Tribuna

La Palabra como bálsamo

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El vínculo entre la oración y la fraternidad en una vida monástica benedictina cenobítica se puede dibujar a modo de arco sostenida por dos columnas: la oración personal y la liturgia –habría un tercer pilar, el trabajo manual, que en este caso dejamos aparte–.



En dicha comunidad, la organización de la jornada viene dada por el Oficio Divino, pero no es una mera ordenación del día, sino que la participación en la liturgia ablanda el corazón. La salmodia es como la gota china que va horadando nuestro corazón de piedra. En los salmos podemos descubrir todos nuestros pensamientos y sentimientos, tomar consciencia de ellos y así ir trabajando nuestro interior. Además de la oración litúrgica comunitaria, otra fuente espiritual para el ejercicio de la interioridad es la práctica de la lectio divina.

La asiduidad en el encuentro con Jesús a través de las Escrituras va sanando nuestras heridas, iluminadas previamente por un acompañamiento terapéutico que es fundamental se dé en las primeras etapas de formación. Palabra de Dios y psicología se complementan para después vivir las relaciones fraternas de un modo real.

Es decir, el Oficio y la escucha de la Palabra me ayudan en la atención al corazón y de este modo, vivo en comunidad conmigo misma (cf. Guillermo de Saint-Thierry, Carta de Oro). Necesito la misericordia de Dios que se me da a través de su Palabra como bálsamo y fortaleza para mi vulnerabilidad, pero también necesito la comprensión y el abrazo de mis hermanas.

La celebración de la reconciliación como parte de la Liturgia de la Iglesia, juntamente con la eucaristía, son el encuentro con Cristo que renuevan las fuerzas y dan aliento a los hermanos y hermanas de una comunidad religiosa. Los conflictos que surgen en el roce diario solo se resuelven a través del perdón, sin esperar mucho tiempo.

Habrá que dialogar, cuando las emociones estén calmadas y haya un deseo de paz y armonía verdaderos, para llegar al perdón mutuo y a la sonrisa de cariño. Así, en el sacramento de la reconciliación experimentaremos la alegría que brota de un “bautismo de lágrimas”, graciosa manifestación de un sincero arrepentimiento y, a su vez, nos dará valor para afrontar futuras discrepancias y crisis desde la compasión.

En la realidad comunitaria caminamos con los bastones de la oración-interioridad y la liturgia. La vida interior se nutre del contacto con la Sagrada Escritura y de la atención al corazón en un clima de intimidad con una misma, donde el silencio y la respiración se convierten en la tienda del encuentro. No se trata de “egoísmo místico”, sino de ir cultivando un espacio interior de amor que brota de la humildad.

Intervalos

Esto solo puede tener lugar por la acción de la Gracia, pero para ello es también necesario salvaguardar los tiempos de oración personal y de lecturas espirituales que van poniendo los cimientos de la persona y de la fe, para construir sobre roca. En el ordo monástico, dichos espacios se denominan “intervalos” –etimológicamente, entre vallado, o sea, entre actividad y actividad–.

Se trata de un lugar teológico sagrado que hay que cuidar cada día para no desfallecer por el camino y poder encarnar lo que dice Saint-Thierry: “La lectura ha de engendrar el afecto y formar la oración”. Aquí se entiende el término ‘lectura’ en su doble vertiente de lectio y lectura espiritual. Quédate con todo el contenido de las palabras: engendrar, formar, afecto, oración. Así, el afecto que cubre a la comunidad se engendra en el vientre del corazón, y la oración, lejos de ser una repetición de fórmulas, se forma y nos conforma con Cristo.

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