Silvio Báez: “La Iglesia de Nicaragua debe ser sacramento de comunión en un país roto”

Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua

Comunión con el Santo Padre y docilidad al espíritu son las actitudes vitales que guían en su exilio a Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua (Nicaragua), quien, tras pasar por Roma, Madrid, Ávila o Irlanda, vive el confinamiento por el coronavirus con su familia –también en el exilio– en Estados Unidos.



En un encuentro con periodistas organizado por la asociación Iscom, cuando se cumple poco más de un año de su salida del país, el prelado repasó la situación de Nicaragua, donde –denuncia– el Gobierno de Daniel Ortega ha expuesto a la población en plena pandemia por no adoptar las medidas necesarias.

Al recordar su salida obligada tras muchas amenazas, solo tiene palabras de agradecimiento para el papa Francisco, quien se siente cercano a la situación y mantiene todos los canales posibles para emprender un camino de reconciliación. Frente a los nicaragüenses que esperan del Pontífice “una declaración más contundente”, Báez recuerda que la Santa Sede no puede cerrar en falso una puerta de futuro.

Nueva dictadura

Opositor de la “nueva dictadura” instaurada con la vuelta del sandinista Ortega, el obispo denuncia que los políticos “no han interpretado el anhelo de justicia y libertad del pueblo”, y han proliferado la corrupción y las decisiones políticas desastrosas.

Desde las grandes manifestaciones del pueblo en 2018 por la reforma de la Seguridad Social, la Iglesia trata de mantener un “complejo equilibrio” buscando estar cercana a la “liberación de la gente con una labor profética”, a la vez que trata de ser agente social de diálogo y reconciliación, “en alerta para no caer en los errores que cometió identificándose con el sandinismo de los 80”.

Y es que el sandinismo del siglo XXI no se presenta como ateo, sino que “es una mezcla de ideología y esoterismo con elementos cristianos para someter a un pueblo mayoritariamente católico y acercarse a la gente como algo en lo que confiar”. Pero la Iglesia no ha entrado en el juego, “abriendo sus puertas para proteger a los heridos y perseguidos”; por eso hay una “ruptura” con un Gobierno que no cesa en su asedio pese a invitar al episcopado a mediar en un diálogo nacional.

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