ayude, pero solo y siempre que yo no me valga por mí mismo. Es la subsidiariedad hacia abajo. Pero hay otra hacia arriba, que consiste en que yo (u otros grupos sociales) ayudemos a los estamentos de rango político superior. Lo cual implica que estos deben dejarse ayudar mediante mi iniciativa y mis capacidades. El principio de Solidaridad es más que ayudarnos; significa que “vamos juntos” en todo, que la sociedad somos una realidad sólida y, por ello, lo que gozan o sufren algunos de sus miembros lo gozamos y lo sufrimos en común. El grado de responsabilidad personal o política se dirime en la elección de gobernantes políticos competentes en su vocación: que sean constructores del bien común, que es más que el interés general. El interés general consiste en lo que va bien “a la mayoría”. Y entonces, ¿qué ocurre con las minorías? Pues que les irá pero de lo que ya les va. El bien común es otra cosa. El bien común consiste en “el conjunto de condiciones de la vida social que permitan a cada una y a todas las personas, a cada una y a todas las familias, a cada una y a todas las asociaciones, lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección [¡la de cada una de ellas!]” (‘Gaudium et spes’ 26 y 74). Y hemos de atender los procedimientos de nuestros políticos. No desentendernos de cómo desempeñan su responsabilidad puesto que, aunque ya es suya una vez que gobiernan, no está todo en sus manos. En sus manos está gobernar también a los poderes económicos; dado que esa tarea no la podemos hacer individualmente las personas. Pero sigue en nuestras manos elegirles o relevarles de sus funciones políticas si no hacen lo que dicen.

P.- En un tiempo de incertidumbre y crisis como el que vivimos que se ha acentuado con la pandemia, la tensión y la polarización se ha colado en todas las esferas de la vida pública… Pero también en la Iglesia. ¿Es posible frenar esta tendencia?

R.-La tensión y la polarización son legítimas y necesarias en tiempos de crisis. El asunto es resolverlas con tino y que sirvan para el crecimiento humano y, en lo referente a las Iglesias, cristiano. Para ello es necesario el diálogo permanente, que supone mucho más que “todos digan cuanto quieran decir”. Significa que quienes formamos parte de determinado colectivo digamos lo propio y escuchemos lo ajeno. Y, después de eso, decidamos en comunión, sinodalmente. Hemos de asumir la sinodalidad, que ya se viene abriendo paso –todavía despacio– en la Iglesia, como condición constitutiva del Pueblo de Dios; en creatividad y como procedimiento constante en todas las comunidades eclesiales y en todos sus niveles. La referencia cristiana permanente es el Evangelio de Jesús y -en cuestiones sociales- las Enseñanzas Sociales de la Iglesia que -en general- se conocen muy poco y se practican mucho menos. El conocimiento de la DSI y la puesta en marcha de las vicarías para el Desarrollo Humano Integral harán mucho bien a la humanidad desde nuestro ser Iglesia en el mundo para servir al mundo.

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