José María Martín Corrochano, responsable del dispositivo del Palacio de Hielo: “Esta experiencia nos ha hecho mejores”

Corrochano

El comandante de la UME José María Martín Corrochano ha desempeñado una de las labores más difíciles en esta crisis del coronavirus. Como responsable del dispositivo del Palacio de Hielo de Madrid, ha tenido que organizar una morgue improvisada en la que se ha velado a más de 1.000 fallecidos. Un alud de dolor en el que, sin embargo, ha habido rendijas de fe. Y de esperanza.



PREGUNTA.- A todos nos conmovieron las palabras de la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuando, en el acto de clausura de la morgue provisional en el Palacio de Hielo, aseguró a las familias que a todas las víctimas se las acompañó en todo momento, incluso rezando los militares por quienes eran creyentes… ¿Cómo ha sido esta experiencia íntima y espiritual para muchos de los soldados que han desarrollado este esencial servicio?

RESPUESTA.- En este servicio hemos participado un gran número de profesionales, no solo de la UME, sino compañeros de los ejércitos, bomberos o funcionarios de la Comunidad de Madrid. Cada ser humano es un mundo, pero, en este caso, todos éramos conscientes de la transcendencia de la misión. La muerte es una experiencia traumática en condiciones normales, así que imaginaros en estas condiciones que nos tocó vivir. Independientemente de las creencias de cada uno, lo que es innegable es que esta experiencia nos ha cambiado como seres humanos, nos ha hecho comprender las cosas trascendentales de la vida. Yo diría que nos ha hecho mejores personas.

Esperanza y consuelo

P.- A nivel personal, ¿la fe le ha aportado esperanza y consuelo ante la difícil misión de organizar el dispositivo del Palacio de Hielo? ¿Hay algún momento especial que recoja lo vivido allí y que nunca olvidará?

R.- Como creyente, la fe es una compañía continua; no solo la fe, sino su compañera inseparable, la esperanza. En este caso, la esperanza de que “la muerte no es el final” me ha hecho afrontar esta misión como una herramienta del Señor para ayudarle en su obra confortadora; no tanto de los fallecidos, como de sus familias. Hemos sido conscientes de que nos ha tocado el papel de dignificar y acompañar a nuestros fallecidos y, en mi caso, he querido hacerlo desde la caridad cristiana de acompañar o sustituir, en lo posible, a esas familias en su dolor.

Recuerdo la visita de una autoridad y cómo entramos solos a la pista. Al verse allí, se conmovió de una manera muy sincera. Me pidió permiso para orar como católico que era y yo, a mi vez, le pedí poder acompañarle. Fueron unos minutos de silencio, fe y emoción compartida que me causaron un gran impacto.

P.- ¿Cómo se ha testimoniado la presencia de los capellanes que han acompañado a las familias en este trance?

R.- Desde los primeros momentos, la Archidiócesis de Madrid se puso manos a la obra y, a partir del tercer día, un capellán visitaba a diario el depósito y daba un responso por todos los católicos que se encontraban allí fallecidos; en algunas ocasiones, le acompañábamos. Al no estar autorizada la presencia de la familias, no puedo valorar este acompañamiento a las familias, aunque no me cabe la menor duda que se ha producido.

Dos vocaciones con similitudes

P.- ¿Qué puntos en común guardan la experiencia creyente y la vocación militar y cómo se enriquecen mutuamente?

R.- Los soldados españoles, durante mucho tiempo, tuvimos la etiqueta de mitad monjes, mitad soldados, debido a las coincidencias de muchos de nuestros valores, de cara al servicio a los demás, a una patria común y a unos ideales morales muy por encima del materialismo que imperaba por aquellos tiempos. Me gusta creer, en una milicia multiconfesional como la de ahora, que aún compartimos esos valores morales y espirituales con las religiones y la creencia en que la muerte solo es el principio del camino y en que merece la pena vivir una vida haciendo el bien, al servicio de nuestra patria y de nuestros ciudadanos, y de que esto tiene su eco en la eternidad.

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