¿Dónde estás, Calderón de la Barca?

“Cuando don Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681) ya era un hombre de cierta edad, con más de 50 años, aceptó lo que la providencia le reservaba y a lo que en su juventud, militar y aun algo mujeriego, se había negado: un hombre ya curtido como él decidió, entonces, ordenarse sacerdote con pleno convencimiento de lo que hacía y de lo que suponía”, explica María Ángeles Varela Olea, profesora titular de Literatura Española de la Universidad CEU San Pablo. 



“Es importante esa decisión de reordenarlo todo a la luz de una interpretación cristiana de la existencia –prosigue–. Sin abandonar sus ocupaciones literarias ni su trayectoria ya existente como poeta de varios autos sacramentales, Calderón retoma su vida con una vocación sacerdotal que lo llevará a ser miembro de la Hermandad del Refugio, volcado en la ayuda a los más necesitados, a ser congregante de San Pedro de los Naturales de Madrid, también dedicada a los sacerdotes pobres y enfermos, pero es que, además, era terciario franciscano y caballero de la Orden de Santiago”.

La profesora Varela lo afirma con rotundidad: “Probablemente la mayoría de quienes lean esto lo desconocían y hasta habrán oído alguna vez quitarle importancia a la faceta religiosa de Calderón. Así que queda claro uno de los valores de esta búsqueda: redescubrir al escritor y la particular búsqueda que este autor hizo del gran Autor”. A ese gran Autor –como el propio Calderón llamaba a Dios– lo acabará encontrando.

“En una de sus grandes comedias, ‘Las cadenas del demonio’, un personaje es tentado por el demonio, que aparenta no serlo –relata Ortega–, para ofrecer placeres al hombre que lo distraigan del vicio de leer, pues de continuar buscando, acabaría por encontrar a Dios. Hace más de trescientos años, Calderón escenificó la situación actual: el peso de la libertad, la necesidad del pensamiento independiente, la eficacia del subterfugio del mal que aparenta ser bien para engañarnos, la oferta constante de placeres efímeros que nos apartan de la felicidad…”.

Testimonio incuestionable

Varela, junto a un equipo multidisciplinar de la Universidad CEU San Pablo que coordina Pablo Sánchez Garrido, quiere hallar los restos de Calderón en el interior de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, en la calle San Bernardo, templo de la Congregación de San Pedro Apóstol de Presbíteros Naturales de Madrid, en la que el propio Calderón ingresó en 1663 y de la que llegó a ser capellán mayor. “Leí en numerosas ocasiones la placa situada a la entrada de la iglesia en la que se dice que los restos del escritor ‘desaparecieron en el incendio y saqueo del año 1936’ y me causaba intriga el peculiar modo de la expresión, un tanto eufemística –confiesa la profesora a Vida Nueva–. Durante años he explicado en mis clases universitarias la obra de Calderón, comparto y admiro su desdén hacia las vanidades del mundo, pero me parecía absurdo e increíble lo que después supe a través de Sánchez Garrido: que, según el testimonio olvidado de un sacerdote enfermo en conversación con su superior, los restos estaban en un muro de la iglesia”.

Hace referencia a lo que el padre Vicente Mayor, capellán de la Congregación San Pedro, escribió en su Historia de la Venerable e Ilustre Congregación de San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid (1964), sobre cómo un sacerdote agonizante le confesó: “No se preocupe. Los restos de Calderón no han desaparecido. No estaban en la arqueta de mármol. Se colocaron en un nicho que se hizo en la pared. La arqueta era una cosa simbólica. Cuando me ponga mejor (…) le indicaré el lugar donde se colocaron”. Esa cita es la que ha dado pie a la búsqueda: “Es un testimonio incuestionable, hecho después del incendio de 1936, porque personalmente vio dónde se colocaron y se proponía mostrar el lugar exacto, pero falleció antes”.

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