Las lágrimas de Lucía en el bosque del Chaco

  • Lucía es una mujer paraguaya que ha tenido que dejar a su hija en un centro para que la cuiden
  • La pequeña nació con malformaciones, por la exposición de Lucía a sustancias agrotóxicas
  • La monocultura de la soja en Paraguay ha desmantelado el sistema productivo de la agricultura tradicional, algo denunciado por ‘Laudato si’

mujeres zona pobre de Paraguay esperan la visita del papa Francisco

No tener otra elección. Llorar en silencio y no encontrar una camino viable. Hundirse cada vez más, en un barranco en el que no se ve el final. Todas estas sensaciones tuvo Lucía cuando dejó a su hija, la pequeña Mary, en una casa de acogida para mujeres que renuncian a la maternidad en Paraguay. Para siempre.

Su niña tiene dos años, y por una enfermedad de crecimiento, tiene el tamaño de un bebé. Algunos niños en ese centro son cuatro veces más altos que ella. Para llegar ha recorrido a pie caminos de tierra llenos de agujeros que aran campos de soja y decenas de kilómetros de naturaleza salvaje del bosque.

El centro Casa Esperanza acoge a unos treinta niños de cero a tres años, todos hijos de mujeres solteras, que no son capaces de mantener a su descendencia. Última de cinco hijos, también Lucía cuando tenía tres años fue confiada a una pareja de campesinos muy pobres, que murieron cuando tenía 16 años. Su familia de origen no podía cuidarla debido a su gran pobreza.

Una tierra que expulsa a personas

Casa Esperanza está en la zona del bosque del Chaco, dividida entre Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay. Hoy este bosque, explotado por la agricultura y la ganadería industrial se ha convertido en una tierra que expulsa a personas. Al año, 9.000 familias huyen a la ciudad, escapando no solo de la falta de trabajo y perspectivas, sino también del bombardeo químico de los aviones y helicópteros que rocían con pesticidas los campos cultivados, exponiendo a los habitantes a los efectos tóxicos de los herbicidas. Lo llaman el mal del avión. Cómplices la mecanización y el uso intensivo de pesticidas, un solo campesino puede cuidar hoy de un gran cultivo de 600 hectáreas, superficie que antes podía dar de comer a 60 familias. Pero, para quien permanece viviendo en el campo, a menudo mujeres solas con ancianos, hay un precio que pagar.

Es el que ha pagado la pequeña Mary, hija de Lucía, víctima de malformaciones de nacimiento como consecuencia de la exposición a algunos componentes químicos. Se trata de uno de los herbicidas más utilizados, el terrible glifosato, reconocido recientemente como probable cancerígeno por el IARC, la agencia internacional para la investigación sobre el cáncer. Las asociaciones de los campesinos hablan abiertamente de “situación gravísima”, las denuncias de muertes sospechosas son miles, mientras que un estudio de la Sociedad paraguaya de pediatría habría verificado que más del 40% de las madres expuestas durante el embarazo a los agrotóxicos, después ha dado a luz niños con graves malformaciones.

El 22% de Paraguay vive en la pobreza

Paraguay se ha convertido, en pocos años, en el tercer exportador y el cuarto productor de soja en el mundo. Como resultado, el país ha conocido años de elevado desarrollo económico, aunque permaneciendo como uno de los países más pobres de América Latina. A pesar del ingreso de sus productos en el mercado mundial, cerca del 22%% de la población vive en la pobreza, mientras que la pobreza extrema llega al 9%%.

Pero la monocultura de la soja ha desmantelado el sistema productivo de agricultura tradicional. La expulsión de cientos de miles de campesinos de sus tierras y la expansión de plantaciones intensivas de soja son dos datos de hecho. Precisamente por esta situación, el país es expresamente mencionado en la Laudato si’. El papa Francisco cita las fuertes palabras de denuncia pronunciadas, en 1983, por los obispos paraguayos sobre el derecho a la tierra: “Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización”.

Lucía, como muchas otras mujeres campesinas, sabe que en algunos lugares de los campos paraguayos hoy gana la ley del más fuerte. Y ella es demasiado débil para lograrlo.

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