Tribuna

La Iglesia, hogar acogedor para los refugiados

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“No te quedes, amigo, junto a la puerta. / Que la casa de todos siempre está abierta. / Ven compañero, ven compañero. / Que en la casa de todos no hay forasteros”. El estribillo de esta canción, que cantábamos hace ya bastantes años en la Parroquia de San Eulogio, de Vallecas, es muy elocuente para poner en valor el compromiso evangélico que la Iglesia madrileña está llevando a cabo a través de diferentes personas e instituciones, en general, y de la Mesa por la Hospitalidad, en particular, tratando de ser un hogar acogedor para todas las personas desplazadas que llegan a nuestra ciudad soñando un futuro mejor.



La Iglesia no hace sino poner en práctica lo que Francisco nos recordaba en el mensaje de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de 2018: “Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado (cf. Mt 25, 35.43). A cada ser humano que se ve obligado a dejar su patria en busca de un futuro mejor, el Señor le confía el amor maternal de la Iglesia”.

Los emigrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta nos están dando la oportunidad de convertirnos y de convertir a la Iglesia, porque están sacando lo mejor de nosotros mismos; nos están acercando al Evangelio y nos están enriqueciendo. Es una experiencia repetidamente afirmada por quienes estamos participando en esta práctica de Iglesia acogedora que, al salir al encuentro del que viene de otros países, “recibimos más de lo que damos”.

 Es la constatación gozosa de que, cuando se comparte en un plano de igualdad, la comunidad crece en todos los sentidos y la Iglesia se vigoriza y se rejuvenece.

parroquias, Mesa Hospitalidad

Esta experiencia de una Iglesia samaritana, que construye puentes y derriba muros, nos  anima a perder miedos y prejuicios que nos paralizan y nos encierran en nosotros mismos. Además, el trabajo en red entre realidades eclesiales muy diferentes y con otras entidades sociales es como ese viento fresco del Espíritu que purifica y renueva a la Iglesia. Ojalá que dicha experiencia sea contagiosa y se vaya extendiendo. Os aseguro que merece la pena.

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