Pedro Miguel Lamet: “Me acerca más a Dios la vía mística que la teológica”

El jesuita Pedro Miguel Lamet

Tras el paréntesis que supuso su anterior trabajo, ‘Deja que el mar te lleve’ (Mensajero, 2019), el jesuita Pedro Miguel Lamet regresa al terreno que más ha cultivado a lo largo de su ya dilatada trayectoria, el de la novela histórica. Y lo hace con ‘La noche enamorada’ (Mensajero), la biografía del personaje más “complejo y misterioso” al que se ha enfrentado como escritor: san Juan de la Cruz.



PREGUNTA.- ¿A qué achaca esa personalidad tan insondable del santo abulense?

REPUESTA.- A sus tremendos contrastes: pobre de origen y millonario de espíritu; pequeño de estatura y el mayor místico de nuestra historia; sensual y asceta riguroso; casi autodidacta y el mejor poeta reconocido en lengua castellana; padre de la reforma carmelitana y perseguido por sus hermanos; querido y alabado por santa Teresa y un tanto olvidado por ella al final de su vida; doctor de la Iglesia y censurado; volcán de amor y apóstol de la Nada…

P.- ¿En la obra priman sus inquietudes históricas o una afición compartida con el morisco Nayim por la literatura mística?

R.- Rahner dijo que el siglo XX fue el del hombre, y el XXI sería el de Dios. Ha llegado la hora de que la mística llegue en calderilla al pueblo. No me refiero a la ‘New Age’, sino a un anhelo muy profundo de alcanzar la Unidad del Todo. Aunque no mayoritariamente, la gente busca ahora la contemplación directa. En la España de los siglos XVI y XVII hubo una importante fusión de culturas, que en la novela están encarnadas por el morisco Nayim y el judío Isaac. Confieso que me acerca más a Dios la vía mística que la teológica.

P.- Poeta, místico, teólogo, reformador… ¿Qué Juan de la Cruz sorprenderá más al lector?

R.- El hombre y su insondable misterio: “Por toda la fermosura / nunca yo me perderé / sino por un no sé qué / que se alcanza por ventura”. Juan de la Cruz ama y canta a la belleza, pero la trasciende. El auténtico ecologismo ha de ser integral; no debe quedarse en la creación, sino en el vacío lleno que hay detrás de ella, en ese “no sé qué que queda balbuciendo”.

P.- Estas páginas reivindican la permanente actualidad de sus versos. ¿El exceso de ruido de nuestras sociedades ha hecho que apreciemos hoy más sus silencios?

R.- Nuestro mundo actual tiene muchas concomitancias con el Siglo de Oro, que vivió la primera globalización del imperio y el acercamiento a las Indias por las rutas del oro y las especias. Tiempo de aventureros, quijotes y santos. A todo estallido de poder y ambición sucede un hambre de silencio. La actual pandemia está relativizando nuestra sociedad del bienestar. Con el confinamiento, muchos han tenido que vivir unos ejercicios espirituales obligados y, al escuchar el silencio, redescubrir que en lo pequeño e imperceptible se oculta un secreto tesoro, lo mejor de la vida. (…)

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