A día de hoy, solo el cobro de una entrada garantiza la conservación de las catedrales españolas

Con las llamas sin apagarse, una buena parte de la opinión pública francesa apunta al laicismo como posible causa remota de la dilación en el tiempo de una restauración en profundidad de la catedral de Notre Dame –que desde el XIX no era sometida a una actuación considerada más o menos integral–. En cualquier caso, la catástrofe de la seo parisina abre el debate sobre la conservación del patrimonio, especialmente de los grandes templos y su mantenimiento para que cumplan su función litúrgica y cultural.

En este sentido, el director del secretariado de la Comisión de Patrimonio Cultural de la Conferencia Episcopal Española, Pablo Delclaux de Muller, en declaraciones a la agencia Europa Press, ha señalado que las 96 catedrales católicas de España cuentan con planes de prevención fundamentalmente gracias a las entradas que se cobran a los visitantes. Esta aportación en un “gota a gota” continuo para la conservación de los edificios históricos.

Las ayudas son insuficientes 

Las diócesis han invertido, en 2016, 71,1 millones de euros en un total de 373 proyectos de construcción, conservación y rehabilitación de las distintas seos catedralicias. A pesar de las ayudas estatales, “las catedrales se mantienen a base de musealizarse, de cobrar entrada” y de la cantidad destinada de la X de la Declaración de la Renta pero “es muy poco, no es suficiente”, señala Delclaux.

“Abrir una catedral son miles de euros al día, y es un drama pero, o es cobrando entrada o no hay forma de abrirla”, se lamentaba el responsable de Patrimonio Cultural en una entrevista a Vida Nueva. Mirando a Notre Dame, cree que en España en general las catedrales están “bien” ya que “tenemos catedrales que llevan 700 años en pie y siguen en pie, eso sí, necesitamos financiación privada, pública y sobre todo de los visitantes, que tienen que comprender que hay que pagar una entrada, aunque no nos guste”.

La clave del futuro, además de la preocupación de los conservadores, pasa por la sensibilidad. Para Delclaux el “principal enemigo” del patrimonio “no son las termitas, la humedad ni el sol sino el mismo hombre”, señala recordando los enfrentamientos e incendios del 34 y de la Guerra Civil.

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