Encuentro Mundial en Dublín: el selfie de las familias reales

Familia de la UVA de Vallecas García-Monge

La parroquia también es nuestra casa

Gonzalo Ruipérez, párroco de San Juan de Dios, en la UVA de Vallecas, cuenta con la ayuda, entre otros, de Paco García (47 años) y uno de sus hijos, Adrián (14 años), que junto a Alba (12 años) y Gemma Monge (43 años) forman una familia “humilde, pero genial”, como recalca Paco. La familia llegó al barrio hace cuatro años. Casi al tiempo aterrizaba el nuevo párroco. Gonzalo ha encontrado en ellos una familia de referencia, a la vez que ellos han visto en él un referente. “Todos tenemos nuestros defectos y nos queremos así. Somos felices”, dice Paco. Alba y Adrián son ejemplo de esa felicidad que viven en lo sencillo, en lo cotidiano. Viven en familia y lo expresan como lo sienten. “Somos una unidad, la familia es ese punto de apoyo, aquellos en los que puedes confiar y a partir de ahí tirar para adelante”, sostiene Adrián.

Abuelo y padre: 20 años con Mario

Mario, de 20 años, ha sido criado por su abuelo Gerardo y su abuela Nico. Su padre, al que cariñosamente llamaban Gerardín en casa, “cayó en la droga y se juntó con una viuda que ya tenía dos hijas”, cuenta el abuelo. De esa relación nació Mario. Un bebé inesperado con el que parecía volver la estabilidad a esta nueva familia. No fue así. Cuando el niño tiene solo seis meses, su padre muere. Nico comienza a cuidar al pequeño, de manera cada vez más frecuente. La madre del pequeño va espaciando sus visitas hasta que lo abandona definitivamente con dos años. A los 5 años se presentaron en el juzgado y consiguieron formalizar la custodia de su nieto. Nico fallece cuando Mario tenía 13 años. Abuelo y nieto son ahora compañeros de piso. A Mario nunca le ha faltado un beso sonoro, ni un abrazo, tampoco una regañina o un castigo.

La historia de una viuda coraje

Un 23 de diciembre de hace año y medio, el Señor le pidió a Elisa que le entregara “lo más preciado” de su vida. Desde aquel día, esta madrileña –doctora ingeniera de Minas y profesora de la Universidad Carlos III– se levanta cada mañana con un “grito de guerra”: “Por ti, Señor… y por ti, Alberto”. Así se llamaba su marido y el padre de sus cinco hijos –María (16), Rodrigo (14), Teresa (12), Santiago (9) e Isabel (3)–, además de otros tres –Carmen, Asís y Estrella– que están “esperándonos con él en el cielo”. “Se hace duro ver que el suelo por el que andabas desaparece bajo tus pies de repente, sin aviso, sin planificación; y tienes que caminar cada día, sola y con cinco hijos pequeños, construyendo un camino que desconoces por completo”, recuerda Elisa emocionada.

Una tribu con altas capacidades

Las vidas de la familia Sancho-Arranz, de Segovia, cambiaron en 2005. José A. Sancho (61 años) tuvo un accidente laboral en el campo. Le amputaron el brazo derecho y sufrió un ictus. Entre la vida y la muerte, la balanza se decantó hacia la vida, pero hoy vive con un 80% de discapacidad, aunque “ahora tiene cierta autonomía”, relata su mujer, Heli Arranz (58 años). Sus fuerzas durante estos 13 años han estado en normalizar la situación a sus hijas, de  29, 27 y 21 años, y a su hijo (11 años), que llegó dos años después del accidente. Pese a todo, ella no ha perdido el sentido del humor: “Mi marido trabajaba mucho tiempo en el campo y vivía a caballo entre la casa del pueblo y la nuestra. Yo rezaba para que estuviera más tiempo con nosotros en casa. De tanto rezar ahora le tengo las 24 horas conmigo”.

El amor mueve montañas

Les gustaría ser una familia numerosa. Pero por ahora son dos: Gabriela del Corro y Pedro Sangro. Estos dos jóvenes madrileños de 29 años pasaron por el altar hace apenas seis meses después de cinco años de noviazgo. En un acto de valor y con un modus operandi poco tradicional, Pedro le pidió matrimonio. Y es que no le puso el anillo, sino un mosquetón de escalada. “Para llegar a ti, que eres el Kilimanjaro, he sudado. Ahora, con este mosquetón, vamos juntos a escalar el Everest tirando el uno del otro”, dijo Pedro. “Para nosotros el matrimonio era un paso más allá, suponía compartir tu unidad entera con la otra persona. Cuando tomábamos la decisión no pensábamos en una boda en la que hay que estar guapos y ya, sabíamos que era el plan de Dios e íbamos a decir que sí”, afirma Gabriela.

Fe para salir del pozo

Apunto de emprender viaje para pasar unos días de vacaciones en la tierra natal de Sylwia, la “estupenda mujer polaca” con la que está casado, y en compañía de los “dos maravillosos hijos” que tienen en común –Miguel, de 14 años, y Martina, de 8–, S. González Moreno se declara “feliz”. Pero no siempre fue así. Con 37 años, una cuesta abajo de autodestrucción le condujo a dormir en un coche y con un solo pensamiento en su cabeza: conseguir “la dosis del día”. Llegado a tal extremo, no tuvo otro remedio que “solicitar ayuda”. Hoy, aquellos años forman parte de un pasado que le cuesta rememorar, pero que tampoco olvida. Sobre todo, a quienes entonces estuvieron a su lado. “No puedo olvidar a nadie –explica–, por eso tampoco nombro a nadie”, pero no puede evitar referirse a un sacerdote que resultó “pieza fundamental”.

El “sí” incondicional a ser madre

Aunque sea la etiqueta oficial, el término “monoparental” no se ajusta para Eli. Es madre desde hace un año. Sí. Soltera. Sí. Pero en red. El concepto de familia para esta sanluqueña va más allá de lo que acuña la ley. Es mucho más amplio. Porque abraza no solo a su madre, a sus primos y demás lazos de consanguinidad. También a sus amigos, a la familia calasancia y a la comunidad educativa a la que pertenece como maestra de Infantil del colegio Divina Pastora de Sanlúcar de Barrameda. Toda una red que esta gaditana ha tejido durante años y que ahora sale al quite desde que Israel irrumpió en su vida. “Lo que tenga que venir, vendrá”, se dijo al marcar la casilla con la que aceptaba a un menor con necesidades especiales. Israel llegó sin cigüeña. Ni pesebre, porque en su primer encuentro Israel estaba a punto de cumplir seis años.

Desde diferentes tradiciones hacia Dios

Nacieron como familia interconfesional. Patrick de Jong (45 años) y Blanca Barbosa (44 años) pasan su décimo noveno verano de matrimonio. Él protestante y ella católica, contrajeron matrimonio en vísperas del nuevo milenio en Madrid. En este contexto nacieron Roberto (16 años), Tomás (14 años), Martín (12 años) y Hugo (9 años). Pero hace cuatro años que Patrick recibió la primera comunión. La familia de Jong-Barbosa tiene “la enorme suerte” de vivir al lado de “una parroquia maravillosa llena de jóvenes y de vida”: el Perpetuo Socorro, de los misioneros redentoristas. Ella considera que el mayor reto que tiene la Iglesia por delante hoy es “hacer que todos los modelos de familias se sientan parte. Es muy injusto pensar que hay familias más queridas por Dios que otras, muy injusto y, a mis ojos, muy incierto”.

Mirar a Nazaret desde la periferia LGTBI

Luis y Pablo son una pareja homosexual que comparte su vida desde hace 14 años: se casaron en 2012 y desde hace cuatro meses son padres. Con los desvelos correspondientes. “Paula es un ángel, duerme del tirón hasta las seis de la mañana y solo llora cuando tiene una necesidad real”, comenta Luis desde Caracas, donde está destinado como diplomático en la Embajada de España. En unas semanas viajan a Madrid para bautizarla. “Nunca planteamos el bautismo como una opción. Como cristianos lo damos por hecho, queremos educar a nuestra hija en la fe que vivimos”, certifican ambos. Desde la peculiaridad que reconocen y asumen de su realidad, sienten que “estamos llamados a ser una familia católica, siguiendo a la familia de Nazaret, que tampoco era precisamente un modelo tradicional”.

Un hogar de tres

“Somos una familia de tres”. Así define Isabel Rama (56 años) su unidad familiar, compuesta por ella y sus dos hijos, Isabel (26 años) y Javier (22 años). Ella es divorciada desde 2011, dice abiertamente desde el otro lado del teléfono. “No me da ninguna vergüenza, porque yo no he robado ni he matado. Me casé muy ilusionada pensando que sería para siempre, pero fue una experiencia fallida”, reconoce de forma tajante. Y añade: “Vengo de una familia súper tradicional y esto no cayó nada bien, pero se aceptó”. “Mis hijos no son practicantes –continúa casi sin respirar–, hicieron la comunión pero no se confirmaron porque así lo decidieron, pensando que lo harían cuando lo creyeran oportuno. Ellos respetan lo que me mueve pero no lo comparten. No sé si doy el perfil”. “¿Perfil? –respondemos– Buscamos familias reales”. “Ah, entonces sí”, se ríe.

Los García: misioneros con la casa a cuestas

En corrillos de sacristía, suena manido hablar de la familia cristiana como una familia abierta a la vida. En el caso de Antonio García y Ana Dolores Cruz sabe a expresión renovada y llena de contenido. Abiertos a horizontes inesperados, los que les han llevado de Jaén a Ecuador una vez más. Los seis últimos años que han pasado en España han sido un paréntesis de su vocación misionera. La falta de apoyo institucional y de respaldo efectivo hace que más allá de OCASHA-Cristianos con el Sur, cueste encontrar testimonios como el de ellos. De alguna manera para ellos, regresar a Ecuador es volver a casa. Al país de origen de sus tres hijos –Carla, Paco y Moisés–, que retornan como adolescentes. Aunque directamente no se dedican a la pastoral familiar, sino a lo social, Ana Dolores y Antonio ha impartido varias formaciones sobre ‘Amoris laetitia’.

Un hogar cristiano normal, pero no perfecto

Una familia cristiana corriente. Sin ambages. De misa dominical. De compromiso cristiano en lo cotidiano. Padre, madre y dos hijas. Santiago, Isabel, Marta y Cecilia. Un matrimonio de treinta y pocos. Con dos sueldos para sacar adelante el hogar. Familia normal madrileña. O no tanto, si se echa mano de las estadísticas. Los enlaces civiles o eclesiásticos se reducen, el número de divorcios duplica el de matrimonios y la práctica religiosa en familia se desploma. “Ser una familia cristiana no significa ser una familia perfecta. Las familias perfectas no existen, pero sí aquellas que a pesar de las dificultades tienen a Dios en medio, que en nuestro caso, nos ayuda a afrontar las luchas de cada día, nos empuja, nos permite tener una actitud diferente ante los problemas”, comparten ambos.

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