Tribuna

Una mirada de esperanza para la crisis en Chile

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Sin dudar los chilenos sabemos cómo enfrentar los terremotos y adversidades de una naturaleza rebelde e imprevista, sin embargo, nuestra fe se pone drásticamente a prueba -y duele- cuando el terremoto emerge de nosotros mismos y del estado de incertidumbre nacional en que nos encontramos en la actualidad.

Un alza en el precio del metro jamás hubiese sido un augurio de lo que nos iba a pasar a los chilenos hace una semana atrás. Descontento, malestar, impotencia, sin duda eran esperables, pero no la desarticulación total del mundo que conocíamos hasta el 19 de octubre. No puedo creer que sea una simple coincidencia el que justo ese día, me preparaba para cumplir mi medio siglo de edad y pensaba que iba a celebrar con alegría y paz, pero la vida dispuso lo contrario y los pequeños temblores se convirtieron en un cataclismo social.

Las horas y los días, extendieron e intensificaron los movimientos e hicieron evidente nuestra fragilidad; la necesidad de un cambio potente en la forma de relacionarnos y sobre todo, atender a las frustraciones y descontentos de una gran mayoría que ya no puede seguir viviendo como lo hace hoy. El descontento no es contra un gobierno en particular -aunque ahí haya una gran responsabilidad- sino contra un sistema alienante que nos tiene a todos esclavizados del hacer, del consumo, de la desconfianza entre unos y otros y en una fractura del ser humano que cruza a toda la humanidad. No debemos distraernos como si esto fuera un problema de un país o de grupos de países. Este es el síntoma, el grito, de un “sistema mundo”, que nuestro modo de vida relacional está dañando ferozmente nuestros vínculos con el planeta tierra y con todos y cono todo lo demás.

Momentos de tormenta

Hay mil factores políticos, razones socio económicas, rumores de uno y otro lado, noticias falsas que siembran maldad, análisis pesimistas y otros que buscan sanar nuestra sociedad; sin embargo, lo único claro es que hay confusión total sobre qué nos pasa a los chilenos, que estamos en un periodo de cambio radical.  Para mí, al igual que mis 50 años, son una diosidencia que debemos aprovechar como una tremenda oportunidad país y de paso -quizás- dar un ejemplo de resiliencia y de madurez como lo hemos hecho con anterioridad. Dios no se ha mudado de nuestras fronteras y hay mucho que podemos aprender y mejorar.

Pero qué se hace con el miedo, con la angustia, con el pánico a que destruyan tu vida o el sistema que creíste que siempre iba a estar. Cómo la fe auténticamente vivida nos puede sostener en medio del caos y la oscuridad. Es en estos momentos -en medio de la tormenta- cuando debemos confiar en un Dios vivo y presente en la historia, en las personas y palpitando con la naturaleza maravillosa que en esta primavera, aquí en el hemisferio sur, parece desconocer el caos que hay. Es ahora – sin ninguna certeza ni estructura predecible- cuando debemos actuar como otros Cristos irradiando paz, sabiduría y luchando con las palabras y las acciones, pero nunca legitimar la violencia o la maldad.

Mensaje de amor

Es ahora cuando hay que cuidar a todas las personas, sin distinción política ni clase social. Es ahora cuando hay que dar un testimonio genuino de esperanza y que de todo este doloroso parto saldrán  cosas nuevas y bonitas para la posteridad. Es ahora cuando nos cobijamos en los brazos de María cuando no sabemos dónde apapachar nuestros legítimos temores y el cansancio natural. Es en la oración donde encontraremos respuestas que sean de largo plazo y que nos enseñen a amarnos como hermanos y compartir lo que tenemos con los demás. Es ahora cuando el prójimo, en vez de ser un enemigo, es un hermano al que debo escuchar, entender y solidarizar, aunque no comparta del todo su planteamiento original.

Dios/Amor es a quien hemos olvidado los chilenos, adorando ídolos como el dinero, el éxito material y sobre todo una existencia que se centra en el disfrute personal. Así que ahora, arrepentidos y dolientes, volvemos a Él encarnando su mensaje de amor en todo encuentro y realidad, aunque nos duela o nos pueda espantar.