Tribuna

La creatividad pastoral en tiempos de pandemia

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De joven quería ser pintor. Siempre fue muy fuerte en mí la atracción por la belleza y, en particular, por la Belleza de Dios.



Cuando respondí a la vocación sacerdotal, lo hice sabiendo que sería un sacerdote artista y durante mi formación, gracias al buen discernimiento de mi director espiritual y de los formadores del seminario, pude profundizar y desarrollar esta particular respuesta a la gracia.

En casi treinta años de vida sacerdotal, he podido hablar de la Belleza increada escondida en la Eucaristía, la Palabra, el Perdón y mostrarla a los fieles en una homilía, en un canto, en una clase o en un ícono.

Cuando comenzó la pandemia del covid-19 y el gobierno nacional decretó la cuarentena obligatoria, nuestros Obispos nos alentaron a los sacerdotes a ser creativos y a utilizar los medios virtuales para acompañar a nuestro rebaño, tan particularmente necesitado de guía y consuelo.

Siempre sentí cierto rechazo por el mundo “virtual”. Tengo una formación filosófica realista aristotélico-tomista. Lo “real”, en mi mente, se opone a lo “virtual”. Vivo en una residencia universitaria con muchos jóvenes que vienen del interior y del extranjero para estudiar en Buenos Aires, y siempre trato de evitar que en medio de una comida, con comensales “reales”, ellos escondan el celular debajo de la mesa para comunicarse con sus amigos “virtuales”. Yo mismo lucho contra la tentación de navegar excesivamente por las redes, robando tiempo a la oración, el apostolado o el descanso.

Pues con este prejuicio me encontraba al comienzo de una pandemia que llevaba a mi rebaño real a la distante y borrosa condición de virtual.

Ampliar el rebaño

El llamado a crear siempre me entusiasma. La creatividad es la respiración misma de la sensibilidad y afectividad de un artista. Los hombres no creamos de la nada y Dios provee siempre todo lo necesario para poder asociarnos en su obra creadora y ser creadores con minúscula.

En medio del encierro y de la dificultad de llegar a mi rebaño, me encontré en la residencia donde vivo con un estudiante de cine y por whatsapp con un amigo que produce canales de YouTube. Y así empezó mi aterrizaje forzado en el campo de lo “virtual”.

El día de San José, con su buen ejemplo de padre trabajador, yo empezaba a amasar el pan de mis hijos “virtuales” y a sembrar la semilla del Evangelio en el ciberespacio con la buena conciencia de que mis maestros, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, hubieran hecho lo mismo en mi lugar porque, ante la realidad, no hay argumentos.

Ya han pasado casi dos meses. El canal se fue poblando de misas, adoraciones, actos penitenciales y rosarios en vivo y de clases de iconografía, anécdotas, comentarios y cortos relatos grabados. Pudimos pedir ayudas para comedores y comunidades religiosas y encontramos siempre una respuesta solidaria. Hasta surgió un pequeño espacio para el humor, tan necesario en estos tiempos de angustia y desaliento.

Y el que siembra, cosecha. Cada comentario y cada emoji …pasaba a convertir a un ser “virtual” en un ser “real”, en una ovejita de mi rebaño que pasaba a ocupar un lugar en mi corazón. Ella reconocía así la voz de su pastor y yo la llamaba a partir de entonces por su nombre (Jn 10).

“Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana”. La “Iglesia en salida” que nos propone nuestro Obispo en este tiempo sinodal, sale por esa ventana abierta para llegar a esos “nuevos areópagos”[1] de los que nos hablaba San Juan Pablo II.

El Papa Francisco ha agradecido a los sacerdotes creativos que piensan en miles de maneras de acercarse a la gente, para que el pueblo no se sienta abandonado y recientemente ha pedido a Dios por los artistas, recordando que el camino de la belleza nos puede ayudar en este difícil momento caracterizado por la pandemia para vivir la esperanza pascual.

Como sacerdote-artista les presento este humilde camino para salir de nuestras viejas recetas pastorales y adentrarnos en un mundo lleno de hombres y mujeres sedientos de descubrir a un Dios que no conocen, porque no les es anunciado.

 

[1] Los nuevos areópagos son una metáfora utilizada por Juan Pablo II que los definió como aquellos espacios extraeclesiales, superpoblados, donde Dios no es predicado y que, por esta razón, están particularmente necesitados de la misión.