Tribuna

Las religiosas tienen derecho a recibir un programa de estudios sólido y coherente

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Simone Weil, en su ensayo ‘Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios’, se refiere al estudio como sabiduría de la mirada, subrayando el valor femenino de esa actitud de aprendizaje que, enriquecida con datos y nociones, los supera en la visión del alma, como síntesis fecunda que no permite endurecer, en estereotipos y formas ancestrales, a las personas, situaciones e instituciones. La hembra conduce a la gestación y genera, rechazando el estancamiento y los hundimientos en los que pueden gemir el intelecto, la vitalidad y las prácticas. Weil señaló que la atención al ser humano y sus significados universales, además de las diferentes afiliaciones, es fundamental para el tercer milenio: “El cristianismo debe contener en sí mismo todas las vocaciones, sin excepción, porque es católico”. Pero las consagradas necesitan tener la posibilidad de seguir por este camino de habilitación.

En 2017, Francisco aprobó la publicación de las directrices del documento ‘Vino nuevo en odres nuevos’, elaborado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que ve con buenos ojos los estudios para las religiosas, pero en los que se refleja una actitud de resistencia a esta nueva mentalidad en la comunidad eclesial, y a veces incluso entre las mismas mujeres consagradas. A pesar de los considerables progresos realizados, hay que reconocer que aún no se ha logrado una síntesis y purificación equilibradas de los patrones y de los modelos heredados. Persisten demasiados obstáculos en las estructuras y demasiada desconfianza cuando existe la oportunidad de dar a las mujeres “espacios de participación en diversos sectores y a todos los niveles, incluidos aquellos procesos en que se elaboran las decisiones” (exhortación apostólica ‘Vita consecrata’, 58).

religiosas jóvenes

Para abrir estas posibilidades a las mujeres consagradas, deben recibir una adecuada preparación cultural, nunca minoritaria; los institutos de vida consagrada, tanto para hombres como para mujeres, “han tenido siempre un gran influjo en la formación y en la transmisión de la cultura” (‘Vita consecrata’, 98). El ardor y la dedicación presentes en la vida de la mujer consagrada deben ser apoyados por el estudio: “Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad” (‘Caritas in veritate’, 4).

Exploradoras de la cultura

De varias voces viene la invitación al estudio sistemático de las ciencias y de la teología en su pluralidad y no solo, para no retroceder, con respecto a los caminos seguidos en el período postconciliar inmediato. La presión de las obras conduce a menudo a la elección de caminos culturales universitarios cortos, devaluando así un patrimonio de competencias que los institutos con previsión han favorecido y promovido en el siglo XX. Paradójicamente, en el pasado más que en la actualidad, las congregaciones aparecían como exploradoras de la cultura, haciendo que las religiosas estudien y haciendo que sigan nuevos caminos, escuelas y hospitales.

En Italia, como en otros países europeos, las primeras mujeres que asistieron a las universidades públicas a finales del siglo XIX fueron religiosas. Y desde principios del siglo XX, en Estados Unidos, las religiosas han asistido a facultades universitarias de humanidades, disciplinas científicas y artísticas. En esencia, las religiosas fueron pioneras de la educación femenina en el ámbito secular, en años en los que todavía estaban excluidas de las universidades católicas, y por lo tanto de la posibilidad de estudiar exégesis, teología o derecho canónico. Después del Concilio Vaticano II estas puertas se abrieron con la posibilidad para muchos investigadores e intelectuales de entrar con creatividad y coraje en debates culturales abiertos y, sobre todo, de abrir otros nuevos.

Hoy, con las tendencias críticas de las culturas en los procesos de mutación y refundición del ser humano, se hace un llamamiento urgente a las autoridades de las instituciones, para que presten especial atención a la persona: “El compromiso de estudiar no puede reducirse a la formación inicial o a la obtención de cualificaciones académicas y profesionales. Es más bien una expresión del deseo insatisfecho de conocer más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana” (‘Vita consecrata’, cit). Se propone que las ‘rationes formationis’ del instituto sean revisadas y completadas con ‘rationes studiorum’, para garantizar a las mujeres consagradas, así como a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, un curso de estudio coherente y sólido, adecuado a la identidad y a la misión que se les ha dado de vivir en la Iglesia.

Microprocesos

La verdad, ‘alètheia’, requiere un movimiento vivo y libre de acercamiento, un camino impulsado por el asombro, una nostalgia de la revelación. Aristóteles configura una imagen de la verdad revelada como luz que nos rodea y envuelve, mientras que el ojo de nuestra inteligencia es similar al ojo de los murciélagos: no puede ver cuando hay luz viva (cf. Metafísica, II, 993). El estudio, por lo tanto, como camino hacia la verdad, requiere que el ojo interno se entrene en la búsqueda y aplicación amorosa del alma en una obra tan fascinante. El único capaz de encender el cambio y la transformación.

No son las macroevoluciones, sino los micro procesos, instituidos, queridos y perseguidos los que cambian la historia. Las macroevoluciones generan violencia y dureza. Los micro procesos provocan el cambio en las experiencias concretas, transforman aparatos viejos, engranajes improbables, modifican resistencias hasta el final amargo con un ligero toque. En los procesos históricos, las mujeres han ofrecido un aporte peculiar, sin revoluciones, manejando la vida cotidiana con tenacidad ingeniosa y crítica. Así, para las mujeres consagradas, los giros son fruto de micro procesos, intuiciones, decisiones, acciones audaces, a veces silenciosas: de la inteligencia al centro del corazón, donde se decide por el humanum y por Dios. Con ligereza.