Tribuna

Me rebelo

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Me duele cuando me tratan de “medieval, atrasador, encubridor”. No me siento reflejado en esos adjetivos. Me duele que se quiera hacer flotar sobre los curas una especie de “bruma de sospecha” de que todo lo que hacemos posee intenciones maliciosas oscuras. Me duele (¡y me revienta!) que se dude de mi autenticidad y se desconfíe de lo que expreso como genuino cariño.

El escándalo de la pedofilia en la Iglesia no es para tomarlo a la ligera porque es gravísimo. No me “lavo las manos”, porque los que han cometido abusos son curas como yo. Y eso duele y avergüenza. Las víctimas merecen atención y justicia. Sobre todo, justicia. El que ha cometido un crimen tan aberrante debe pagar. Y esa será mi opción siempre.

Pero así como hoy se lo quiere manchar al Papa Francisco en su credibilidad en este tema con mentiras orquestadas desde ciertos sectores eclesiales (¡pecado, por cierto, también escandaloso y vil!), también creo que circula un intento de deslegitimarnos a todos los curas.

Me rebelo.

Me rebelo a ser considerado un pervertido por el simple hecho de sentirme llamado a una opción de vida célibe (cuando las estadísticas muestran que la mayor parte de los casos de abuso son perpetrados por personas no célibes…). Me rebelo a que mis gestos de cariño sean mirados con desconfianza. Me rebelo a que nos metan a todos en la misma bolsa. Me rebelo a que la injustica empobrezca la vida.

Confío en el poder reparador del abrazo. Creo en el legítimo cariño que nos hace humanos. Apuesto por vínculos sanos que sean cálidos, pero sin dominar, ni poseer, ni infantilizar. Sigo a ese Jesús que fue criticado por tocar al leproso o dejarse acariciar por la mujer que ungió sus pies con perfume.

No soy un santo, pero tampoco soy un pervertido. Seguiré cuidándome para que ningún gesto sea malinterpretado. Pero me rebelo a que un “exceso de prudencia” me deshumanice y me empobrezca.

Gracias a todos los que me enseñaron y me enseñan a amar. En tiempos oscuros, aprender a amar es urgente.