Anne Lécu: “Una religiosa no puede hacer otra cosa que no sea ser religiosa”

Dominica francesa, doctora en prisión

Religiosa dominica y médica penitenciaria, Anne Lécu trabaja en la prisión más grande de Europa, la cárcel parisina de Fleury-Mérogis.

PREGUNTA.- ¿Cómo entendió que tenía vocación religiosa?

RESPUESTA.- No sé exactamente qué es la “vocación religiosa”… Es comparable a lo que Michel de Certeau escribió respecto al poeta. “El poeta no puede hacer otra cosa que escribir poesía”. Si puede hacer otra cosa, es porque no es poeta. También el religioso no puede hacer otra cosa que no sea ser religioso.



Es paradójico porque elegir la vida religiosa es una opción de un posible camino de felicidad y, a la vez, no es posible hacerlo de otra manera. Cuando conocí a la familia dominica, entendí que era en mi casa. Y quise intentar vivir esa vida.

P.- ¿Cómo es su misión de médica de la prisión?

R.- Mi comunidad me envía para anunciar el Evangelio y el hospital público me paga por llevar a cabo mi trabajo como médico de la cárcel. El hecho de trabajar en prisión, donde el anuncio explícito está fuera de discusión, me permite leer la Biblia y vivir mi fe de manera diferente. Lo que vivo allí me lleva a proclamar el Evangelio, en un tono que es mi agradecimiento a la prisión. Al trabajar en un lugar así, uno se ve obligado a tomar una posición y yo me he puesto del lado de los culpables.

La figura que me inspira es la de Cristo crucificado entre los dos ladrones. Si pasas frente a él, no se sabe a priori quién es más inocente que los otros dos… Pierre Claverie, que fue asesinado un mes antes de que yo profesara mis primeros votos, escribió antes de morir, que la Iglesia no podía ser la Iglesia de Cristo, sino al pie de la Cruz, sin la cual sería una ilusión mundana.

Debe haber entre nosotros, personas en lugares emblemáticos de la desesperación humana, para que las personas sientan que una vida es posible. Anunciar a Cristo es, ante todo, anunciar a las personas que tienen derecho a vivir.

Una vida es posible

P.- ¿Y por qué ya no creen?

R.- Es lo habitual en la cárcel. La condena más grande es la de pensar que ya no se tiene el derecho a existir, que se está de más en este mundo y que sería mejor no estar. Pero no sucede solo en la cárcel. Pueden sentirlo también personas que no tienen necesariamente una vida catastrófica, como nos sucede a nosotros, en la vida religiosa. ¿Cómo hacernos ver a nosotras mismas que nuestra vida no es impropia?

P.- ¿Hay enfermedades específicas en la cárcel?

R.- Diría más bien que hay motivos para consultas particulares, relacionadas con el encarcelamiento. Trabajo principalmente con mujeres y muchas dejan de tener la mensturación. También surgen problemas en la piel. Una mujer que tenía un fuerte sarpullido explicó que su cuerpo que sudaba era su alma que lloraba las lágrimas que ella no podía derramar.

Algunas que habían sido reducidas a mulas de contrabando, tragando dosis de cocaína, han aumentado mucho de peso. El cuerpo adquirió la forma de lo que padecieron.

Sentirse abandonado

P.- ¿Qué es lo peor de la cárcel?

R.- Lo peor es sentirse abandonado, no tener respuestas. Una mujer latinoamericana me explicó que no pudo llamar a la familia durante dos meses porque había un problema con el formulario y nadie se molestó en llamar a un traductor. No pudo llamar a su familia por Navidad.

P.- La cárcel le ha dado un estilo particular para anunciar el Evangelio…

R.- Eso dicen. La vida en prisión te despoja del lenguaje engañoso. A veces puedo resultar bruta al hablar porque voy directa al grano. He aprendido que de las diferencias y las tensiones que genera pueden surgir reflexiones interesantes. Por eso creo que la vida religiosa debe respetar las diferencias: estar con los ricos y los pobres, estar con los inocentes y los culpables.

P.- ¿Ser religiosa tiene impacto en su misión?

R.- Solo aquellos que han sido encarcelados pueden conocer la vulnerabilidad de los detenidos… Y no es mi caso. Pero conozco la vulnerabilidad de vivir en una instituto que envejece, que no sabe lo que le espera en diez años y si la vida en común seguirá siendo posible. Esta inseguridad me permite comprender la de los prisioneros.

Me coloca en una posición en la que no se trata de dar respuestas, sino de saber escuchar las quejas. Me resulta mucho más difícil sostener las quejas de mis hermanas que las de los prisioneros, porque esa queja está más cerca de mí: también es mía.

Hacerse a un lado

P.- ¿Cómo explica la actual caída de vocaciones religiosas?

R.- Hay una dispersión de las fuerzas vivas unida a la multiplicidad de los institutos, que no logra conferir el mismo ni la misma atracción que tienen los institutos masculinos, por ejemplo. Las grandes familias religiosas están destinadas a perdurar, pero no es indispensable tener tal multiplicidad de congregaciones femeninas vinculadas a ellas.

¿Qué hacer para sostener la vida consagrada? Si las fuerzas vivas se dispersan, se acaban, pero si se concentran, el grano almacenado se pudre. Santo Domingo desde el principio envió a sus hermanos de dos en dos y fue esto lo que permitió a la Orden nacer. Siempre estamos entre dos riesgos.

P.- ¿Qué enseñanzas podemos obtener de la historia para un futuro esperanzador de la vida consagrada?

R.- La vida religiosa, desde sus orígenes, es hacerse a un lado. La figura emblemática para mí es San Antonio entrando en el desierto. Estando a un lado, está en el centro. ¿Cómo podemos, con los números que tenemos, estar presentes en nuestras comunidades occidentales?

Hay cosas en las que confiar: asumir el valor de la vejez y la vida en común entre las diferentes generaciones, que nuestra sociedad necesita… El hacerse a un lado, tiene dos fundamentos: la soledad y el compartir de bienes.

Libertad de pensamiento

P.- ¿Qué diría a una joven que quiere ser religiosa?

R.- Ven y mira… Pero conserva tu espíritu crítico. Presta atención, porque hay comunidades que han perdido el norte. Por ejemplo, la presencia de muchas jóvenes no siempre es signo de vitalidad de la Iglesia. A veces, detrás de la fachada llamativa de ciertas comunidades, se esconden abusos de poder. El criterio decisivo es de qué forma las instituciones hacen posible el desarrollo de la libertad interior.

Debemos asegurarnos de que las comunidades no practiquen la clonación, que existan diversidad de opiniones, diferentes formas de entender la fe y el voto, y conflictos ideológicos porque esto es lo que nos permite saber si existe libertad de pensamiento dentro de la comunidad. Y si te acosan y te envían mensajes de texto todos los días para descubrir cómo estás mientras haces un retiro, huye.

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