Tribuna

Meena Barwa: el duro testimonio de una monja india abusada

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“Lo que me pasó, nadie debería sufrirlo. Pero me hizo más fuerte, más optimista, me enseñó a seguir adelante. Creo en Dios y confío en él: es Él quien me salvó de mis torturadores. Estoy agradecida y siempre estaré agradecida con Dios por dejarme vivir la vida de nuevo”. Por teléfono desde India, la hermana Meena Barwa habla con serenidad y firmeza sobre su viaje a través del dolor.



Era el 25 de agosto de 2008 cuando los radicales hindúes acusaron de “una conspiración cristiana internacional” por el asesinato de un líder local en el distrito de Kandmahal, estado de Orissa. Estalló una oleada de violencia aterradora, un genocidio contra los cristianos: más de cien muertos, 395 iglesias destruidas, seis mil casas arrasadas, 64.000 personas obligadas a huir de sus tierras; y siete personas inocentes que terminaron en prisión.

Su hermana

La hermana Meena, de 29 años, estaba como todos los días en el Centro Pastoral Divyajyoti. Con sus compañeros y el director, el padre Thomas Chellan, huyó al bosque y se refugió en la casa de una familia hindú. Pero los fundamentalistas la encontraron, la llevaron al Centro Social Católico que todavía estaba ardiendo, la desnudaron, la violaron frente a los ojos de todos, luego la ataron con el padre Chellan, que había sido golpeado y los arrastraron desnudos durante 5 kilómetros, mientras la multitud y los secuestradores seguían golpeándolos. “La indiferencia de los policías, que miraban sin mover un dedo, fue una de las cosas más dolorosas. En India, la policía no ayuda a los que pertenecen a minorías religiosas”, dice.

A la hermana Meena intentaron quitarle la idea de que denunciara, porque en India es mejor no hablar de violación. “Es una vergüenza, una desgracia que la sociedad no acepta”, explica después de lograr que treinta personas fueran acusadas por participar en la violencia de la que fue víctima. Nueve han sido juzgadas, tres sentenciadas, y se llevarán a cabo otros juicios.

Meena Barwa

El precio fue muy alto: además de las humillaciones sufridas en los tribunales, para escapar de la venganza tuvo que ocultar su identidad, abandonar su hogar, interrumpir las relaciones con la familia durante cinco años; todavía prefiere no revelar dónde vive.

A la hermana Meena le consuela ver que “cada vez más mujeres encuentran la valentía de denunciar, de decir: esto me ha sucedido, quiero vivir sin esconderlo, ser reconocida como una víctima”. Y las palabras multiplican palabras: “Las que han dado el paso a menudo se ponen a trabajar por la justicia, por la salvación de otras, para ayudarlas a denunciar y volver a vivir”. Por eso se convirtió en testimonio de la campaña “#MeToo por todas”, con la que Ayuda a la Iglesia necesitada quiere dar voz a las miles de mujeres que sufren violencia por razones religiosas.

Pero, aclara Meena, “exigir justicia no tiene nada que ver con el perdón”. Porque eso fue todo: “La gracia de Dios me ha permitido perdonar a todos los que me han infligido dolor, no tener sentimientos enfermos como el odio. Solo deseo que vivan una buena vida, espero que se conviertan en personas capaces de traer paz y armonía a la sociedad. Por eso rezo todos los días. ¿De qué otra forma podría decir que soy una cristiana, una religiosa? Lo que siento ahora es que estoy viviendo mi vida normal, una vida feliz, precisamente porque he perdonado. Ya no tengo miedo ni necesito esconderme”. Y hay más: “Todos los días rezo el Padre Nuestro y le pido perdón a Dios: ¿cómo pueden llegar estas oraciones, si yo no perdono?”.

*Artículo original publicado en el número de abril de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva