Soy divorciada y no soy una católica de segunda

Chony, divorciada

La madrileña Asunción Picanill Sánchez tuvo que buscar su propio lugar en la vivencia de la fe cuando afrontó la mayor prueba de su vida: la separación de su marido. “Fue muy doloroso, un tiempo en el que no podía dejar de llorar. Antes, a nivel de Iglesia, iba a misa los domingos y ayudaba en lo que me pedían, pero no tenía una especial implicación. Sin embargo, cuando me ocurrió esto, me agarré con todas mis fuerzas al Señor, a un nivel personal más que institucional”.



Entonces, una amiga le habló del grupo de separados de la Parroquia de Guadalupe. No se veía con fuerzas y desechó la idea. Pero sí acabó aceptando otra invitación que lo cambió todo: “En mi parroquia, la de San Emilio, el párroco, Pablo Maldonado, me apoyó mucho. Hablábamos a menudo y me desahogaba con él. También fue clave otro sacerdote, Javier Criado, siempre acompañándome. Un día, surgió la propuesta de unos ejercicios espirituales de fin de semana en la sierra. Me resistí, pero al final fui porque quería descansar. Los organizaba un grupo neocatecumenal que daba charlas y formación en la parroquia y la experiencia fue muy importante para mí a la hora de abrir camino, pues decidieron iniciar una comunidad y me pidieron que fuera la responsable”.

Ejercicio de responsabilidad

Ello la llevó “a una situación de total novedad, pues me veía animando a la gente a asistir a los encuentros o preparando las celebraciones de la Palabra y las misas. Ahí sentí que el Señor lo dirige todo. En un momento tan difícil para mí, no me sentí sola. Me veía acompañada por la gente y también, íntimamente, por Dios”.

No todo fue fácil, pero sí se rompieron todos los prejuicios: “Entonces, hubo algunas personas de la parroquia que no veían bien que yo, divorciada, tuviera esa visibilidad. Pero fue clave el apoyo del párroco, que habló con todos y les dijo que, ‘si somos Iglesia, una comunidad, hay que apoyar a todas las personas’. Desde ese momento me sentí arropada por todo el mundo, invitándome a participar en todo lo que surgiera, dentro y fuera de la parroquia”.

Monitora en Guadalupe

Así, llegó la hora de dar el siguiente paso: “Llamé a mi amiga y le dije que ahora sí estaba lista para ir a Guadalupe. Los dos años en su grupo de separados fueron maravillosos. Me sentí comprendida y me ayudó a sanar. Pasado ese tiempo, nos dieron el simbólico título de ‘apto para la vida’. Ahí me impliqué en otras pastorales de la parroquia, como el coro o un grupo de adultos. Al final, me pidieron volver al grupo de separados, ya como monitora, junto a Fernando Soler y al párroco, Fernando Artigas”. Una labor que compagina, en San Emilio, con la de catequista de comunión y su pertenencia el grupo de Biblia. “Trato de ayudar en todo lo que puedo”, cierra sonriente.

Noticias relacionadas
Compartir