Una de las experiencias más fuertes que he vivido, se produjo en Burundi (África), en noviembre de 2014, con ocasión de un Seminario sobre perdón y reconciliación.
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Visitamos el seminario menor de Buta, ubicado a 106 kilómetros de Bujumbura, la capital del país. Nos acogió el P. Zacharie Bukuri, ahora monje benedictino, quien vivió el 30 de abril de 1997 junto a jóvenes seminaristas una experiencia formidable y dolorosa. Se desempeñaba como rector de ese seminario.
En la capilla, donde celebramos la eucaristía, hacían presencia desde unas pinturas los 40 seminaristas asesinados aquel día. Al costado de la capilla, se encuentran sus tumbas bajo un gran letrero: Les martyrs de la fraternité (Los mártires de la fraternidad).
Violencia entre Hutus y Tutsis
La violencia entre las etnias Hutus y Tutsis, en buena cuenta herencia del pasado colonial belga, ha colmado de sangre y dolor ese hermoso país. Hoy el poder opresor dictatorial se perpetúa, incluso el que originó la masacre de Buta.
Los 250 seminaristas, al iniciar el año escolar en 1997, habían dicho al P. Zacharie que ellos preferían volver a sus aldeas para morir cerca de sus padres ante la intensa violencia que vivía el país. El sacerdote los convenció para que se quedaran, argumentando que allí estarían más seguros.
La división entre los seminaristas era evidente. Sin embargo el sacerdote junto a los demás formadores idearon un proceso pedagógico de integración por medio del deporte, la música, la danza, el trabajo en grupos, la reflexión y la oración, buscando la solidaridad, la fraternidad, y evitando la polarización.
A finales de abril, se supo que los rebeldes Hutus se acercaban. Los seminaristas preguntaron a su rector: “¿qué hacer cuando llegarán los rebeldes?”. Se consideraba que el seminario podía ser un jugoso botín, en ese país de inmensa mayoría católica. El P. Zacharie, no tenía la respuesta, pero para tranquilizar a sus alumnos les dijo que en su momento, él les diría que hacer.
El día 29 de abril la situación era especialmente tensa, pues los rebeldes Hutus se acercaban al seminario. El rector, dijo a los jóvenes que él estaría en todo caso a su lado en el momento que los rebeldes llegaran.
El día del sacrificio
En la madrugada del 30 de abril 2.000 rebeldes al mando de una guerrillera, llegaron disparando proyectiles de largo alcance. El P. Zacharie no tuvo tiempo de salir de su habitación. La mayoría de los seminaristas se las ingeniaron para salir por las ventanas de los segundos pisos donde estaban las habitaciones comunes y huyeron a campo traviesa, pero un importante grupo de seminaristas de mayor edad (de 14 a 21 años) no pudieron escapar de una de las habitaciones, era unos 50.
Los rebeldes llegaron a ese dormitorio comunitario. Un guerrillero que en la puerta llamó la atención para que no fueran a hacer daño a los jóvenes, fue asesinado en el acto. Los seminaristas estaban frente a un alto número de guerrilleros armados hasta los dientes.
La orden dada por la jefe guerrillera fue pedir que los seminaristas se dividieran por etnias, de un lado los Hutus y del otro los Tutsi. Una vez separados, podrían torturar a los Tutsi. Si lograban su cometido, podría probar como en un lugar tan simbólico, la división y el señalamiento entre las dos etnias se convertía en una evidencia a favor de la causa rebelde.
Los seminaristas, hombro con hombro se agarraron de las manos, y dijeron: “todos somos hermanos, hijos de un mismo Dios y también de un mismo país, Burundi”. Los guerrilleros buscando romper su resistencia a la denuncia amenazaron con destrozarlos. Ellos se mantuvieron firmes. La masacre vino entonces, con ráfagas de fusil y con una granada.
Un pequeño grupo logró huir en medio de la confusión. Otros pocos, al quedar debajo y protegidos por cuerpos yacentes de sus amigos, se salvaron de la muerte. Un joven narró posteriormente como un seminarista amigo, al caer mal herido lo cubrió de manera deliberada para evitar que fuera asesinado.
“Quisieron separarnos, pero no pudieron”
Cometida la masacre, los rebeldes abandonaron el lugar. El rector pudo salir de su habitación y corrió al sitio de la inmolación. Allí encontró un panorama dantesco, cadáveres destrozados, algunos de sus queridos alumnos estaban agonizando. Se acercó a ellos. Uno, antes de morir, le dijo: “Padre, quisieron separarnos pero no pudieron”. Otro, al expirar, señaló: “La muerte llega, pero la victoria permanece”. También se cuenta que desde la habitación donde fueron asesinados se había escuchado el grito de los estudiantes: “Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
El P. Zacharie, casi pierde la razón. Viajó a Francia, recibió atención psicológica e ingresó a la Orden Benedictina. Hoy vive en un convento al lado del seminario donde están los cadáveres de “los mártires de la fraternidad”, como reza el gran letrero, que los preside.
En Roma se ha iniciado el proceso de beatificación de estos mártires. Aquí la base de argumentación es el mandamiento del amor, con la fuerza y el ejemplo del propio maestro Jesús, que dijo a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn. 15,13).
Los mártires de Buta son un ejemplo de solidaridad, de estar al lado del otro de forma incondicional, son un ejemplo e inspiración en los caminos de la solidaridad.
Ética de la persona solidaria
La ética de la persona solidaria lleva al reconocimiento en el otro de la dignidad personal que el sujeto reclama para sí; abre el camino al respeto y al amor, incluso de los adversarios.
La ética de la persona solidaria debe concretarse en el compromiso por la vida de todos. Y la vida de todos no es posible sin la solidaridad con el medio ambiente, que nos coloca en una vivencia connatural y, por consiguiente, en armonía con nuestra ‘Casa Común’, según nos invita el papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, y que se constituye hoy en una de las vertientes más apreciadas y combativas de las nuevas generaciones, tanto en el norte como en el sur, en el oriente como en el occidente, que al unísono reclaman el cuidado de la ‘Casa Común’. La ética individualista de personas, empresas y de Estados, en su lógica depredadora y egoísta, está llevando a la humanidad y al planeta a un despeñadero irremediable.
La solidaridad debe estar situada, no se hace de forma genérica y con declaraciones; debe hacerse de forma concreta e históricamente situada. Se hace mediante gestos concretos de amor; debe ser transformadora, creativa y audaz. La solidaridad debe buscar una vida digna para todos y, por ello, la lucha contra la injusticia y la inequidad. La solidaridad es escoger la vida, aunque ello implique el martirio, como lo hicieron los mártires de Buta.
La solidaridad es una praxis del amor. El auténtico amor debe ser continuo. Pueden llegar momentos de cansancio, de nubarrones que buscan que detengamos la marcha. Tenemos que reinventarnos, persistir, siempre estar de pie, aunque las rodillas nos empujen a detener la marcha. Ese proceso continuado de la solidaridad implica un mutuo dar y recibir. No nos privemos de recibir, cuando pensamos que solo estamos dando.
Siempre podemos más, si así lo queremos. Dar y construir hace posibles nuevos horizontes. Las semillas se pueden convertir en árboles frondosos. Las pequeñas experiencias de los sencillos nos señalan el camino y alimentan nuestra esperanza. Cuán grata es la solidaridad cuando la realizamos. Podemos sentir el gozo y la alegría desde el fondo de nuestras entrañas, aunque encontremos fracasos en el camino. Pero los caminos de la vida no están pavimentados, debemos construirlos con tesón, vencer los tropiezos. Así valen más.
*Director de la Corporación Podion (Colombia).
Foto: COPE