Una mirada ecológica a la visita papal

El templete del parque Simón Bolívar en Bogotá es un buen indicador de lo que se espera que suceda después de la visita del Papa. Lo que era un potrero hace 50 años, vestigios de la hacienda El Salitre, hoy es un gran espacio verde en el centro geográfico de la ciudad. “Primero fue el templete, luego vino el parque”, afirma el padre Luis Ángel Cuenca, gestor del centro pastoral que está en el sótano del “Santuario de los Papas”, llamado así por la memoria de Pablo VI, quien lo inauguró en 1968; Juan Pablo II, quien celebró en el parque en 1986 y por Francisco, quien lo bendecirá en esta ocasión.

La encíclica Laudato si’ remite a los espacios geográficos en los que se desarrolla la propia amistad con Dios (LS 84), se recuperan vínculos (232) y se teje un “nosotros” a partir de la riqueza de significados (151). La naturaleza no se entiende “como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos inter-penetrados” (139). Es más, los demás seres vivos no deben ser “considerados como meros objetos sometidos a la arbitraria dominación humana” (82). Por el contrario, “percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza”, como anotan los obispos del Japón (85). “Un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios”, según lo afirma el Patriarca Ortodoxo Bartolomé (LS 8).

La mirada desde la Ecología Integral explica que surjan iniciativas como “Visita papal, carbono neutral”, en la que confluyen Domus Omnia, Movimiento Católico Mundial por el Clima, Cáritas Suroriente y CELAM, para vislumbrar que cada país que el Papa visite sea país que reverdece, pues de la medición técnica y certificada de la cantidad de gases que inciden en el cambio climático se implementan planes de gestión ambiental, se educa hacia una cultura ecológica y se siembran árboles en una cantidad equivalente a la huella que impacta en la atmósfera. Aquí hay un giro de percepción, pues el centro no es el ser humano, sino el paisaje en su conjunto; y no se agota el esfuerzo en la complejidad del presente, sino que se construye una visión desde el futuro deseado. “No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología” (LS 118).

Por eso, el entrenamiento cotidiano en hábitos de vida sustentable, como, por ejemplo, con la Guía ambiental del peregrino, diseñada con motivo de la visita del Papa, da paso a una pedagogía experiencial para comprender que todo está relacionado y aprender a caminar cantando Laudato si’ (244) “en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas” (92).

¿Quién es éste que arma tanto lío?

Jorge Mario Bergoglio es un hito en la historia de la Iglesia. Argentino. Jesuita. Asume el nombre de Francisco, en honor del santo de la pobreza, la paz y el cuidado de la Creación. También es el primero en escribir una carta encíclica para “entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común” (LS 3; 64), proponiendo un giro epistemológico y una mística que invita a la creatividad.

En su empeño por reparar la Iglesia para que sea “pobre y para los pobres”, clama por tierra, techo y trabajo para todos; defiende el derecho fundamental al agua y se ocupa de poner la economía al servicio de los pueblos; construir la paz y la justicia; y defender la Madre Tierra.

Es el Papa de los gestos simbólicos, el que pide que recen por él. Va al encuentro de los migrantes, siembra un olivo con judíos y musulmanes, se reconcilia con el Patriarca Ortodoxo ruso después de mil años, visita un templo evangélico pentecostal, lava los pies a jóvenes reclusos, abraza tiernamente a los enfermos y en numerosos actos sencillos expresa una espiritualidad de la austeridad y la misericordia, tratando que la Iglesia sea más parecida a un hospital de campaña en plena batalla que a un castillo de indolencia y vanidad.

Este es el Papa que viene como peregrino de la paz a la “tierra del olvido”. El mismo que recibió aportes de todo el mundo para escribir Laudato si’ y se fue a la ONU y al Congreso de Estados Unidos a “armar lío”, pidiendo cambio humano para enfrentar el cambio climático tan solo unos meses antes de la COP 21, en la que después de más dos décadas de infructuosas negociaciones se logró, por fin, el Acuerdo de París.

Es el Papa que nos dice que todo el universo material es “caricia de Dios” (84) y que “se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado (232). A la vez es el Papa incomprendido, tildado de folclórico, de hereje y hasta de anti-cristo. El Papa a quien la fuerza de los hechos le recuerda que en América “las leyes se acatan, pero no se cumplen”. El Papa que prefieren en una sacristía y no predicando valores éticos sobre la política económica de los gobiernos y corporaciones. Es el Papa cuyo discurso sobre DDHH muchos preferirían cambiar por ritualismos vacíos.

 ¿Cómo dar el primer paso?

Francisco plantea una conversión ecológica integral, que se expresa en el ambiente de nuestra habitación, lugar de trabajo o barrio, pues “los escenarios que nos rodean influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar” (146). Por eso, la valoración de los territorios que configuran nuestro país dimensiona la maravilla de esta porción del hogar común que debemos cuidar. No son recursos naturales. Es “Creación”, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado (76).

De ahí que lo que parecería un asunto logístico como el manejo de basuras durante la misa con el Papa no sea algo marginal sino esencial. Importa la historia ambiental de los manglares afectados por la zona portuaria donde se celebrará la eucaristía o el sentido de celebrarla en un parque temático. Se entiende por qué los puestos VIP son para las personas enfermas y no para los adinerados, como si fuera un concierto.

Que el Papa consagre los frutos de la tierra y del trabajo humano en el “altar del mundo” debe interpelar nuestra cultura de corrupción, el fracking, los megaproyectos mineros, hídricos, petroleros, los monocultivos, la tala, la pesca indiscriminada, así como la pequeña minería contaminante, la irracional expansión agrícola-pecuaria, los botaderos de basura, la falta de cultura, para transitar a una política que piense con visión amplia, lleve adelante un replanteo integral (197), rompa la lógica perversa, preserve el ambiente y cuide a los más débiles (198).

Tal sensibilidad ante la trama de la vida nutre la visión de un país que reverdece con la estela de sabiduría que deja el peregrino Francisco y que en la poesía de Jorge Velosa se describe como “un ramo de flores de cien mil colores” en el que va “viendo y también sintiendo cada colombiano convertido en flor”. 

 

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