Cardenal Ouellet: “Hemos enterrado el talento de la mujer”

Cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los obispos y responsable de la Pontificia Comisión para América Latina

El cardenal Ouellet, discípulo del gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, siempre ha sido sensible a la cuestión femenina en la Iglesia gracias a su cercanía a una mística: Adrienne von Speyr. El prefecto de la Congregación para los Obispos, que se reúne todos los sábados con el papa Francisco para tratar delicados temas como los nombramientos y problemáticas episcopales, es también el Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL). Esta Comisión, fue creada por Pío XII, en 1958, en unión y bajo la tutela de la Congregación para los Obispos. La CAL trabaja en armonía y coordinación con el CELAM, el Consejo Episcopal para América Latina y el Caribe. El cardenal, misionero de San Sulpicio de origen, habla perfectamente español por su estancia en Colombia y sus años como profesor allí. Desde hace cinco años vive en Roma, al servicio de la Curia Romana.

PREGUNTA.- La Reunión Plenaria de la CAL, que tuvo lugar en Roma del 6 al 9 de marzo, desarrolló el tema ‘La mujer, pilar en la edificación de la Iglesia y de la sociedad en América Latina’. Fue el Santo Padre quien asignó esa temática a la CAL, ¿cuáles piensa usted que fueron los motivos de esa elección por parte del Papa? ¿El machismo clerical que Su Santidad ha puesto en evidencia más de una vez? ¿O quizá los reflectores de la conciencia social focalizados en la mujer en la Iglesia?

RESPUESTA.- El Papa no dudó ni diez segundos cuando le presentamos dos temas, lo escogió inmediatamente. Él es muy sensible a la situación general de las mujeres: tantas situaciones de falta de reconocimiento, de maltrato, de soledad, la trata de personas. Por otra parte, el documento de Aparecida señala la irresponsabilidad de los hombres, la ausencia de padres, la libertad sexual – en la mentalidad y en la cultura – que se permiten a ellos mismos, pero no a las mujeres. Se trata de toda una cultura machista que hay que cuestionar y que tiene también sus reflejos en la Iglesia misma, en la mentalidad clerical, en el desprecio a las mujeres, en lo que pueden o no hacer. Me parece que todo esto ha influido en la decisión del Papa.

P.- Excepcionalmente, en esa Asamblea Plenaria se invitó a participar a unas 15 personalidades femeninas de América Latina, con diferentes responsabilidades sociales y eclesiales, junto a los miembros y consejeros de la CAL que son cardenales y obispos, y al secretario a cargo de la Cicepresidencia, el Dr. Guzmán Carriquiry, el laico con mayor responsabilidad y trayectoria dentro de la Curia Romana. ¿Qué tipo de diálogo se estableció entre las mujeres y los prelados? ¿Cuál fue el clima que se creó en ese encuentro en el que unas y otros tuvieron la palabra?

R.- Evidentemente este tema no se podía tratar sin la presencia de mujeres. Un número significativo de personas preparadas, mujeres de diversas capacidades y competencias. El diálogo que se desarrolló fue entre pares, en el análisis sociológico, histórico y también pastoral. Las contribuciones de las mujeres fueron de un valor igual o mayor que las de los prelados. Fue un acierto el modo en el que logramos compartir los temas, en un clima cordialísimo y constructivo, de auténtica escucha mutua, de franqueza y al mismo tiempo de debate con respeto. Fue muy bello.

Para mí, este ejercicio de tres o cuatro días fue una toma de conciencia. Debo confesar que el evento me cambió en profundidad en cuanto a mis convicciones sobre este tema. Lo conecté con la cultura de mi país, Canadá, donde la paridad hombre-mujer es casi un “dogma”. Yo tenía en mi propia experiencia un factor cultural positivo, pero no del todo integrado. Me faltaba la profundización propia del intercambio que tuvimos. El diálogo auténtico nos cambia. Sentí la presencia del Espíritu. Esa es la clave.

P.- Desde 2013, en que el Papa en su vuelo de regreso de Río de Janeiro, en la primera conferencia de prensa de su pontificado, dijo que se necesitaba una profunda teología de la mujer para discernir cómo la mujer se ha de insertar en la toma de decisiones importantes en la Iglesia –dado que no puede limitarse a ser “monaguilla, presidente de Cáritas o catequista”–, este requerimiento viene repitiéndose. ¿Cree usted que ahora existe una reflexión teológica sobre las mujeres? ¿Podría usted explicar sencillamente su pensamiento teológico sobre este tema?

R.- El Papa es incisivo al identificar dónde hay que profundizar la reflexión. Hay una teología que se está haciendo. Se aprecia en las Actas del Simposio sobre el Rol de las Mujeres en la Iglesia, organizado por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 2016. Se necesita recuperar la teología profunda de Hildegarda, Gertrudis, Matilde, Edith Stein y las doctoras de la Iglesia. Se requiere desarrollar una teología con fuerte capacidad racional, de diálogo con la cultura, con las filosofías actuales, pero también la teología contemplativa, la de María y de los Padres de la Iglesia.

En la Plenaria mi tema fue la mujer a la luz de la Santísima Trinidad y de la Iglesia. Mis antecedentes son un conocimiento profundo de la teología de von Balthazar y Adrienne von Speyr. Ella es una teóloga carismática con el carisma de profecía. Reflexionando sobre el misterio de la Trinidad y a la luz de la antropología teológica, la exégesis nos dice que la imagen de Dios es la relación hombre y mujer. Hay una raíz de la diferencia sexual o de género en Dios mismo, en la distinción de las Personas y en el modo como se relacionan. Entonces, hay en Dios un arquetipo de la mujer.

Para mí fue una iluminación: el reflujo del Espíritu Santo sobre la relación entre el Padre y el Hijo que me llevó a decir que en Dios hay amor paterno, amor filial y hay amor nupcial. Amor materno como consecuencia del nupcial. Y luego, en el plan de salvación: el Espíritu Santo y la mujer están íntimamente relacionados para que el Verbo se haga carne. Todo eso me confirmó que el papel del Espíritu Santo en la Trinidad se puede describir como amor nupcial. La dignidad de la mujer me pareció mucho más clara desde esta fundamentación trinitaria, porque si se afirma que hay arquetipo de la diferencia hombre-mujer en Dios, hay arquetipo de la mujer en Dios.

P.- Quienes tuvimos el privilegio, como mujeres latinoamericanas, de participar de ese extraordinario encuentro de la CAL, fuimos enriquecidas por los cardenales, los obispos y el secretario. Y nos conmovió la capacidad de escucha de nuestros interlocutores, por el respeto y la libertad, y por el trabajo colaborativo en el que se palpaba la acción del Espíritu Santo. También expusimos sobre familia, educación y catequesis, política, economía y trabajo, compromiso solidario de las religiosas y protagonismo de las mujeres en la historia latinoamericana entre otros temas. ¿En qué medida y cómo sirvieron al debate esas intervenciones?

R.- Cuando se trata el tema mujer salen a flote muchas cosas relegadas, reprimidas, valores… por eso el primer fruto es el tema mismo, que es generador de vida. Además, la importancia de la educación como hecho histórico y como desarrollo contemporáneo, las mujeres fueron relegadas en el acceso a la enseñanza. Me da vergüenza. Debe haber gente competente y si la hay, debe participar más en las decisiones en todos los niveles y dicasterios. Me viene la imagen de la parábola de los talentos: el talento de las mujeres lo hemos enterrado. Y no por culpa de “ellas” sino de “ellos”. Fue fuerte la dimensión testimonial, junto a las intervenciones. ¡El testimonio de la Hna. Mercedes Casas sobre la vida consagrada! ¡Qué hermosura! Sencillo, descriptivo, hecho en modo muy femenino. Me marcó.

P.- Providencialmente, una de las fechas en que se realizó la Asamblea de la CAL coincidió con el Día de la Mujer, 8 de marzo. Esa mañana hubo un hecho trascendente y conmovedor, una experiencia vital que quedó grabada a fuego en el interior de cada participante: el Señor Cardenal, presidente de la CAL, en nombre propio, pidió perdón a las mujeres. ¿Qué le llevó a manifestarse de ese modo?

R.- Me nació mientras se acercaba el Día de la Mujer y lo hice en primera persona sin implicar a los otros, si bien también para ellos tenía sentido. Pensé en mis limitaciones, en errores del pasado, en mi pequeño mundo personal y en todo lo que habíamos evocado en los días anteriores sobre la situación concreta de las mujeres, los maltratos, la violencia, la trata, los feminicidios, el desprecio, la violencia familiar… con ese cuadro y queriendo ese día hacer gestos sencillos de reconocimiento, lo hice espontáneamente como hombre frente a esas mujeres. Así fue: me sentí conmovido, avergonzado, sinceramente arrepentido por los pecados de los hombres respecto de las mujeres. Fue un gesto simbólico. Está en el espíritu del Papa Francisco.

P.- El broche de oro de la “Plenaria” de la CAL fue la audiencia con el Santo Padre. Entre las conclusiones del encuentro latinoamericano usted planteó la cuestión de un Sínodo de la Iglesia universal sobre el tema de la Mujer en la vida y la misión de la Iglesia. ¿Le parece que sería posible pensar un sínodo, no sOlo con la metodología que hoy en día se pone en práctica en los encuentros sinodales, sino con una nueva modalidad, precisamente la que se implementó en la Asamblea de la CAL, en la cual se escuchó tanto a hombres como a mujeres?

R.- Evidentemente el tema mujer obliga a una participación de mujeres. Quizás habría que variar la modalidad de los sínodos. Puede haber sínodos con participación de obispos y sínodos más eclesiales con laicos y religiosos, con significativo número de mujeres, para todos los temas. Pero el tema de la mujer no se puede postergar. Está entre las urgencias de la Iglesia. América Latina ha sido un catalizador que vale para todas las culturas, para levantar un poco la postración que viven las mujeres en la humanidad. La Virgen María es lo máximo que podemos pensar para un ser humano. La experiencia totalmente positiva de este intercambio en la CAL cambiaría la metodología para el futuro. No debemos postergar el tema porque el tema nos va a dar lo que nos dio la Plenaria: fue sinodal y nos llevó a un punto de comunión. El Espíritu Santo nos lleva en esta dirección.

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