Un sínodo de la mujer: ¿utopía o realidad?

  • El jesuita chileno Jorge Costadoat abandera esta iniciativa después que el papa Francisco haya convocado a la familia y a la juventud
  • Para el religioso, “el anuncio del Evangelio si no se encamina a desplegar integralmente a las mujeres, no es evangélico”

El jesuita chileno Jorge Costadoat, propone la realización de un sínodo de la mujer, después que el Papa Francisco haya convocado a sínodos de la familia y de la juventud. “No un sínodo “sobre” o “para” la mujer, dice, sino uno “de” la mujer: organizado y llevado a efecto por las mismas mujeres. Uno “sobre” o “para” la mujer no se necesita”.

Argumenta que urge oír a las mujeres que hace ya más de un siglo están expresándose en movimientos que luchan para el reconocimiento de sus derechos. En esta lucha Costadoat identifica un “signo de los tiempos” imposible ya de esquivar: “Para la Iglesia la escucha de la palabra de Dios en los acontecimientos históricos tiene una obligatoriedad parecida a la de dejarse orientar por la Sagrada Escritura, asegura. Si Dios tiene algo que comunicar en nuestra época, la Iglesia ha de discernir entre las muchas voces que oye aquella que, gracias a los criterios que le suministra su tradición histórica, es imperioso reconocer, oír y poner en práctica”.

Responder a los perennes interrogantes

De este modo parece aludir a aquella profunda y novedosa expresión en el n° 4 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II: “Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas”.

Costadoat reconoce que la Iglesia “ha llegado tan tarde a luchar por los derechos de las mujeres; es más, ha sido tan sorda a sus clamores de comprensión y de dignidad, que tiene poca autoridad para hablar de ellas. La misma exclusión de las mujeres en las tomas de decisión eclesiales es prueba de un interés insincero o acomodaticio por ellas. Acaba de terminar un sínodo sobre la familia en el que no votó ninguna madre…”, afirma.

Presenta los dos grandes movimientos en este proceso: el ‘feminista’ que lucha por la igualdad de derechos cívicos y políticos que, en la Iglesia, se replica en demandas por participación en instancias de gobierno. Otro movimiento para el investigador es el que “tiene por objeto la liberación ‘de’ la mujer ‘por’ la mujer de las funciones, categorizaciones y servicios que se le han impuesto a lo largo de la historia“.

“Me refiero a la liberación interior que algunas mujeres han logrado alcanzar, desprendiéndose del patriarcalismo y androcentrismo que les ha sido inoculado desde el día de su nacimiento”, expresa.

Devolver su importancia a las mujeres

Reconoce que ha habido en la Iglesia algún espacio para una liberación femenina, pero también enfatiza que “hablo de algo grave. La actual condición de la mujer en la Iglesia, a estas alturas, no es un descuido. Es un pecado. La apuesta cristiana es esta: el Evangelio ayuda a que las mujeres lleguen a su plenitud; el anuncio del Evangelio si no se encamina a desplegar integralmente a las mujeres, no es evangélico”.

Por eso concluye que “se necesita un sínodo que, al menos, devuelva a las mujeres la importancia que tuvieron en las comunidades cristianas del siglo I. Un sínodo, y mejor un concilio, que ponga en práctica al Cristo liberador de las más diversas esclavitudes y auspiciador de la dignidad de los seres humanos sin exclusión”.

Para su realización propone que “tendrían que participar especialmente las mujeres que están haciendo la experiencia espiritual de haber sido liberadas por Dios del ‘hombre’ que, personal, cultural o institucionalmente considerado las ha precarizado”.

Y continúa: “ayudarían las muchas teólogas de calidad que existen. Las he leído. Poco tendrían que aportar, por el contrario, mujeres asustadas con su propia libertad. ¿Pudieran participar en él algunos hombres? Sería indispensable” , termina.

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