Opinion // Acompañar a las familias, no señalarlas

La contribución del papa Francisco a una nueva comprensión de la pastoral familiar

Aunque ha sido tradicional que la Iglesia se preocupe por la familia, desde hace casi tres años Francisco volvió a poner en el tapete los asuntos más relevantes de esta compleja institución. Tanto que regaló a la Iglesia una exhortación apostólica centrada en la “alegría del amor”, Amoris laetitia, como una voz de esperanza para quienes quieren vivir cristianamente su vida matrimonial y familiar, pero que no dejan de luchar en medio de las dificultades cotidianas.

La exhortación rescata muchos asuntos: el valor que tiene el amor, la fecundidad, la importancia de la oración, la celebración o la ternura, entre otros. Pero hay tres elementos que quisiera resaltar.

Por un lado, el énfasis acerca de la diversidad y complejidad de la realidad familiar. A propósito, dice el Papa: “agradezco tantos aportes que me han ayudado a contemplar los problemas de las familias del mundo en toda su amplitud. El conjunto de las intervenciones de los Padres, que escuché con constante atención, me ha parecido un precioso poliedro” (n. 4).

Recordemos que el sínodo comenzó sintiendo las necesidades de la Iglesia, por eso hizo un sondeo con preguntas y percepciones para tratar los temas más relevantes y no aquellos que se pudieran dar por supuesto. En palabras de Carmen Bernabé, “lo que debe ser subrayado de este tema es el proceso empleado, que va de abajo a arriba y que supone explorar y escuchar el sentir del Pueblo de Dios”.

Otro aspecto muy importante es la centralidad del discernimiento, que se encuentra en el capítulo 8, uno de los más cuestionados por sectores tradicionalistas, pero particularmente el que considero más interesante. Creo que Francisco confía en la madurez del laico, y si este cuenta con procesos de formación será capaz de discernir desde su experiencia de fe cómo vivir cristianamente su realidad. Sin tener que ser censurado en temas de sexualidad o frente a decisiones de continuar o no un matrimonio.

Por eso el último aspecto relevante es la importancia de acompañar a las familias: “la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad”. No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña (n. 291).

Como un auténtico pastor, Francisco enfatiza y se preocupa por el acompañamiento. Tanto sufrimiento de las parejas y de las familias se podría evitar si contaran con una comunidad que los ayude a superar dificultades, ya sean económicas, de la misma relación, y así “orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrecer aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades” (n. 4).

Creo que el cambio de óptica de Francisco alienta a vivir un cristianismo auténtico, más optimista dentro de nuestras familias, liberados de tantos señalamientos: “si vivimos o no la sexualidad que quiere la Iglesia”, “si cumplimos o no los sacramentos”, entre otros. En esta misma línea el Papa latinoamericano da un voto de confianza a los laicos y en las transformaciones que puedan abrir nuevos caminos para la familia cristiana. Situaciones difíciles siempre habrá que afrontar, pero de lo que se trata no es de caminar hacia la perfección, sino de vivir en lo cotidiano una fe que anima y al mismo tiempo confronta.   

 

Ángela María Sierra G.

Teóloga

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