“Le hablo a Dios, pero el cielo está vacío”… El combate íntimo de Sylvia Plath

Sylvia Plath

Buena parte de los artículos sobre la poetisa estadounidense Sylvia Plath se inician con este encabezamiento: ‘La escritora que quería ser Dios’. Y es que, pese a lo breve de su vida (nacida en 1932, se suicidó en 1963, con apenas 30 años), tuvo tiempo de abarcar mucho. Vital y creativamente hablando. Eso sí, casi siempre desde un hondo sufrimiento.



Su primer desgarro experiencial llegó con la temprana muerte de su padre, cuando ella solo era una niña de ocho años. Al contárselo su madre, ella respondió con una frase muy representativa de su carácter: “Nunca mas volveré a hablar con Dios”. Pero lo que terminó de forjar su afán perfeccionista fue el comportamiento de su madre en ese duro trance: sin soltar nunca una sola lágrima, le exigía a su pequeña hija un comportamiento inmaculado en todo aquello que emprendiera, tanto en los estudios y aficiones (pintaba, escribía poesía y tocaba el piano) como en sus relaciones con otras personas.

Poesía confesional

Fiel reflejo de ese nivel de autoexigencia es que Plath apuntaba minuciosamente todas sus acciones en su diario, que bautizó con el significativo título de ‘La chica que quería ser Dios’. Y en el que cinceló frases como esta: “Nunca jamás conseguiré la perfección que anhelo con toda mi alma… Mis pinturas, mis poemas, mis cuentos”. Fue así como se situó en la línea de la llamada “poesía confesional”, en la que, junto a autores como John Berryman, Anne Sexton, Robert Lowell o Allen Ginsberg o W. D. Snodgrass, la poetisa dejaba constancia detallada de todo aquello que le ocurría.

A nivel personal, su vida estuvo marcada por una fuerte depresión. Una situación que vivió sus picos de ascenso y caída con su marido, Ted Hughes, especialmente cuando descubrió que este le era infiel. El hecho de padecer un aborto también supuso para ella un momento especialmente crítico. A los pocos meses de separarse e irse a vivir junto a sus dos hijos, acabó suicidándose.

Una obra eterna

Lo hizo con apenas 30 años, pese a lo cual dejó una obra que ha perdurado hasta hoy, destacando trabajos como ‘El coloso’, ‘Ariel’ o ‘La campana de cristal’. Para sus seguidores, a Plath la hizo eterna ese combate íntimo entre una mujer que aspiraba a ser fuerte y que quería encarnar en su vida sus ideas feministas y la persona débil y atormentada que se sentía en muchos momentos de desfallecimiento.

Esa lucha, marcada a la vez por la potencia y la fragilidad, fue la clave de su voz propia, en la que trataba de rebelarse contra ese ansia de perfección que tenía tan interiorizada, aspirando a que su yo profundo, natural y sin corsés, emergiera de un modo salvaje. “Tomé una respiración profunda y escuché el viejo rebuzno de mi corazón: soy yo, soy yo, soy yo”, escribió en ‘La campana de cristal’, en 1963, el mismo año en el que se quitó la vida.

Frases y versos

Los ecos de lo espiritual laten en algunas frases de Plath, como esta: “Tus propias limitaciones te crucifican”. O en este párrafo de ‘Ariel’… “¿Es el mar lo que escuchas en mi interior, sus insatisfacciones? ¿O fue la voz de la nada lo que te enloqueció?”.

Con todo, la esencia que más define a una autora única es esta: “Le hablo a Dios, pero el cielo está vacío”. Incumplió lo que dijo tras la muerte de su padre, el hecho que más marcó toda su existencia. Sí, le habló a Dios, aunque creyera no escuchar nada. Tal vez, en el último instante, miró hacia lo alto y sonrió.

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