Tribuna

La señora Lían, la dama de acero

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No hablo de ninguna personalidad política ni literaria. Se trata de la señora Lían, que es llamada “dama de acero” por sus amigas en la comunidad rural de Non Sombun, remoto rincón del noreste de Tailandia. Su pierna izquierda debe ser un pequeño museo de ferretería. No sabe con seguridad las piezas de hierro que le han añadido a sus huesos. Le pesan más esos hierros que los 80 años que tiene. Camina distancias cortas, aunque con dificultad. Cuando voy a recogerla para llevarla a las reuniones de comunidad, hace cuidadosamente su gimnasia para conseguir ascender y colocarse en el asiento del Toyota. En todo lo posible quiere valerse por sí misma.



Lían me cuenta su historia, que escucho lleno de admiración. Hace unos dos años, estuvo envuelta en un accidente cuando el triciclo Honda en el que viajaba, que en estas tierras es muy común y sumamente útil en los pueblos, quedó arrollado y machacado por un camión. Nadie pensó, ni los médicos, que saldría con vida del hospital. La cama del hospital fue su casa de residencia por más de un año.

manos de mujer anciana en la cama con una enfermera que le pone una medicación

Más magullado en la cruz

El auténtico acero inoxidable que se vio relucir en el hospital durante su larga estancia no fue el que los médicos-mecánicos fueron introduciendo en sus magullados huesos, sino la profunda fe en Jesucristo, limpia y “sin óxido”, que esa mujer iba mostrando y profesando ante el personal médico y de servicio. Ninguno de ellos era cristiano y le preguntaban sorprendidos cómo era posible que se recuperara con vida su cuerpo destrozado por el accidente. “Yo creo en Jesucristo –les decía ella– y le rezo; está conmigo y me da aliento cuando agarro este crucifijo, en el que Él estuvo más magullado que yo”. Constantemente, rezaba en su corazón y, con frecuencia, sus oraciones salían también de su boca para admiración del personal que la atendía, todos ellos desconocedores del mensaje cristiano.

Cuando ahora veo a la señora Lían seguir la liturgia dominical y otras oraciones de la comunidad, me es fácil creer el testimonio de su fe como si fuera “acero inoxidable”. Un día del pasado mes, nos reunimos en su casa, en pleno campo de los arrozales, a dos kilómetros de sus vecinos del pueblo más cercano, que se llama Taotan, sin luz eléctrica ni puertas para cerrar las estancias de su chabola. La abuela de acero nos contó su experiencia a las 20 personas que nos reunimos para rezar el rosario y dar gracias por su recuperada salud.

Un testimonio de vida y fe

En estas tierras, donde la vida de los individuos y de la sociedad está imbuida por el budismo, no es fácil encontrar una plataforma desde la que se anuncie a Jesucristo, fuera de la comunidad o de la familia cristiana. La señora Lían encontró el púlpito de su dolor y la enfermedad desde el que proclamó el meollo del mensaje cristiano, Jesús, y Jesús crucificado, como hizo Pablo en Corinto. Su testimonio de fortaleza y de serenidad en el dolor revistió a esa cruz con la esperanza en la nueva vida.

La suya fue una auténtica predicación desde una realidad de vida muy concreta. Sin ningún discurso, ella fue haciendo, por muchos días, un diálogo interreligioso de vida.
Estar al acecho de estas oportunidades es una tarea diaria para un misionero en estas tierras.

Ángel Becerril es misionero en Tailandia