¿Maltrato a los hijos ‘por amor’?

De los países que conforman la OCDE, México ocupa el primer lugar en violencia infantil; el Secretario Ejecutivo de la Dimensión Familia de la CEM explica qué factores la generan, y qué hace la Iglesia para erradicar este mal

Recientemente, el Senado de la República aprobó por unanimidad un proyecto de reforma de ley para prohibir los castigos corporales y humillantes en contra de niñas, niños y adolescentes, así como para garantizar el derecho de los menores a una vida libre de violencia. Y es que, diversos estudios elaborados por instituciones no gubernamentales e instituciones del Estado, revelan que el maltrato infantil tiene una tendencia creciente en nuestro país, como lo confirma el hecho de que entre las 33 naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México ocupa el primer lugar en violencia física, abuso sexual y homicidios cometidos en contra de menores de 14 años.

Prohibido maltratar

En entrevista para Vida Nueva, el sacerdote Óscar Lomelín Blanco, secretario Ejecutivo de la Dimensión Familia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), aseguró que desde la Pastoral Familiar aplauden cualquier iniciativa que lleve a proteger a la niñez en su integridad, y destacó el hecho de que desde el Poder Legislativo se regulen estas prácticas inadmisibles por medio de un marco legal, ya que esto puede contribuir de manera decisiva a que se transformen también en prácticas no aprobadas socialmente, así como acelerar la erradicación de las mismas.

En México, la Ley para la Protección de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes –vigente desde el año 2000– busca no sólo protegerlos, sino asegurar su desarrollo pleno e integral física, mental, emocional, social y moralmente en condiciones de igualdad, pero esta nueva iniciativa del Senado pretende, entre otras cosas, eliminar del artículo 234 del Código Civil todo aquello que parezca autorizar el castigo corporal en el hogar, de manera que quede prohibido utilizar cualquier forma de violencia física o emocional como instrumento de corrección a niños y adolescentes.

“Además –añade el padre Óscar Lomelín– la iniciativa también está proponiendo que el Estado provea a los padres programas de sensibilización y educación que les permitan desempeñar su labor educativa sin utilizar la violencia, así como programas de promoción de disciplina positiva, que sea utilizada en lugar del castigo corporal y el trato humillante hacia los niños”.

Violencia genera violencia

El proyecto –que se encuentra ahora en la Cámara de Diputados– destaca que el 63 por ciento de los menores de uno a 14 años ha experimentado al menos una forma de castigo psicológico o físico por parte de miembros del hogar. Al respecto, el sacerdote asegura que son cifras tan altas que nos deben mover a la reflexión en el sentido de que el maltrato infantil involucra una serie de factores que no sólo dependen del padre o de la madre, sino que son parte de un proceso más complejo del que toda la sociedad es parte”.

Explica que durante mucho tiempo, en México se ha visto la violencia como una forma aprobada de educar. “Ha existido en la cultura mexicana la creencia de que los golpes o las humillaciones son benéficos en la labor educativa. Ese ‘permiso social’ ha hecho que las cifras vayan al alza. Por otra parte, la educación en la superioridad de género masculino sobre el femenino, ha traído una desnivelación en la distribución de poder en casa, haciendo que la condición de ‘omnipotencia’ del padre le permita tener comportamientos de violencia física o emocional hacia su esposa e hijos, en condiciones donde su autoridad es siempre incuestionable”.

Como consecuencia de ello –añadió– en algunas ocasiones la mujer violentada puede caer en comportamientos de maltrato hacia sus hijos. Lo mismo ocurre si fue educada en un contexto de violencia, pues México es un país con alto índice de familias que tienen poca educación, pobres condiciones de salud y poco ingreso económico. “El vivir una situación de este tipo también constituye un factor estresante que hace que la violencia sea una forma de escape de las frustraciones que ambos padres puedan tener acerca de sus condiciones de vida”.

Insistió en que la violencia tiene factores transgeneracionales, por lo que es importante frenarla, pues de otra forma irá creciendo en forma exponencial. “Corresponde a toda la sociedad actuar en consecuencia para erradicarla”.

Acciones desde la Pastoral Familiar

El padre Óscar Lomelín también se refirió al trabajo que se realiza desde la Pastoral Familiar en México para atender este problema. “La Iglesia es consciente del papel crucial que juega como parte importante en el sistema macro sobre el que se mueve la familia, porque es a la vez transmisora de valores, de sistemas de creencias y de normativa hacia sus fieles”.

En este sentido, señaló que una de las tareas de la Iglesia es participar en el proceso de cambio educativo de los padres, que les lleve a ejercer una parentalidad al servicio de la vida y del desarrollo integral de la persona: “El ejercicio de esta parentalidad no se limita a una parentalidad biológica, que tiene como finalidad simplemente la procreación, sino más bien a una parentalidad social que lleve a los padres o cuidadores a atender de manera acertada las necesidades de los niños y niñas para brindarles la protección, la educación y la socialización necesaria para que se desarrollen como personas sanas”.

Explicó que desde la Dimensión Familia de la CEM se trabaja en tres ejes: el acompañamiento a familias que sufren de violencia familiar; el acompañamiento en el proceso de reconstrucción de la mujer violentada; y en la orientación para el ejercicio de habilidades parentales. 

Parentalidad bientratante

Para el también responsable de la Pastoral Familiar de la Arquidiócesis de Monterrey, hoy más que nunca es importante educar a los padres en relación con el ejercicio de su parentalidad, de tal manera que su comportamiento vaya encaminado a cumplir con los cinco componentes de la “parentalidad bientratante”; es decir, “el aporte nutricio de afectos, cuidado y estimulación; los aportes educativos; los aportes socializadores; los aportes protectores y la promoción de la resiliencia”.

Finalmente, sobre los castigos, que corresponden a los aportes educativos de la parentalidad, dijo que es importante educar a los padres a ejercerla con modelos de crianza que estén encaminados al respeto y a la promoción de la persona. Para ello –añadió–  la asesoría individualizada y los talleres de habilidades parentales que ofrece la Iglesia pueden ser una gran herramienta para las familias en el ejercicio de su parentalidad dentro del ámbito de la pastoral familiar”.

“Hoy más que nunca –concluyó– es importante ser elementos de cambio para dar un giro de un estilo de parentalidad que maltrata ‘por amor’, a un estilo de parentalidad que busca educar sin violentar la integridad de la persona”.

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