Cuando el altar es una cama

Jesús García Herrero

Jesús García Herrero repite frecuentemente esta máxima que la vida le ha grabado a fuego: “Dios da gracias especiales en momentos especiales”. Y es que, si echa la vista atrás, este químico salmantino de 65 años, padre de cinco hijos y abuelo de ocho nietos, se sorprende de cómo pudo salir adelante ante su mayor prueba: “Me casé con mi mujer, Margarita, en 1981. Tuvimos a las mellizas, Ana y María, a Margarita, a Elena y, por último, al chico, Jesús. En 1997, cuando este tenía dos años y las mayores 14, llegó el golpe: mi mujer fue diagnosticada con esclerosis múltiple y, en solo nueve meses, tras varios brotes muy fuertes, quedó en coma vegetativo. Así estuvo 12 años, hasta que murió en 2009”.



Jesús es consciente de que su reloj vital se le quedó parado ahí, cuando tenía solo 42 años. Pero, como padre de cinco hijos, no tuvo ni siquiera la opción de plantearse arrojar la toalla: “Por ellos había que salir adelante como fuera. Así que, de pronto, también me convertí en su madre. Y todo cambió radicalmente… Como en muchas familias, mi mujer era el motor y el centro de la casa. Yo la acompañaba feliz en todo, pero ella controlaba perfectamente cosas cotidianas que a mí se me escapaban, como el calendario de las vacunas de los niños. Sin tiempo para pensarlo, me vi acompañando a mis hijas a comprarse ropa o a la peluquería, haciendo un gran asado para comer todos u organizando la noche de Reyes, comprando todos los regalos y sin que se me escapara un detalle… Cosas aparentemente pequeñas, pero sobre las que gira un hogar”.

No estuvieron solos

Afortunadamente, no estuvo solo: “Conté con muchas manos amigas en mi parroquia, la de San Martín, y en mi comunidad del Camino Neocatecumenal. Además de compañeros del trabajo, amigos… Realmente, nos hemos sentido muy arropados. Eso sí, cada vez que se iban de casa y nos quedábamos solos, no podía evitar pensar que en el problema de fondo no nos podían ayudar: mi mujer no respondía a ningún estímulo y jamás lo volvería a hacer. Ahí es donde se hacía patente la cruz de la soledad. Aunque, en ella, al mismo tiempo, yo veía que no estaba solo, sino que Dios estaba conmigo”.

Con todo, Jesús siente que un “milagro” se ha obrado en su vida: “Mis hijos salieron todos adelante. Nunca repitieron curso, pudieron viajar al extranjero (han estado en todas las JMJ desde la de París) y tener una vida normal y hasta alegre. Así, cuando han llegado los momentos de celebrar, como los cumpleaños, las comuniones o las bodas, yo jamás me he permitido un asomo de tristeza, aunque, para mí, todos esos momentos tuvieran un cierto eco de soledad al no poder compartirlos con ella”.

Ante Cristo sufriente

Aunque Margarita siempre estuvo con ellos. Antes y después: “Los 12 años que estuvo en coma los pasó en su propia cama, en nuestra casa. Ella no respondía a los estímulos y, realmente, no sabemos si era consciente o no de nuestra presencia. Pero, alrededor de su cama, siempre la acariciábamos, le contábamos cuentos, le cantábamos… Esos momentos eran especialmente bonitos los domingos, cuando, para nosotros, su cama era nuestro altar. Todos la rodeábamos y veíamos en ella a Cristo sufriente. Además de que, en alguna ocasión, sacerdotes amigos celebraron con nosotros allí eucaristías domésticas”.

Agarrado a la fe, este profesor que acaba de estrenar la jubilación destaca que “la gracia del sacramento me ayudó enormemente a salir adelante”. Así, sus votos matrimoniales los vivió con una especial hondura: “Tomando el modelo de san José, me agarré a la castidad, pero no solo desde el punto de vista de la abstinencia, sino de la entrega total hacia mi mujer. Un volcarme en ella que tuvo momentos durísimos, como la primera vez que tuve que cambiarle el pañal, y más cuando sabía que, por edad, le quedaba toda una vida por delante. Pero sentía a la vez que Dios nos dio la cruz y la gracia”.

En el camino de la fe

Convencido de que su mujer “tuvo una misión y la cumplió”, Jesús destaca cómo, pese a todo lo sufrido, “me quedo con que todos mis hijos, hoy por hoy, se mantienen en el camino de la fe. Sé que es algo que ella deseaba con todas sus fuerzas, pues siempre repetía que ‘la mejor herencia que le podemos dejar a nuestros hijos es la fe’”.

Ya en otro momento de su vida, con sus cinco hijos independizados y recién jubilado, Jesús no deja de pensar en Margarita: “La tengo presente en todo momento y me gusta recordarla. Un sentimiento que tiene mucha más fuerza que el dolor por lo perdido”. De ahí que concluya con un “gracias a la vida” que entronca con el mensaje que llena de sentido su caminar hasta aquí: “Dios da gracias especiales en momentos especiales”.

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