José García de Castro: “Espiritualidad y psicología son complementarias a la hora de comprender al ser humano”

  • Comillas organiza en Loyola un Simposio Internacional de Psicología y Espiritualidad 
  • “En nuestros días han proliferado maneras muy diferentes de alimentar la vida del espíritu, inherente a toda persona”, afirma el jesuita

José García de Castro

‘Sentir y conocer las varias mociones’ [Ej 313] es el título y la motivación del ‘Simposio Internacional de Psicología y Espiritualidad’, organizado por la Universidad Pontificia Comillas, que se celebra en Loyola entre el 20 y el 24 de junio. Un encuentro que coincide, tal como ha explicado a Vida Nueva José García de Castro, presidente del comité científico del simposio, con dos fechas significativas.

En primer lugar, la proximidad del V centenario de la conversión de San Ignacio (2021), que tuvo lugar en Loyola en 1521
“mientras se recuperaba de la herida sufrida en Pamplona en la defensa de la fortaleza de esa ciudad frente a las tropas francesas”, por lo que este simposio forma parte de las actividades que la Compañía de Jesús organiza para preparar el centenario ignacianos.

“Por otra parte, en este año 2019 se cumplen 30 años de otro congreso importante sobre Psicología y Ejercicios Espirituales que tuvo lugar en Salamanca en setiembre de 1989, y que se centraba sobre todo en la ‘Trasnformación del yo'”, señala García de Castro. Un evento cuyas actas, previsiblemente, se harán públicas en los próximos años “y darán un importante
impulso al estudio de esta fecunda relación”.

PREGUNTA.- ¿Son complementarias psicología y espiritualidad?

RESPUESTA.- Son dos maneras complementarias de mirar a la realidad humana. Hay diversas escuelas psicológicas como hay también espiritualidades muy diferentes. Este simposio se aproxima a la experiencia espiritual desde la perspectiva de la espiritualidad ignaciana y, en particular, desde los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Busca ofrecer un lugar de encuentro, una plataforma cualificada desde la que poder dialogar con rigor científico y con actitud trascendente acerca de cómo se produce la experiencia religiosa en el ser humano y cómo puede transformar su propia vida.

P.- Entonces, ¿cómo se relacionan la psicología y la espiritualidad?

R.- El punto de encuentro de la psicología y la espiritualidad es, ante todo, la experiencia. Su punto central de relación reside en el estudio de “lo que acontece” en el ser humano cuando siente o padece algo: emociones, sentimientos, pensamientos, deseos, aspiraciones, frustraciones, tristezas o alegrías que condicionan la libertad y, por tanto, influyen en el ámbito de nuestras decisiones y acciones.

La psicología es una ciencia radicalmente empírica, que obtiene conclusiones a partir de la observación de situaciones y datos de experiencia. La espiritualidad, que solo es tal si es experiencia espiritual, necesita conocer la racionalidad científica (psicología) que intenta explicar todo este mundo interno que nos configura al tiempo que introduce la variable “Dios” como una clave hermenéutica imprescindible. No es casualidad que este siposio se titule ‘Sentir y conocer las varias mociones…’ [Ej 313].

Por eso, lejos de excluirse mutuamente o de contradecirse en sus planteamientos, se trata de disciplinas que se complementan, e incluso se reclaman, a la hora de intentar definir el misterio que sigue siendo el ser humano desde su dimensión creatural.

P.- ¿De qué manera es necesaria una profunda comprensión de la propia espiritualidad para llevar a cabo el acompañamiento a los demás?

R.- Acompañar, se entiende “espiritualmente”, a los demás es una tarea muy seria en la vida cristiana y de la Iglesia. Se trata de iluminar y ayudar al prójimo en su relación personal con Dios. Acompañar bien exige una importante formación en el ámbito de la espiritualidad (conocer los lenguajes de Dios en la interioridad huamana) así como en el ámbito de la psicología y la antropología, para en su caso, “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Lo que ocurre con frecuencia es que Dios puede habitar en los asuntos del César o servirse incluso del César para atraernos hacia Él. En esta relación entre psicología y espiritualidad, de lo que se trata es de “ayudar” y ayudarnos (un verbo muy ignaciano) y para eso cuanto más y mejor podamos conocer la “lógica interna” de nuestras propias dinámicas más libremente podremos reaccionar (decidir y actuar) tratando de buscar y servir a Dios en todas las cosas.

P.- ¿Cómo podríamos definir la espiritualidad ignaciana?

R.- Es un modo cristiano de entender la relación Dios – persona – mundo a partir de la experiencia que vivió Ignacio de Loyola y que sistematizó de manera privilegida en los Ejercicios Espirituales. La espiritualidad ignaciana pone su centro de atención en el misterio de la Encarnación de Jesús y en la amistad y familiaridad con Jesucristo (conocimiento interno) hasta el colmo de lo posible.

Es una espiritualidad que confía mucho en que esta estrecha relación va ordenando progresivamente el mundo de los afectos, y, por tanto, va construyendo una persona cada vez más reconciliada y libre. Al final, por gracia del Espíritu Santo, Ignacio estaba convencido de que la vocación última de la persona es encontrar a Dios en todas las cosas y autocomprenderse en este mundo de manera religiosa, reconociendo que Dios “habita, trabaja y labora en todas las cosas criadas”.

P.- ¿Cómo encaja la espiritualidad ignaciana en nuestros días?

R.- La espiritualidad ignaciana ha recibido unas claves o núcleos de sentido que le facilitan un diálogo espontáneo y fluido con el tiempo que nos ha tocado vivir. Por una parte, es una espiritualidad de la amistad, en la que la persona puede releer su vida desde la historia de la llamada recibida de Jesús: vivir es ser amigo. Es, además, una espiritualidad que, a través, sobre todo, del planteamiento de la Primera semana de los Ejercicios, posibilita procesos de sanación y reconciliación, temas estos que despiertan enorme interés en nuestro tiempo, ya sea a nivel personal, familiar o, incluso, político-social.

Es también una espiritualidad de la libertad, un valor siempre tan deseado en todo tiempo y lugar; hay grandes meditaciones en los ejercicios (Dos banderas, Tres binarios…) que están pensadas de manera articulada para favorecer un progresivo crecimiento de la persona en autoconocimiento y libertad.

Por último, podríamos destacar también la gran sensibilidad de la espiritualidad ignaciana hacia un tema tan actual como el de la ecología: la genial formulación del “Principio y Fundamento” de los Ejercicios [23], la vinculación de la presencia de Dios en el corazón con el mundo y la historia que vivimos [316] o la mística implícita en la Contemplación para alcanzar Amor [234-237] evidencian el deseo del método por favorecer en las personas el aprecio y cuidado por “la casa común”.

P.- ¿Hay espacio para la espiritualidad en el mundo de hoy?

R.- Sí, sin duda. Vivimos en una época muy receptiva a la espiritualidad. En nuestros días han proliferado modos y maneras muy diferentes de alimentar la vida del espíritu inherente a toda persona humana, ya sea desde propuestas inamanentes o desde caminos abiertos a la trascendencia.

Reconociendo que muchas propuestas de “vida espiritual” han de ser discernidas detenidamente antes de aceptarlas como “buenas”, hay muchas personas que se reconocen “en búsqueda”, atravesando procesos y caminos internos que llenen de sentido unas vidas ya de vuelta de tanto consumo, tanta tecnología o tanta interconectividad, pues han descubierto, como el profeta “que ahí tampoco estaba Dios”. El hombre como “homo viator” o peregrino no cesará nunca de buscar espacio y tiempos que le ayuden a encontrarse con su propia e irrenunciable verdad y ahí la espiritualidad tiene algo… mucho que decir.

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