Tribuna

Hay luz pascual en los migrantes, por Luis Callejas

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Se decreta el Estado de Alarma. El miedo y la preocupación sobrevuelan todas las conversaciones de nuestros jóvenes migrantes y refugiados de la Fundación La Merced Migraciones a los que acompaño.



Cada uno, a su manera, comienza a mostrar preocupación por la situación que estamos viviendo: “Y ahora qué hago; qué nos va a pasar; me encuentro bien y no estoy enfermo; tengo en la calle a muchos amigos, dónde van a ir y quién les ayudará”; y, al final, esa pregunta de la que ya conocen la respuesta: “¿Y no puedo salir para nada?”… Sus preguntas me llevan a percibir sensaciones que todos tenemos y que muestran su incertidumbre, su desasosiego, su pánico, su angustia.

También, se agolpan en mi mente rostros e historias de personas refugiadas y migrantes que no tienen una casa donde permanecer en este confinamiento. Muchas de ellas están a la espera de que se les asigne una plaza de acogida; o una cita que les permita renovar su tarjeta y disponer de su dinero ahorrado en el banco y que, en este momento, no pueden sacar porque los documentos no son válidos. Un panorama desolador que se agudiza con el Estado de Alarma y que sigue siendo un reto para la Iglesia profética de hoy.

Responsabilidad y solidaridad

Ante estas situaciones que se producen y que muestran las carencias que tiene el sistema de acogida y todos sus procedimientos, surge como una “luz pascual” su compromiso, responsabilidad y solidaridad. Hay “luz pascual” en ellos que les está tocando vivir en un lugar alejado de su casa, su familia, sus amigos… Hay “luz pascual” en esa ayuda de los unos a los otros; en esos rezos y compañía que hacen sentir más próximos a los que peor lo están pasando. La esperanza se mantiene y nos mantiene. Hemos ido construyendo un espacio de seguridad para luchar contra esta pandemia y sus miedos, compartiendo el día a día, haciéndonos fuertes ante una situación que jamás pensamos que nos tocaría vivir.

Ellos pensaron que habían llegado a su destino y la vida les ha puesto de nuevo en la casilla de salida, otro varapalo. Sin embargo, se vuelven a levantar, con más firmeza todavía, para seguir luchando y ser testigos y ejemplo de superación e ilusión.

Son 19 casas-hogares, son 140 personas refugiadas y migrantes, son historias reales que muestran cada día el deseo de sentirse familia; cuidándose y cuidando, amando al prójimo. No es un sueño, es la empatía con el otro para salir juntos de esta crisis sanitaria.

Es tiempo de mirar juntos al futuro con esperanza y vislumbrar en lo profundo de los ojos de estos jóvenes la alegría de vivir y su fuerza para luchar por la vida que Dios –Alá- nuestro Padre nos ofrece y que nos permite ser testigos del acompañamiento y crecimiento de estos jóvenes.

Ellos me muestran un camino de seguimiento fiel a Cristo Redentor que se entrega para dar Vida y continuar siendo testigo de esperanza en la “luz pascual” que se manifiesta en la vida de cada uno de estos jóvenes, que es, además de refugiado o migrante, hermano.

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