Tribuna

¿Por qué somos incapaces de reconocer a los intelectuales católicos?

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En las últimas semanas, a raíz de varios artículos, hay una pregunta que bulle con fuerza: ¿dónde están los intelectuales católicos? Creo que esta podría reformularse y enunciarse así: ¿por qué somos incapaces de reconocer a los intelectuales católicos?



Partiendo de la base de que un intelectual es un maestro de la vida, alguien que ha conseguido captar que lo mejor de nuestra existencia se reduce a una serie de esencias y que la primera de todas ellas es la bondad –quererse a uno mismo y tratar con ese mismo respeto y cariño a los demás–, me pregunto: ¿por qué nadie duda al calificar a Benedicto XVI como “intelectual” y, en cambio, incluso hasta los más elogiosos con Francisco le niegan a este tal condición?

Entendible para todos

Aclaro que me fascina Joseph Ratzinger y que le considero un maestro de la vida y, por tanto, un intelectual. Pero el rico tesoro que este nos ha mostrado en reflexiones hondas y bellas, ¿acaso no nos ha sido también abierto de par en par por un Jorge Mario Bergoglio que lo hace entendible para todos y que consigue que llegue al gran público desde un impactante instinto comunicador?

Para huir del presente (que tanto incomoda a muchos), acudamos a otro ejemplo papal: ¿por qué, si todos reconocemos como un intelectual a Pío XII, racaneamos ese mismo apelativo a su sucesor, Juan XXIII, quien dejó reflexiones esencialmente humanas y, además, rompió moldes al tener la intuición y la tenacidad de no rendirse al impulsar el Concilio Vaticano II, el gran hito eclesial de nuestro tiempo contemporáneo?

Un cristianismo ideologizado

Tengo la sensación de que el problema está en nuestra mirada. Enturbiada esta por las llagas del clericalismo y de un cristianismo embadurnado por una ideologización que lo pudre y pervierte, buscamos a los intelectuales católicos entre quienes, simplemente, se declaran públicamente hijos de esta confesión (más que de esta vivencia en cuerpo y alma) y nos repiten machaconamente lo que ya esperamos que nos digan. Obviamente, ante tan magra revolución, no podemos esperar que el mundo se sobrecoja.

A día de hoy (y siempre), un intelectual católico puede ser, perfectamente, alguien que no anteponga tal condición en su tarjeta de presentación (muchos sentimos que en la heterodoxia late la verdad). También puede ser alguien que, además, navegue a la deriva y, frente a la tormenta que siempre parece que va a engullirle, levante la lanza al cielo y clame: “¡Don Quijote o muerte!”. Seguramente, sea alguien que no hable nunca de la “batalla cultural” y, en cambio, plantee más preguntas que respuestas. Casi con total certeza, será visto por los demás como un ingenuo, un simplón y (redoble de tambores) un “populista”.

Ojo, y si ya se le achaca ser un “niño”, ese es… Sin ninguna duda, ese será un intelectual. Y, en esta España nuestra, seguramente sea hasta católico.