Dos leyes en 24 horas. Justo coincidiendo con el anuncio de su audiencia con el papa Francisco. Por un lado, Donald Trump ha dado luz verde a su propia ley de libertad religiosa. Resulta llamativo que el presidente que ha buscado limitar la entrada de ciudadanos de países musulmanes aúpe por otro lado una norma de este tipo. “No dejaremos que la gente tenga que estar callada por su religión”, deja caer el presidente.
Las piezas encajan desde el momento en que esta orden ejecutiva facilita que las iglesias evangélicas, las mismas que propiciaron su victoria sobre Hillary Clinton, puedan participar más activamente en el orbe político. Si hasta ahora se prohibía a las iglesias pedir el voto desde los púlpitos si querían estar exentas de impuestos, ahora les deja vía libre para entrar en campaña.
Por otro, ha dado un paso adelante para tumbar el ‘Obamacare’, o lo que es lo mismo, la reforma sanitaria de su predecesor en el cargo. Aunque todavía le quedan más trámites parlamentarios, esta victoria por la mínima le da tanto oxígeno que Trump celebro por todo lo alto su limitación al acceso de los norteamericanos a lo más parecido a un régimen público sanitario que ha vivido Estados Unidos.
De paso, ofrece un globo de oxígeno a los hospitales católicos que, con el ‘Obamacare’ en la mano, de alguna manera se veían obligados a practicar abortos, en caso de querer seguir recibiendo subvenciones públicas.
Con las dos normas en la mano, ¿hay un guiño al votante cristiano? ¿Una manera de allanar el camino ante su visita al Papa?
Myanmar ya habla de tú a tú con la Santa Sede
Los cristianos apenas llegan al 6%. Pero, al menos ahora, pueden respirar tranquilos. No solo ellos, la propia canciller de Myanmar, ha sufrido en su propia piel lo que supone vivir bajo un régimen de silencio impuesto. Por eso resulta tan relevante que en su segunda visita al Vaticano, la premio Nobel de la Paz Aung Sam Suu Kyi aprovechara para certificar la puesta de largo del establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
De esta manera, se convierte en el país 183 que firma estos acuerdos internacionales con el Vaticano. Sí, 183. Por eso, resulta irrisorio cuando más de uno y de dos piden en nuestro país la abolición de los acuerdos Iglesia-Estado sin ofrecer alternativa ninguna.
O poco han estudiado sobre relaciones internacionales o, lamentablemente, solo se trata de un arma arrojadiza que lanzar cuando los programas electorales dan para poco.
